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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Razones para entender una sinrazón

Real Madrid y FC Barcelona están condenados a enfrentarse en una final de la Liga de Campeones. Son los clubes que más ingresos obtienen (512 y 483 millones de euros, respectivamente), a gran distancia del Manchester United (396) y el Bayern de Múnich (368), y en sus plantillas cuentan con los mejores futbolistas del mundo. Más aún: la selección española, formada por azulgrana y blancos casi exclusivamente, son los vigentes campeones de Europa y del mundo. Y, sin embargo, Barça y Madrid quedaron apeados en semifinales, a las puertas de la final, por segunda temporada consecutiva. ¿Por qué?

Endiento que por dos razones, pero antes de comentarlas conviene evitar la tentación de plantearse un posible fin de ciclo azulgrana y español o de principio del ciclo del Bayern y alemán. Bayern de Múnich y Borussia Dortmund disputarán la final en Wembley el próximo día 25 con todo merecimiento. Su superioridad sobre el Barcelona y el Madrid ha sido tan indiscutible que el estrépito de la caída de ambos ha devuelto un eco en forma de cambio de hegemonía futbolística. Sin embargo, los ciclos y las hegemonías son circunstanciales y se dan al margen de los titulares de prensa. No hay aún suficiente perspectiva para decretar ningún cambio.

El fútbol es cada vez más aquello que ocurre entre partido y partido en los programas deportivos dominados por el griterío de las tertulias

Aunque el fútbol sigue su propia lógica, creo que hay razones para entender unos resultados tan inesperados. En primer lugar, la organización del fútbol español y el peaje del éxito. Parece claro que el Madrid y el Barcelona no compiten en el mejor de los entornos. Han llegado con sus figuras, Ronaldo y Messi, muy mermadas y sus plantillas diezmadas por las lesiones y por el cansancio debido a una planificación imposible a causa de un calendario que prioriza el interés de las televisiones y el de las selecciones nacionales.

Y, en segundo lugar, situaría la presión y la transcendencia que en España damos al fútbol. Porque el fútbol es cada vez más aquello que ocurre entre partido y partido en los programas deportivos dominados por el griterío de las tertulias. Así, generamos héroes o villanos y nos olvidamos de los futbolistas. Vende el humo del elogio eufórico o el de la crítica deprimida, nunca el análisis del fuego lento. Es una apreciación subjetiva, claro está, pero que puede objetivarse: la reacción a la eliminación en el Barcelona y el Madrid, dispuestos ahora a revolucionar sus plantillas y banquillos, a petición de la prensa y la afición, contrasta con la paciencia con la que el Bayern arrastró las dos derrotas sufridas en las últimas tres temporadas en la final de la Liga de Campeones, la última el año pasado por penaltis y en casa. Más aún: desde la derrota en el Camp Nou por 4-0 en la temporada 2008-2009, el FC Barcelona ha sido el estímulo del Bayern para recortar la distancia futbolística entre ambos.

Barcelona y Madrid están condenados a enfrentarse en una final de la Liga de Campeones, más temprano que tarde, antes de que el actual formato de la competición desemboque en una inevitable Liga Europea. Dominan el mercado futbolístico y no hay síntomas de decadencia deportiva ni económica en ninguno de los dos clubes. Sin embargo, sus dirigentes deberían o bien renunciar a tener plantillas plagadas de jugadores internacionales — lo cual es un disparate impensable—, o bien usar su fuerza para proteger a sus futbolistas de un calendario improvisado y antideportivo, que también lo es. De manera que, a la competencia del Bayern y demás rivales conocidos, deberá sumarse también el acecho de otros como el Manchester City y Paris-Saint Germain.

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