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Entomología y música popular

Mark Knopfler mostró milimétrica pulcritud en un concierto pautado por el folk y dinamizado por Dire Straits

Mark Knopfler actuando anoche en el Poble Espanyol.
Mark Knopfler actuando anoche en el Poble Espanyol.OLIVER ADELL

Un hombre tranquilo, un músico ajeno a los vaivenes del mercado y de la moda, un artista que mide su carisma en micras, un instrumentista dotado que sin embargo siempre parece estar haciendo el mismo solo: Mark Knopfler. Bajo la amenaza de la lluvia, único elemento azaroso en sus dos horas de concierto, el escocés dejó muy patente que hay un sector de público al que las emociones agudas y la tensión de un concierto emocional no le son precisas para disfrutar. Público adulto, que bailó con los Dire Straits a la misma edad en la que Knopfler componía sus éxitos, al que los cambios le evocan un cierto vértigo y encuentra en la pausada exposición de Mark un antídoto contra la velocidad impuesta, creen quizás, por los más jóvenes. En ellos tiene Knopfler su caladero. Y no le falla.

Un hombre tranquilo, un músico ajeno a los vaivenes del mercado y de la moda

Mark y el mundo folk en un sentido amplio que abarca desde la raíz celta hasta el country o el blues. Quizás sea que la costumbre sitúa en nuestra retina a los músicos folk exponiendo expansivamente sus canciones, que menos cuando se trata de baladas tienden la mano al baile. El blues no necesariamente es trotón, pero siempre, quizás incluso más en las piezas lentas, mantiene un punto de emoción, dosis de tirantez propias del pueblo que canta sus sufrimientos y esperanzas con él. La música popular no suele explicarse como una desapasionada exposición entomológica sobre una colección de escarabajos peloteros o tal y como lo haría un musicólogo que jamás ha salido de su erudición para mancharse los zapatos bailando. La música popular es vida.

Con Mark Knopfler es paisaje de fondo, muy respetado decorado en el que el músico introduce sus modificaciones en forma de desarrollos instrumentales y solos de patrón pop-rock que consiguen adormecer cualquier atisbo de vitalidad, por otra parte indisoluble del folk. Sí, es cierto, el concurso de gaitas, flautas y violines picotean la alegría, pero son, fueron en el Pueblo Espanyol lleno, simples pellizcos para los que había que esperar largo rato hasta que los temas entraban en calor. Porque Mark Knopfler parece, no necesariamente ha de ser cierto, pero lo parece, acercarse al folk sin que el folk le entre, de la misma manera que se puede pasear por un entorno natural sin llegar a formar parte de él, simplemente como mero observador. Esa fue la sensación de su concierto, sólo interrumpida por la alegría que los temas populares de Dire Straits irradiaban al público, paciente, educado y tranquilo como el propio artista.

Cierto, para triunfar es ridículo apostar por la belleza, lozanía, dinamismo, juventud y vitalidad que la industria hace pasar como grandes activos de la música y de sus protagonistas. En el lado opuesto está Mark Knopfler, conciertos como el del Poble Espanyol que parecen no arrancar nunca y un líder que como él transmite con una voz nada maleable poco más que afabilidad, técnica y esmero. Son su armas, las armas propias de un hombre pulcro enseñándonos su colección de insectos.

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