_
_
_
_
_

“A los gobiernos les interesan más los cañones que la música y la cultura”

Riccardo Muti, uno de los grandes de la dirección, visita España para dirigir el ‘Réquiem’ de Verdi. Hace balance, recuerda a personajes desaparecidos y critica ciertas prácticas de la música

Ensayo de Riccardo Muti del 'Requiem' de Verdi. Teatro Real.
Daniel Verdú

Circula por YouTube un vídeo en el que Riccardo Muti (Nápoles, 1941) dicta un discurso el día que recibe el premio Musical América. El maestro napolitano habla sobre la dificultad de dirigir una orquesta si lo que se pretende es hacer música y no el payaso con una batuta. Es hilarante y arrebatador. Y sobre todo, muestra a un Muti alejado de esa fama de arrogante y autoritario que le ha acompañado mucho tiempo. Así es es exactamente el músico que se encuentra estos días en Madrid para dirigir el Réquiem de Verdi con la orquesta y el coro del Teatro Real, parte de su joven formación Cherubini y el coro de la Comunidad de Madrid.

Muti es un intérprete brillante, un conversador excepcional y, últimamente, un hombre atravesando un periodo de cierta melancolía provocado por un tiempo —el musical— con el que le cuesta identificarse. Sentado en el bar de su hotel —hasta que el pianista interrumpe la conversación—, sin límite de tiempo, el maestro napolitano repasa la crisis de las voces en la ópera, su rivalidad con Claudio Abbado, la tiranía de la dirección escénica sobre la musica o la crisis de la cultura en Europa.

Pregunta. En aquel vídeo se refiere a lo que hay detrás de las notas, como Dios o el infinito. ¿No es agotador batallar contra eso después de tanto tiempo?

Respuesta. Es una búsqueda. Quería explicar que la dirección de orquesta puede ser la profesión más difícil al no tener el instrumento en tus manos. Como decía Toscanini, mover la batuta lo puede hacer un asno, hacer música es lo complicado. La dirección debe hacer entender a los músicos lo que hay detrás de las notas: el infinito, Dios. No el católico, musulmán… sino la creación. Mozart decía que la música más profunda no está en las notas, sino entre ellas. Ahí reside el misterio que debe buscar el músico. Pero es imposible entenderlo. La música no es comprensión, es un rapto.

P. En ese infinito, ¿cuál es el límite de una interpretación?

R. Cada una tiene un límite, sino el intérprete sería Dios. Pero hay algunos artistas que en la noche del universo pueden ver una o dos estrellas más que los demás. Nadie, sin embargo, podrá ver el universo entero.

P. Usted se ha quejado alguna vez de eso. De un exceso de manipulación de las obras de Verdi.

R. Han ido contra sus reglas. Verdi fue muy claro en sus cartas. Él solía decir a los artistas: no seáis creadores, yo soy el único. Intentad entender el dolor y las luchas que habitan en mi música.

P. ¿Cree en Dios?

R. Vengo de una familia católica no practicante. Creo en un Dios para todos. Debe estar en algún lugar, pero en ninguna religión en concreto. Por eso no entiendo los conflictos fanáticos. Todos tenemos un padre. Un texto como el Réquiem de Verdi, que es católico, puede ser dirigido profundamente por un judío, un chino o alguien que no cree en la vida eterna. Por eso la música y la cultura son un arma importantísima para hermanarnos. Pero los gobiernos no creen en ello. Les interesan más los cañones que la música y la cultura.

P. Su conflicto en La Scala fue un tanto premonitorio de esta gran crisis económica y cultural de Europa.

R. Fue complicado. La prensa dijo de todo. Pero para explicarlo necesitaría un libro entero. Es una historia italian style. Pero es cierto que fue un signo prematuro de la crisis. Y hoy estamos en ella. Porque, ¿qué es la ópera hoy? ¿Es importante?

P. Usted dirá.

R. Hoy la gente no cree tanto en el mensaje de la música y se apoya en el glamour de los artistas para convencerse de que la ópera es actual. La sociedad es más visual y escucha menos.

Réquiem por El Greco en la catedral de Toledo

La primera vez que Verdi interpretó su Réquiem fue en la iglesia de San Marco de Milán, en mayo de 1874. La obra estaba dedicada al escritor Alessandro Manzoni, cuya muerte había impresionado mucho al compositor y se conmemoraba aquel día. Desde entonces, esta extraordinaria misa se ha interpretado en numerosas iglesias. Este sábado, como hito de las celebraciones del cuarto centenario de la muerte de El Greco, Riccardo Muti dirigirá a las ocho de la tarde la obra de Verdi con la Orquesta y el Coro del Teatro Real, a una parte de su joven formación Cherubini y al coro de la Comunidad de Madrid en la catedral de Toledo.

El director está muy ilusionado con una idea, recuerda, que planearon entre Gerard Mortier y él en 2010. Porque el próximo lunes, los mismos protagonistas volverán a interpretar la misma pieza en el Teatro Real de Madrid. “El sentimiento es el mismo si lo dirijo en una gran catedral, en un teatro o en una plaza [como en Jerusalén]. El ambiente adquiere una atmósfera que puede ayudar. Recuerdo el primer réquiem que dirigí en mi vida. Fue en 1971 en la basílica de San Lorenzo en Florencia, algo irrepetible. Una basílica hecha por Brunelleschi, los púlpitos de Donatello, el altar de Verrocchio y abajo las tumbas de los Medici de Michelangelo. Y a todo eso, súmale Verdi. Cuando empecé a dirigir, solo con los púlpitos iluminados con sus figuras, debía atacar los violonchelos y vi cómo todas esas figuras me miraban. Casi tengo un problema para empezar. Así que creo que en la catedral de Toledo se creará una gran atmósfera también que solo nosotros, si no hacemos una buena ejecución, podemos romper”, señala Muti, uno de los grandes de la batuta.

P. Por ahí empezó su conflicto con Gerard Mortier en 1991, cuando abandonó Salzburgo por desavenencias con la producción de La clemenza di Tito.

R. Sí, pero Gerard me respetó y yo a él incluso en el desacuerdo. Fuimos amigos hasta el final de su vida. Fue un gran hombre que no todo el mundo comprendió. Su esfuerzo por actualizar la ópera pretendía que la gente estuviera más cerca del mensaje. Y algunas veces fue excesivo. Pero es mejor pasarse de vanguardista que lo contrario. Hizo una revolución allá donde fue. Nos quisimos y supimos que en algunas áreas era mejor no discutir. En diciembre vino a verme cuando hacía Ernani en Roma. Estaba solo, muy enfermo. Me dijo: “Riccardo, el doctor me ha dado muy poco tiempo. No quería perderme la oportunidad de oír por última vez a Muti dirigiendo a Verdi”. Fue lo último que me dijo. Luego desapareció y no le vi más. Necesitamos gente con ese coraje, con diferentes ideas. Él habló, a veces incluso demasiado, pero se le echará de menos.

P. Él y Abbado, también fallecido este año, eran hombres hechos de otra pasta. Auténticos devotos de una pasión. ¿Cree que se extingue una manera de entender este arte?

R. Hay excepciones, pero hoy la música es la posibilidad de un show en el escenario. Muchas veces los artistas usan la música, no la sirven. Furtwangler, Bruno Walter, Toscanini… sentías en sus ensayos su acercamiento ético a la música. Era sirvientes del compositor. Hoy todo se basa en el aspecto del artista. Pero cuanto más bueno es, menos necesita impresionar al público. Yo empecé con Richter, Arrau, Serkin, Franscescatti… era otra era. Es culpa de las discográficas, las revistas… O estos pianistas que tocan dos mil notas por segundo. Escuché una vez en Nápoles a Wilhelm Kempff interpretando el Concierto para piano número 1 de Brahms y cometió un montón de errores. Pero fue de las mejores que he escuchado jamás. O Menuhin, que tenía problemas técnicos… pero nunca olvidaré el segundo movimiento del Concierto para violín de Beethoven en Filadelfia. Casi tengo que parar de dirigir por la belleza de su fraseo. Eso es música, no cuántas notas puedes tocar en un segundo.

P. Le he oído evocar su Aída con Montserrat Caballé, Domingo… Dice que era un reparto inigualable hoy. ¿Las voces también están en crisis?

R. Los cantantes antes tenían el coraje, la paciencia y la humildad de permanecer en un repertorio. Hoy van de uno a otro más pesado como si nada. No puedes cantar un día como tenor lírico ligero y el día siguiente como lírico spinto. Demasiados viajes, pocos ensayos y falta de experiencia de los nuevos directores. Y Los cantantes no reciben sugerencias técnicas, están perdidos. Las nuevas producciones se basan en la escena, no en la música. Hay todo un cambio respecto a las grandes voces del pasado. Buscar una carrera rápida es una tragedia para el futuro.

P. Da la impresión de que sufre de cierta nostalgia. ¿Cree que su manera de entender la música ya no pertenece a este tiempo?

R. Exacto. Su frase es la mía. Pero quiero ayudar a los jóvenes a preparar una ópera italiana, o Mozart o Gluck. ¡Lo que recibí de mis maestros es tan importante! Y no lo encuentro en los nuevos directores. Sería malo si me llevo esos secretos a la tumba. No es magia, son cosas esenciales que los jóvenes no conocen. El director debería ser el centro de toda la visión. Pero hoy son como islas. ¿Cómo podemos pensar que la ópera será mejor si los elementos básicos desaparecen?

P. Usted se ha definido como depositario de la herencia de Verdi a través de Toscanini y más tarde de su maestro Antonino Votto. ¿A quién le pasará el testigo?

R. Abbado venía de la misma escuela… hay otros directores. Pero espero que en el futuro haya una continuación de la escuela italiana. Hemos perdido un poco la dirección, todo es muy casual. Hay que reestudiar ese repertorio…

P. Ha citado a Abbado. Se habló mucho de su rivalidad. Pero ¿Cuál es la verdad y cómo se sintió cuando murió?

R. La historia de la rivalidad era de la prensa. Cuando fui al conservatorio de Milán en 1972 Abbado ya hacía carrera; nunca pudimos ser amigos por esa diferencia. Pero estaba en La Scala y yo en Florencia y el público y la prensa habló de rivalidad. Como él decía, nos lo tomábamos a broma. Pero era como dos tenores o dos equipos de fútbol. Nos vimos muy pocas veces en la vida, dos o tres, pero nos respetamos y nunca tuvimos problemas. Cuando murió, me di cuenta de que no solo el mundo le echa de menos, yo también. Después de 40 años con esta historia Muti-Abbado / Abbado-Muti, mi supuesto rival ya no está físicamente y me siento solo. ¿Extraño, no?

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_