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Reportaje:DEPORTES2008

El deporte como gran embajador

Con la solemnidad que merece, el deporte se ha convertido en el gran catalizador del optimismo español. España ha cerrado un año de esplendor, un curso de triunfos mestizos que le han convertido en una potencia mundial. La geografía de victorias ha sido tan extensa que cuesta adivinar un nexo común en esta explosividad. Hay algunos apuntes: el deportista español, transfronterizo con la transición política, carece de complejos, tiene un angular internacional y combina el ingenio ibérico con un alto grado de formación que se ha ido perfeccionando desde Barcelona 92, el primer nirvana del deporte español, una estación que hoy parece del pleistoceno. Es el caso de Rafa Nadal, Xavi Hernández, Pau Gasol, Alberto Contador, Gemma Mengual, Joan Llaneras y muchos otros. A la espera del paréntesis que se ha autoimpuesto Fernando Alonso tras sus enredos palaciegos en McLaren, España monopoliza algunos deportes, como el tenis, el ciclismo y el fútbol, mientras polariza como ningún otro país el escaparate internacional de la NBA. Fue precisamente en el Olimpo del baloncesto donde comenzó la oscarización española de 2008. El 1 de febrero, Pau Gasol aterrizaba en Hollywood, alistado por Los Ángeles Lakers, junto a los Celtics de Boston, el equipo con más heráldica de Estados Unidos y buena parte del planeta. Con el catalán bajo los aros, los Lakers alcanzaron la final, impensable antes de la llegada de Gasol. Se quedaron al pie del título.

En un año de cumbres, fue Alberto Contador el primer gran entronizado, en el Giro. A su victoria en rosa le sucedió Rafa Nadal en su templo de Roland Garros, donde ya es el primer pretoriano. El manacorí no tiene límites. Su hegemónica temporada le etiqueta como el mejor tenista español de la historia, el broche extraordinario para una generación espontánea que arrancó con Manolo Santana hace poco menos de 50 años. Nadal no es un intruso, caso de su gran predecesor, es un deportista forjado a base de talento y carácter, un cuerpo forrado de músculos que tiene la destreza técnica de Santana y el corazón de Arantxa Sánchez Vicario. No hay mejor Nadal que el que se mide a las adversidades. Donde otros se desinflan a lo largo de un partido, cuando les llega el bache, el español resiste con una entereza que resulta sobrenatural para sus adversarios. Sólo así se explica su ascensión sobre Roger Federer, Nijinsky con raqueta, una progresión que diviniza a Nadal y que tuvo su máximo tronío en Wimbledon, feudo del majestuoso tenista suizo. La museística final londinense ya es una cita obligada en cualquier hemeroteca del deporte español. Nadal no sólo invadió el "territorio Federer", sino que se convirtió en el tercer tenista de la historia en conquistar París y Londres en el mismo año, tras Rod Laver (1962 y 1969) y Björn Borg (1978, 1979 y 1980).

Días antes del éxtasis en Wimbledon, la selección española de fútbol se sacudió en Viena la metástasis que le paralizó durante 40 años. Parecía un imposible. La selección llevaba bajo sospecha desde la edad del hierro, no había un argumento más deprimente en el imaginario nacional, futbolero por antonomasia. Bajo el padrinazgo de Luis Aragonés, los jugadores españoles se ganaron el jubileo en la Eurocopa de Austria y Suiza. En realidad, la hazaña se gestó mucho antes, desde el momento en el que en plena fase de clasificación para el torneo, el pésimo tránsito del equipo desató una tormenta sobre él mismo.

De forma inopinada, en el vestuario caló un sentimiento gremial como receta frente a las críticas. El equipo se volvió refractario al pesimismo general, y en Austria irrumpió un grupo de mosqueteros que no sólo conquistó el Everest, sino que lo hizo un altísimo sentido hedonista del juego. España, de principio a fin, cautivó incluso a sus enemigos, fue un equipo seductor como pocos, capaz de elevarse en el podio con una cosmética sin parangón. El éxito prendió la chispa en un país que llevaba toda la vida a la sombra del fracaso. La hinchada se desató por toda la geografía, sin disidencias políticas y con una liturgia más apropiada, esta vez con menos caspa. Con Xavi al frente como mejor jugador del torneo, el fútbol español se reivindicó como nunca frente a la clásica atomización representada por los clubes, sostén habitual de este deporte en España. Juntos, todo fue posible, y la onda expansiva alcanzó otras disciplinas.

El contagio del éxito fue tal, que en el Tour, con Contador vetado, emergió otro español, Carlos Sastre, un aparente aguador de lujo que con su aplomo logró algo mucho mayor que su canonización en los Campos Elíseos. Sastre, como ya había hecho Contador en las carreteras italianas, devolvió la credibilidad al ciclismo, condenado por una catarata de sucesos a causa de tantos adictos a las jeringuillas.

En plena explosión deportiva, España se examinó en Pekín, donde logró una cosecha de 18 medallas, una menos que en Atenas 2004. Un resultado corto, a tenor de los vaticinios directivos, pero que subrayó el predominio español en deportes de equipo. Ningún país europeo obtuvo semejante botín: medallas de baloncesto, balonmano y hockey sobre hierba. Pocas veces una plata resultó tan gloriosa como la del baloncesto, tras una final soberbia ante el Dream Team, la confirmación de que hoy España es la mejor potencia extranjera de la NBA, donde brillan en el escaparate los hermanos Gasol, Rudy Fernández, Sergio Rodríguez y José Manuel Calderón. En la capital china, entre las heroicidades de Michael Phelps y Usain Bolt, también hubo pistas españolas: el pistarch Joan Llaneras, el piragüista David Cal y el gimnasta Gervasio Deferr repitieron colgantes. En tenis y ciclismo, Nadal y Samuel Sánchez -oro ambos- acentuaron más si cabe el absolutismo español en estos deportes. En el caso del tenis aún quedaba una gesta. Sin Nadal, el equipo español reconquistó la Copa Davis en Argentina, constatación de que hoy en España hay también secundarios de lujo, de que es tal la autoestima que no hay barreras imposibles.

Con o sin un fotogénico ministerio, el deporte español es la mejor ventana exterior para un país que ha encontrado en sus atletas una fuente constante de alegrías y prestigio.

ALEJANDRO RUESGA

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