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El eterno golfista

Reproducción de la entrevista realizada a Severiano Ballesteros por Juan Cruz en 2003 en el Club de Campo

Su manera de estar es sosegada; descansa en la silla blanca del centro de hospitalidad del Club de Campo, en Madrid, con la espalda recta; le duele. En algún momento dice que le duele todo el cuerpo, pero su rostro acepta la conversación con una evidente amabilidad, acrecentada sin duda por los buenos oficios intermediarios de una gran amiga suya, la periodista Olga Viza.

Desde 1976, cuando tuvo su primer gran éxito internacional, en Inglaterra, le han hecho algo así como un millón de entrevistas, y muchas de ellas, desde que hay archivo en este periódico (EL PAÍS nació con los triunfos de Severiano Ballesteros, precisamente en 1976), aluden a lo que podría durar la estrella de este hombre, hijo de campesinos humildes, caddie de ricos en el club de golf de su pueblo, metido en un mundo tan competitivo como el golf y tan fugaz como el éxito, viviendo una vida en la que el símbolo principal del juego (bajo par) se convierte también en una metáfora de la lucha por seguir y por ganar, incluso antes de tiempo.

Nunca se me subió el éxito a la cabeza, creo
De mi niñez tengo grandes recuerdos
Sí, y no lo digo pavoneándome, ahí están mis triunfos. Es lo máximo que puede hacer uno: conseguir un trabajo que te gusta, disfrutar mucho y encima ser el mejor. Es una suerte tremenda.
Imposible, un jugador de golf no se retira nunca. Siempre está el gusanillo ahí. Siempre te gusta competir, te gusta jugar
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Y desde hace algo más de una década ha habido otra pregunta constante: ¿cuándo se va a retirar? Las respuestas, antes y ahora, son similares; sobre el más insistente interrogante de su posible retiro (posible para los otros, él nunca lo ha contemplado), siempre ha dicho lo mismo: los golfistas no se retiran jamás.

Y ahí está, compitiendo, jugando, diseñando campos para que otros jueguen, comentando campeonatos para la BBC de Londres en inglés... Y a veces este hombre, que ha sido tantas veces triunfador, se pone ante el mar, junto a los jubilados de su pueblo, dejando que el sol le acaricie, pensando, pensando, ¿pensando en qué? De eso habla aquí. Y también habla de dos conceptos que le obsesionan y le cercan, como si fueran dos vías al camino de la perfección: el equilibrio y la concentración. Es moreno y está moreno. Animada por el sol, por la cercanía del mar, en Pedreña (Cantabria), donde nació hace 46 años y donde ahora vive con sus tres hijos y con su mujer, Carmen Botín, esta piel suya debe de ser ya parte de su condición.

Cuando le encontramos es un sábado. Hablamos solos bajo una carpa blanca, y a veces vemos en su rostro un rictus que recuerda la melancolía rabiosa de un hombre que se revuelve cuando los demás quieren arañarle el alma. Y que se vuelve un adolescente en pleno desamparo cuando surge en la conversación el dolor que le produjo, desde 1986, la muerte de su padre, Baldomero Ballesteros, con quien cultivó la tierra y cuidó las vacas cuando todavía no tenía los 10 años.

La mujer y los hijos de Severiano Ballesteros han aliviado esa soledad que le ha dejado la ausencia fatal de su padre. Pero cuando el padre viene al primer plano, en sus ojos atentos aparece un agua que él evita.

Día 20 de agosto de 1990, a las 7.20... Nació mi hijo Baldomero Javier. Fue algo muy especial. Ver su nacimiento en directo y luego cogerlo en mis brazos... Lo primero que se me ocurrió fue contarle los dedos de pies y manos, a ver si estaba todo bien. No sé, una sensación muy especial, muy emotiva, muy emocionante.

¿Volvió el recuerdo de su propia niñez?

Yo nací en mi casa, no en una clínica como él. Mis primeros años fueron muy diferentes a los de mis hijos. Yo vivía en un pueblo en el que no había prácticamente de nada. Había una centralita para toda la gente del pueblo. La telefonista se llamaba Angelita, una señora mayor, la recuerdo muy bien. Y sólo un televisor, en el bar El Culebrero, donde no me dejaban entrar... Ahí veía El Santo, El fugitivo..., a través del cristal de la ventana. No había nada; apenas unos caramelos y unas pipas, nada más. No había ni golosinas. No teníamos un balón en el colegio, lo fabricábamos con trapos amarrados. Jugábamos con las canicas, era más fácil. Me acuerdo que, cuando salía de la escuela, a las cuatro de la tarde, me iba corriendo a ver la serie Bonanza o los dibujos animados de Los Picapiedra... Nos teníamos que inventar los juegos; ahora ya los niños tienen los jueguetes hechos...

¿Qué le dio ese mundo como persona?

Mis padres siempre estaban trabajando, los dos. Mi padre hacía de todo: trabajaba en el campo, con las vacas, pescaba, hacía de caddie en el campo de golf de Pedreña... Mi madre trabajaba todo el día desde por la mañana hasta por la noche. Con cuatro niños era duro. No existían los medios de hoy, no teníamos lavadora ni secadora; teníamos una poza adonde iban todas las mujeres del pueblo a lavar la ropa. Ella debía lavar, coser, hacer la comida y la compra... Un trabajo muy duro, de 16 horas diarias. Una época muy difícil.

Una relación muy dura con la tierra.

Por la mañana, antes de ir a la escuela, ayudaba a mi padre a sacar el estiércol de las vacas; al mediodía las llevaba al bebedero; luego segábamos juntos la hierba y la guardábamos en el pajar para el invierno. Incluso le ayudaba cuando las vacas se ponían de parto: juntos tirábamos de la cría. Después yo repartía en el pueblo la leche de las vacas; teníamos gallinas, conejos. Iba con mi padre a Solares, a ocho kilómetros, con el carro y el caballo, a buscar harina para hacer la borona [pan de maíz o mijo] para el invierno, y eso es lo que desayunábamos: una tarta de borona y un tazón de leche. Llevábamos una vida difícil; no faltaba nunca nada, pero tampoco sobraba nada. Estábamos justos.

Le parecería una vida injusta...

De mi niñez tengo grandes recuerdos. Entre los vecinos del pueblo había una gran solidaridad y un verdadero espíritu de colaboración; si había que ayudar a segar, ayudábamos. Hoy hay más intereses, cada uno va a lo suyo... Muchísimo egoísmo.

Alguna vez ha dicho que en la sociedad actual manda el tanto tienes, tanto vales... ¿Cómo cree que la gente le percibe ahora?

La gente, en general, va con el campeón. A medida que el campeón deja de ganar van quedando menos alrededor, quedan los verdaderos amigos. Pero eso es normal. Me acuerdo de una frase de mi amigo Roberto de Vicenzo, el gran jugador, que me dijo: "Mirá vos, aprovechá el momento, que cuando la bolita deje de entrar en el hoyo, la gente no te va a dar ni bola". Eso me lo dijo porque ya le había pasado a él.

¿A usted le ha pasado?

Sí, lógicamente. Cuando ganas y eres la estrella y famoso, siempre salen más parientes de los que realmente tienes y todo el mundo presume e intenta utilizarte. A mí me han intentado utilizar muchos y me han utilizado muchos, aun yo sabiéndolo. Pero, bueno, así está montado el mundo; uno no puedo controlarlo todo.

Su padre le llevó al golf...

Bueno, yo entré en el mundo del golf porque nuestra casa estaba a unos 150 metros del green del 2, y por mis hermanos. Los cuatro hemos sido profesionales. Y empecé como caddie porque todos en casa teníamos que aportar lo que pudiéramos. Hacía de caddie sábados y domingos. Mi primer trabajo fue con don Santiago Ortiz de la Torre, un médico de niños, un hombre del que guardo gran recuerdo. Me pagaba 40 pesetas: me daba para comprar pipas y caramelos, y unos polvorones, y para ir al cine, que entonces valía un duro... Y el golf me entró como una fiebre.

En 1976 tuvo su primer gran éxito, en Inglaterra. ¿Sintió entonces orgullo? ¿Cuál fue su primer pensamiento?

Yo soñaba con ser profesional y con llegar a ser el mejor. Me hice profesional con 16 años y rápidamente empecé a destacar: gané mi primer campeonato de España sub 25, en Pedreña, cuando sólo llevaba cuatro meses de profesional, y quedé segundo en el Open británico de 1976. El mejor. Sí, quizá por ignorancia pensaba que era el mejor aunque quizá no lo fuera, pero yo lo pensaba y eso era lo importante, me daba fuerzas. Por esa misma ignorancia desconocía que el Open fuera tan importante, y me vino bien, luego lo supe, quedar segundo. Johnny Miller, el ganador, dijo: "Para Seve ha sido mejor quedar segundo que primero". En ese momento pensé que Miller no sabía lo que estaba diciendo. Yo siempre creí que el primero era mejor que el segundo. Pero él tenía razón, porque si entonces yo llego a ganar el Open británico creo que no hubiera podido aguantar tanta presión. No estaba preparado para eso. Y cuando me llegó el triunfo, tres años más tarde, ya sí estaba preparado para asumirlo...

Entonces el golf era más de élite...

Era un deporte mal visto, la gente lo veía como de ricos y de señoritos...

Y de aristócratas...

... mal visto por la mayoría de los españoles. A través de mis triunfos y de lo que comenzaron a contar los medios se empezó a hablar más del golf, a conocerlo más, y esto fue creciendo, hasta el día de hoy...

Que ya es una gran industria. ¿Cómo recibieron sus padres el éxito?

Muy bien. Mi padre siempre fue un hombre muy optimista, confiaba de todo en mí. Mi madre, en cambio, era un poco más pesimista. Porque al principio ella pensaba que yo debía encontrar un trabajo más normal, más estable, que me garantizara el futuro. Porque el golf, claro, te garantiza algo si sales y juegas bien, y si no es así, pues no te garantiza nada. Pero mi padre confiaba en mí. Y ambos se tomaron muy bien el éxito. Siguieron haciendo su vida normal, no se les subió a la cabeza...

¿Siguieron como siempre?

Mi padre continuó con las vacas mucho más tiempo, pero luego las dejó...

Y también dejó las papas...

Él sembraba patatas, remolachas, nabos, alubias, judías... Lo siguió haciendo; le decíamos que lo dejara, pero él no sabía hacer otra cosa. Y tenía razón. ¿Qué iba a hacer? Ya no era por dinero: a través del trabajo, uno se distrae, se siente más realizado. En el paro te sientes como más inútil, parece que no sirves...

Llevaba el cultivo de las papas como un símbolo...

Sí, hay una anécdota divertidísima que sucedió mientras volábamos desde Ohio hasta Nueva York, en Estados Unidos. Le descubrí mirando muy atento por la ventanilla, y le pregunté qué era lo que le llamaba tanto la atención. Esto es lo que me dijo: "Es que llevo una hora que sólo veo casas, y casas, y casas. ¿Cuántas patatas hay que sembrar para dar de comer a todos éstos?". Él no podía imaginar que en Estados Unidos hubiera otra fórmula menos costosa para cosechar patatas para tanta gente. Mi padre era un hombre muy sufridor, no se quejaba de nada, tenía un gran sentido del humor; le vi muy pocas veces enfadado, pero cuando se enfadaba salían chispas de sus ojos. Y mi madre era una gran trabajadora, yo creo que jamás fue al cine. Siempre la vi trabajando, más que mi padre incluso. Vivió toda su vida para nosotros.

Qué mundo tan distinto al mundo de sus hijos...

Sí, siempre les digo a mis hijos que la vida es muy dura, que hay que estudiar. El mayor me dice: "Papá, qué pesado eres". Y yo les insisto en que hay que tener una preparación; que la vida va a ser cada vez más dura, más difícil; que hay que trabajar y luchar... No se consigue nada sin esfuerzo, y lo que se consigue sin esfuerzo, ni lo aprecias, ni lo valoras. Y les repito que hay que ahorrar, que deben apagar las luces cuando se van de un cuarto, que no deben gastar agua por gastar... Y que los regalos deben ser cosas útiles. Y no han de ir al colegio presumiendo de lo que tienen o de que su casa es así de grande... Les digo: "No seáis ostentosos, en el colegio os pueden coger hasta manía". Tampoco me gusta que salgan en la prensa, ni en ningún otro lado. Que sean normales. Ellos no tienen la culpa de que su padre sea famoso...

¿Cómo ve usted el mundo al que ellos han llegado, este mundo de ahora?

¡Uf!, lo veo muy duro, muy competitivo, muy complicado... Y como sigan surgiendo tantas cosas nuevas, e inútiles, dentro de 10 años me voy a sentir yo mismo incapacitado para vivir en un mundo tan moderno. Ahora hay tantas cosas..., no necesitamos tantas... Muchas veces le digo a Carmen, mi mujer, que el 90% de las cosas que hay en casa no valen para nada; al revés, te dan trabajo, y cuantas más tengas, más te preocuparás por ellas, más esclavo te vuelves de ellas. Hay que tener pocas...

¿Y qué hacer con lo que sobra?

Por Navidad, nosotros hacemos limpieza, y los niños, también. Lo metemos todo en bolsas y se lo damos a los niños pobres. De los regalos que tienen guardan algunos, y el resto lo damos casi todo.

Parece que un mundo en el que hay excesos para unos y carencias para otros está mal hecho...

Hay mucho consumismo. Y mucha injusticia. El mundo es injusto desde el mismo momento en que uno nace. No es lo mismo nacer aquí que en África, donde los pobres no tienen qué comer. Es injusto. Pero voy a decirte una cosa: yo creo que a su manera todo el mundo tiene algún momento feliz, y cada uno sufre a su manera. La felicidad completa no creo que exista. Son momentos, y hay que aprovecharlos.

¿Qué es la felicidad para usted?

La felicidad es el equilibrio. Es difícil alcanzarlo, ahora que hay tantas cosas, tantas tentaciones, pero para mí es el equilibrio. El equilibrio está en el respeto, en la tolerancia, en la comprensión de la gente. Una de las cosas más difíciles que existen es intentar ponerte en el lado de la otra persona...

Es constante en sus declaraciones públicas su preocupación por la concentración como un elemento fundamental de su juego...

Cuando uno está tranquilo es cuando hay más concentración. Sí, lo he dicho hace tiempo, pero ahora han cambiado las cosas. Antes era muy difícil concentrarse en los campos de golf: la gente charlaba, los fotógrafos se movían, sacaban fotos en momentos inoportunos. Siempre lo comprendí, pero lo sufrí, porque me hacía perder la concentración, y si la pierdes no focalizas y no llegas a hacer las cosas como se deben hacer. Ahora hay más control en el campo; la gente conoce más el juego, ya sabe que no debe moverse; los fotógrafos ya no sacan fotos en momentos inoportunos. En aquellos tiempos lo sufrí todo, también la incomprensión de la prensa, que no valoraba lo suficiente mis triunfos; pero ahora lo entiendo, es que entonces no entendían...

Usted sí los valoraba...

Cómo no los iba a valorar... He disfrutado muchísimo jugando. No hay nada mejor que tener una profesión que te gusta y llegar a ser el mejor en ella.

El mejor. Qué expresión más tremenda.

Sí, y no lo digo pavoneándome, ahí están mis triunfos. Es lo máximo que puede hacer uno: conseguir un trabajo que te gusta, disfrutar mucho y encima ser el mejor. Es una suerte tremenda.

¿Cómo le hizo el éxito como persona?

Creo que lo he llevado bastante bien. Nunca se me subió a la cabeza, creo. Siempre tuve los pies en el suelo. Me consideraba un buen profesional y lo he intentado dar todo en el campo. No soy una persona ostentosa, nunca presumí de nada. Y cuando he estado con la gente y con los amigos, en ningún momento me he puesto por encima de ellos; siempre los he respetado, siempre he vivido igual, no he cambiado nada. Sigo entrenando, aunque un poco menos porque no puedo; sigo viviendo en el mismo sitio; visito los mismos bares y restaurantes; sigo estando prácticamente con los mismos amigos...

En 1993 dijo usted que se hallaba profesionalmente en un pozo. A lo largo del tiempo se observa en usted una autocrítica pública que no es común entre los deportistas; si acaso la hay en muy pocos, como Induráin o como Zidane...

Yo me he equivocado muchísimas veces. Volvemos a lo de siempre: si mi abuela tuviera ruedas sería una bicicleta... No se puede dar marcha atrás. En la vida no hay molligan [cuando en el golf tiras una bola y te permiten repetir], no hay una segunda oportunidad; lo bonito sería volver a empezar de nuevo para no cometer los mismos errores... Cometí muchos, pero hay uno que me reprocho más: el no haber seguido estudiando, el haber abandonado la escuela. Eso lo echo mucho de menos. Y le digo a mi mujer: "A los chicos hay que hacerlos estudiar, y si es preciso ponerles una profesora particular, hay que ponérsela, hacerles estudiar. Es mejor gastarse el dinero en ponerles a estudiar que en darles una herencia". Pero, claro, en aquellos tiempos mis padres estaban preocupados por los estudios hasta cierto punto, porque allí lo que había que hacer era trabajar y ganar el dinero para comer y salir adelante. La preocupación no era labrarse un futuro, sino sobrevivir día a día...

¿Y no ha tenido la tentación de estudiar luego?

¡Huy!, no retiene mi cabeza...

¿No se concentra?

No sé, hace poco empecé a dar unas clases de inglés; sé hablar inglés, pero me gustaría mejorarlo, sobre todo porque he empezado como comentarista de la BBC y me gustaría no meter la pata, no decir tonterías. Mi mujer me ha preguntado cómo van las clases. Pues no sé cómo van, porque llevo dos semanas y no he aprendido nada. Y es que uno ya no retiene.

¿Por qué ocurre eso? ¿En qué está pensando?

No sé, no está la mente ahí. O es que no pones interés. Es curioso, a mí me cuentan un chiste y lo retengo muy bien, pero me cuentan cualquier otra cosa y me mente se va por ahí...

Eso afecta a su juego.

Sí, claro. Siempre he dicho que la mente es muy grande y muy poderosa. Y en el golf, el poder de la mente representa un porcentaje muy alto. La mente es importantísima.

Quizá la presión social sobre un deportista de élite es tal que le obliga a estar siempre en el mismo nivel...

Yo creo que no, lo tengo muy claro. La vida, me lo decían mis padres, es muy corta. A mí se me ha pasado el tiempo en un abrir y cerrar de ojos. La vida son etapas: uno nace, crece y se muere, y lo que hay que hacer es disfrutar al máximo. Eso cada día lo tengo más claro. Sé que el tiempo pasa, y que no sólo a uno le cambia el pensamiento, sino el físico también...

¿Qué le dice el cuerpo ahora?

A mí el cuerpo me duele todo, me duele hasta el sentimiento. Hay que tener en cuenta que he estado viajando 30 años, jugando, compitiendo; una vez eché la cuenta de cuántos golpes daba al año, y creo que eran 50.000. Multiplica por 30 años... La vida da muchos golpes... Aunque yo pienso que el golf es un deporte muy sano, sanísimo, pero también pienso que todos los deportes de alto nivel son insanos. El deporte hay que hacerlo con moderación...

¿Y por qué es insano?

Te puedo poner un ejemplo, el ciclismo. El ciclismo, que a mí me gusta muchísimo, no es sano. No puede serlo estar corriendo el Tour de Francia durante 21 días y permanecer subido a una bicicleta seis horas todos los días, con el corazón a 180 pulsaciones por minuto. Eso no es sano, es imposible. El corazón, como el cuerpo, está hecho para aguantar un cierto esfuerzo, pero cuando ese esfuerzo se sobrepasa no puede ser bueno...

¿Y el golf?

Creo que es el deporte del futuro. Se lo comenté hace años al que fue presidente del Consejo Superior de Deportes, Romà Cuyás, y me miró de una manera extraña, como pensando: qué querrá decir este chaval. Se lo dije hace veinte años y el tiempo me está dando la razón. Cada vez el golf es aceptado por más gente, hay más gente que juega al golf. Ahora mismo es el tercer deporte más practicado del país, y a medida que haya más campos públicos habrá más... Creo que debe haber campos privados, comerciales y públicos. Campos privados para aquellos que quieran tener su propio campo, eso es normal; campos comerciales, porque crean muchos puestos de trabajo, mucha riqueza alrededor, y campos públicos para que pueda practicar todo el mundo: el albañil, el taxista, todos.

Parece que el deporte en España no se ha planificado como instrumento de salud o de convivencia, sino para comerciar con él...

El deporte es un instrumento de integración, sí. Y el golf no puede ser más familiar, más sociable; juegas hablando, y sigues hablando de la partida durante meses y años, da mucho de sí. Al golf juega todo el mundo, desde los niños hasta los ancianos... Y quien practica deporte está apartado de los riesgos que corre la juventud hoy día: la droga, el alcohol..., todo eso.

Vuelvo a 1993. Si entonces dijo que estaba metido en un pozo, ¿dónde está ahora, 10 años después?

¿Ahora? Ya me he desdoblado. Antes sufría porque no estaba en el nivel en que yo pensaba que debía jugar. Ahora, no. Ahora lo veo como algo que es normal que suceda a lo largo del tiempo, pero sigo luchando y voy a seguir luchando. Otra cosa es que siga adelante o no, pero hay que luchar y no perder ni la ilusión, ni la esperanza. Si llegas, bien, y si no llegas, pues qué le vas a hacer. Lo peor es que desees hacer algo y ni siquiera lo intentes. Cuando todo se acabe diré: bueno, algunas cosas las hice bien, otras mal y otras resultaron regular; pero lo intenté, di todo lo que tenía.

Afirmó que se retiraría en 2010.

Imposible, un jugador de golf no se retira nunca. Siempre está el gusanillo ahí. Siempre te gusta competir, te gusta jugar. Además sólo tengo 46 años... Al empezar tan joven, hay gente que dice: "Seve, joder, debe tener 60 años...".

¿Usted qué edad se calcula por dentro?

Me siento con muy buen humor, como si tuviera 20 años. Me siento muy joven. El único problema es que ando bastante fastidiado de la espalda. Aunque ya me molesta hasta hablar de ello. La gente ya debe de estar cansada de oírlo y leerlo, pero he sufrido de la espalda desde que empecé en esto, en el año 1974. Si yo hubiera estado bien físicamente habría ganado bastante más de lo que he ganado. Pero no me ha acompañado la salud...

Pero ganar ahora no es el objetivo.

Claro que sí. El objetivo es competir y divertirme, pero yo sólo sé jugar si es para ganar.

El golf es su vida...Es mi vida. Gracias a él he conseguido todo lo que tengo. No sólo a nivel económico. He viajado, he conocido a gente muy interesante... Pienso que el golf, sobre todo, requiere una cosa: que tengas los pies bien en el suelo y seas muy humilde. Porque éste es un deporte impredecible: pasas de ser el mejor a colocarte entre los mediocres...

Esa expresión, bajo par, se parece a lo que nos ocurre en la vida: tratas de cumplir cuanto antes tus objetivos...

Es un deporte muy complicado, muy difícil, sobre todo para los jóvenes; porque sabes qué vas a gastar en él, pero no sabes qué vas a ganar con él...

¿Qué derrota es la que más le ha dolido en la vida?

Lo más doloroso en mi vida ha sido la pérdida de mi padre y de mi madre. Sobre todo la de mi padre. Y no es porque le quisiera más, sino porque se murió mucho antes, cuando tenía 67 años y estaba en el mejor momento. Era cuando estaba al fin disfrutando de la vida, y viajaba conmigo, y éramos muy amigos. Mi madre falleció con 85 años; tuvo mucho más tiempo, y se murió de repente y feliz. Mi padre enfermó de cáncer, lo pasó muy mal. Todos lo pasamos muy mal sabiendo que estaba con nosotros y que pronto ya no estaría sentado ahí, en la cocina, comiendo junto a todos. A mí me afectó mucho, muchísimo, porque era un hombre muy especial.

Cuando usted se sienta ahora ante al horizonte, en su pueblo, ¿qué piensa?

Soy una persona que aprecia las vistas, por eso me muevo tanto en bicicleta. ¿Que qué pienso? Disfruto simplemente, no pienso en nada. O sí, pienso en la suerte que tengo de vivir en un sitio tan especial como Cantabria, en un país tan hermoso como España. Tenemos el mejor país, sin duda.

¿Querría que alguno de sus hijos le emulara?

Alguno juega al golf, lo he conseguido. Pero lo que quiero es que primero estudien, que tengan preparación y sean buena gente.

¿Siente envidia de los que vienen?

No, qué va. Al revés. Bueno, sí me gustaría tener 25 años, como algunos de ellos. Pero disfruto muchísimo al ver a jugadores como Sergio García o como José María Olazábal. Me siento orgulloso... Cuanto más ganen ellos y mejor les vaya, pues mejor para la promoción de este deporte y mejor también para todos. La envidia no te lleva a nada.

Por cierto, ¿sabe cómo se dice envidia en inglés?

Envy, me parece.

Vídeo: CANAL PLUS
Ballesteros, aclamado por el público tras dar el golpe desde el aparcamiento en el Open de 1979
Ballesteros, aclamado por el público tras dar el golpe desde el aparcamiento en el Open de 1979STEVE POWELL (GETTY IMAGES)

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