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Medallas de honor

La guardameta estadounidense, Hope Solo, compite para dedicarle los trofeos a su padre, veterano del Vietnam fallecido hace cuatro años

Nunca le importó que de pequeña la llamaran marimacho. Crecer en Richland, Washington, a poco más de un kilómetro de las instalaciones nucleares de Hanford, forja el carácter y desarrolla el espíritu de supervivencia. Tras una infancia difícil, Hope Amelia Solo cumplirá 30 años el próximo 30 de julio y actualmente es la mejor guardameta del mundo. "Siempre he querido serlo, he luchado por ello, pero hasta hace unos meses nunca había tenido el coraje de decir en voz alta que era la mejor, me sentía estúpida al decirlo", proclamó antes de comenzar el Mundial femenino de Alemania. Hoy, Solo buscará el título en la final ante Japón (Commerzbank Arena de Frankfurt 20.45h) con el valor añadido de luchar por la medalla de oro que nunca le pudo brindar a su padre.

Hace cuatro años, la portera estadounidense llevó a su equipo hasta las semifinales del Mundial femenino de China 2007 sin encajar un solo gol. Brasil esperaba como último obstáculo para alcanzar el título. "Estaba jugando como nunca, quería ganar aquella medalla con toda mi alma para dedicársela a mi padre que había fallecido poco antes del Mundial", reconoce. Pero su sueño se truncó en favor de otro homenaje. El entrenador Greg Ryan decidió otorgar la titularidad a la veterana Briana Scurry -campeona del mundo en 1999 y titular hasta 2004 en la conquista del oro en los Juegos Olímpicos de Atenas-, como reconocimiento a su trayectoria en la selección. El resultado fue concluyente. Estados Unidos perdió 4-0 y quedó eliminada. "Si hubiese jugado yo no habríamos perdido. No se puede vivir en el pasado", espetó Hope tras el partido con una mezcla de frustración y pena infinita. Aquellas declaraciones la costaron el destierro del equipo nacional. No fue convocada para el partido por el tercer puesto, la apartaron de la concentración prohibiéndola incluso comer con sus compañeras, y le negaron la posibilidad de regresar a Estados Unidos en el avión de la expedición.

Aquello fue casi lo de menos. A Hope solo la martilleaba el dolor de no haber logrado la medalla que le había prometido a su padre. Jeffrey, veterano de la Guerra de Vietnam, había inculcado a su hija, desde bien pequeña, el amor al deporte y un irrefrenable espíritu competitivo. Juntos rivalizaban por ver quién capturaba más ranas en las orillas del río Yakima y el Columbia. Juntos practicaban deporte...Y juntos ordenaban y daban lustre a las medallas y condecoraciones militares de Jeffrey. Solo apenas tenía apenas seis años cuando sus padres se divorciaron. Su padre empezó entonces a vagar por las calles de Seattle acampando habitualmente en un bosque junto a la ciudad. Hope luchó por no perder el contacto. "Me negué a considerarle un vagabundo, él eligió vivir de esa manera. Era un tipo duro, criado en un hogar de niños en el Bronx. Cuando avanzó mi carrera le ofrecí dinero para cambiar de vida pero nunca lo quiso. Me llamaba desde los teléfonos públicos y escogíamos un lugar para reunirnos en el bosque. Le llevaba macarrones con queso y hablábamos durante horas. Conocía los secretos de la vida y el deporte, por eso nos entendíamos bien", reconoció Solo en una conmovedora entrevista concedida hace tres años a la ESPN.

Entre tanto alboroto, Hope nunca perdió su pasión por el fútbol. Comenzó su carrera como delantera en el All América de Richland y marcó 109 goles en dos temporadas. Pero a los 15 años, su entrenador Carl Wheeler la propuso ponerse de portera para sustituir a una compañera lesionada. "Me lo tomé a broma, como un castigo pasajero", relata. Pero su altura y morfología hicieron que se prolongara su estancia bajo los palos por consejo de los técnicos. Hasta ahora, cuando Hope puede tener la mayor de las recompensas. Esa que le impidieron en el anterior Mundial, esa que va por su padre.

Hope Solo, portera de Estados Unidos.
Hope Solo, portera de Estados Unidos.CHRISTOF KOEPSEL (GETTY)

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