_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La final que perdimos antes de jugarla

Hace 24 años, estábamos acostumbrados a hacer giras anuales por Sudáfrica, Australia, Argentina y Nueva Zelanda. Pero desde el primer partido que jugamos en ese viaje a las antípodas nos dimos cuenta de que era algo totalmente distinto. Era el primer Mundial, el de 1987, una novedad. Una grandísima aventura que culminamos en la final. Con un partido que empezamos a perder una semana antes.

Cuando recuerdo ese torneo, veo muchas similitudes con el de este año. Nuestro juego también levantó muchas críticas por parte de la prensa; nos costó pasar primeros de grupo para evitar a los All Blacks; y sufrimos para eliminar a Fiji en cuartos, casi tanto como los chicos de Lièvremont contra Gales. Pero lo duro vino luego en las semifinales contra Australia.

Disputamos el penúltimo duelo del torneo en Sydney, ya que algunos partidos del Mundial se jugaron en Australia. Fueron 110 minutos de juego -80 de partido más la prórroga- muy intensos, y ganamos en el último suspiro. Tras esa victoria, recibimos todo tipo de telegramas, cartas y llamadas. Nadie se creía que fuéramos a ganar en las semifinales. Esa fue nuestra gran victoria. Y, de paso, el principio de nuestra derrota. Tras el partido de Fiji, el seleccionador, Jacques Fouroux, nos impuso una semana llena de trabajo físico y nos metimos mucha presión. Los entrenamientos eran más duros que los partidos. Pero claro, después de todo ese desgaste, el gran esfuerzo del partido contra los Wallabies acabó por destrozarnos física y mentalmente.

Cuando volvimos a Auckland, sufrimos, además del cansancio, la presión de la gente. ¡Estaba lleno de fanáticos! Los neozelandeses, por su parte, llegaron mucho más descansados, ya que jugaron un día antes y contaban con el apoyo de su público. En el vestuario, antes del partido y atendiendo a mi condición de capitán, les dije a mis compañeros: "Estamos en la otra punta del mundo. Tenéis que jugar por vuestras familias, por vuestros amigos, por toda la gente que está en Francia. ¡Vamos a hacer un partido grande!". Aguantamos media hora, plantando cara al mejor equipo del universo, y nos fuimos al descanso con opciones; solo perdíamos por 9-0. Pero ellos eran más fuertes y los dos ensayos de la segunda parte fueron un golpe psicológico insalvable.

Pese a que fue una desilusión deportiva, fue un auténtico honor poder tener la gran responsabilidad de liderar a un equipo muy veterano, en la primera final de un Mundial, en un país donde el rugby es más que una religión, en un sitio en el que los niños solo tienen una idea, ser All Black. No podía aspirar a más. Fue la mejor experiencia de mi vida deportiva.

Daniel Dubroca fue el capitán de Francia en el Mundial de 1987. Entre 1990 y 1991 fue seleccionador y ahora es vicepresidente del Club de rugby Agen de la Primera División de Francia.

Los jugadores de Nueva Zelanda y Francia luchan por un balón en 1987, durante la primera final de un Mundial de rugby, en el Eden Park de Auckland.
Los jugadores de Nueva Zelanda y Francia luchan por un balón en 1987, durante la primera final de un Mundial de rugby, en el Eden Park de Auckland.GEORGES GOBET (AFP)

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_