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ENTRE FANTASMAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Madrid Foot Ball Club

Cabría recordar a los hinchas intransigentes que los fundadores de su Real Madrid fueron dos catalanes

“¿Qué pasaría si el fútbol español, que debe más de 5.000 millones de euros, quebrara y dejara en la calle a sus jugadores? ¿Se apuntarían al paro? ¿Qué trabajo alternativo encontrarían Messi o Cristiano Ronaldo? ¿Qué discoteca contrataría a Pepe? ¿Quién confiaría a Clemente las relaciones públicas? ¿Por qué pasarelas desfilaría Piqué? ¿En qué aparcamiento emplearían a Mourinho?”, se preguntaba mordaz la psicóloga y matemática Georgina Tres Catorce Dieciséis, más conocida por Gina Pi.

Todavía bajo los efectos del midazolam con vodka, el erudito balompédico Procopio había perdido, además del sentido del humor, síntoma inequívoco de enamoramiento, la capacidad de pensar por sí mismo, equiparándose en ello al resto de sus conciudadanos que han encomendado a un Gobierno la faena de quitarles hasta lo bailado. “Por cierto, ¿les rebajan también el sueldo a las estrellas del balompié?”, indaga un funcionario esquilmado. “¿Cobran por dar patadas más que la Cospedal?”, interpela un sindicalista acosado. “¿Cuándo pagará el Ayuntamiento lo que debe?”, clama un proveedor agobiado. “¿A quién recortaremos los recortes que nos han recortado?”, inquiere un ama de casa desesperada. “¿Por qué hablamos del guiñol francés cuando tenemos el guiñol en casa?”, reflexiona un progre preocupado. “¿Y si un país quiebra? ¿Qué pasa?”, pregunta Mitzi Gaynor con inoportuna picardía. “¿Cierran las fronteras y lo venden? ¿Despiden a sus habitantes? ¿Adónde van?”. “¡Antes, al menos, existía el extranjero y se llamaba París!”, exclama un intelectual nostálgico.

Por cierto, en Francia jugaba por aquel entonces un delantero de padres polacos llamado Kopaszewski, posteriormente conocido como Napoleón Kopa, que ganaría dos Copas de Europa a la diestra de Alfredo Di Stéfano en el Real Madrid. Pero, para nuestro intelectual nostálgico, el equipo francés lo componían, por desorden de desaparición en escena, nombres que, como marcas de zapatillas, se exponían en el escaparate de la memoria: Trenet, Sartre, Piaf, Picasso, Camus, Brassens, Jean Renoir...

Lo curioso del caso es que Mitzi había rescatado su sonrisa de labios de la mimética matemática Tres Catorce Dieciséis y, en extraña sincronía, remontando el haz luminoso del proyector y sorteando los instintos básicos de Strauss Kahn, el cruce de piernas a lo Sharon Stone había retornado a la pantalla de una película ahora protagonizada por Ángela Merkel, cuya mano mece la eurocuna y cuyos pechos amenazan con destetar a Grecia y al eurodócil Rajoy. Sin embargo, el deficitario vestido de Lauren Bacall en Mi desconfiada esposa seguía ceñido al cuerpo de Pi. Y, para mayor confusión, Mitzi Gaynor se transformó inopinadamente en Naomi Watts, que, ante el pasmo de Petrarca, se convirtió, a su vez, en la mítica Laura. Como cuando cae una piedra en el estanque y altera el reflejo, la fluctuación de identidades provocó que Procopio volviera en sí y, paradójicamente, se reconociera a sí mismo en el espejo. “Los muñecos del guiñol no tienen pies, sino manos que los manejan bajo el faldón”, se dijo, “y su voz vale tanto como el croar de las ranas”.

Si prometen una cosa y hacen la contraria, hay que perdonarles porque no saben lo que dicen y solo hacen lo que les dicen que hagan. Así entendió el buen Procopio cómo funcionaba su Gobierno en Merkelandia y, no encontrando mejor refugio ni mayor consuelo, decidió pensar y hablar solo de fútbol como tantos de sus congéneres que parecen no haber nacido sino para eso. Así pues, mientras el Gobierno trataba de adscribirse el derecho a huelga para ejercerlo ellos llegado el caso, quiso Procopio manifestar su desacuerdo con la falta de galantería de Florentino y Cía al rechazar que se juegue en el Bernabéu la final entre el Barça y el Athletic, dos clubes emblemáticos para la selección española que, bajo ningún subterfugio, merecen ese menosprecio. Y, por si alguien adujera provincianos prejuicios nacionalistas, cabría recordar a los intransigentes seguidores del club blanco que los fundadores de su Real Madrid fueron dos hermanos catalanes, Joan y Carles Padrós Rubió, el 6 de marzo de 1902 y bajo la denominación de Madrid Foot Ball Club.

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