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FÚTBOL | LIGA EUROPA

El triunfo del camaleón

El Athletic, lleno de centrales y atacando a la vieja usanza, invierte la lógica y gana en inferioridad numérica a un gran Lokomotiv (1-0).- El Manchester United será el rival de los vascos en octavos

Muniain celebra su gol frente al Lokomotiv.
Muniain celebra su gol frente al Lokomotiv.Alvaro Barrientos (AP)

Sin duda era un partido camaleónico, lleno de disfraces. Se disfrazó el Athletic de traje antiguo, tocando poquito el balón, rifándolo muchas veces, jugando con el corazón más que con el pie. Se disfrazó el Lokomotiv de equipo tramposillo, nada que ver con aquellos equipos rusos que pecaban de inocentes y le daban siempre al árbitro la coartada perfecta para ir en su contra (por falta de enemistad). Hasta camaleónico era el público que a veces convertía San Mamés en un partido a puerta cerrada y otras veces en una caldera. Y el árbitro, que manejaba el hacha de las tarjetas con un criterio encriptado: no se sabía si era un malvado, un condescendiente, un diplomático o un enredador. Hasta el resultado fue camaleónico. El gol lo consiguió el Athletic jugando con diez, cuando el árbitro rumano sancionó, acertadamente, a Amorebieta con la segunda tarjeta. En octavos espera en una maravillosa eliminatoria el Manchester United, la ida en Old Trafford.

ATHLETIC, 1 – LOKOMOTIV, 0

Athletic: Iraizoz; Iraola, Javi Martínez, Amorebieta, De Marcos; Susaeta (San José, m. 45), Herrera (Ekiza, m. 67), Iturraspe (Íñigo Pérez, m. 45), Muniain; Toquero y Llorente. No utilizados: Raúl, David López, Gabilondo e Ibai.

Lokomotiv: Guilherme; Shiskin, Belyayev (Da Costa, m. 80), Burlak, Yanbáyev; Torbinski, Zapater, Glushakov; Ozdoev (Sychev, m. 65), Caicedo, Tarásov (Torbinski, m. 65). No utilizados: Filtsov, Eshenko, Podberezkin y Durica.

Gol: 1-0. M. 62. Muniain.

Árbitro: Pawel Gil (Rumanía). Expulsó a Amorebieta (m. 59) por dos tarjetas. Amonestó a Iturraspe, Zapater, Caicedo y Tarásov

Unos 35.000 espectadores en San Mamés.

No se sabe qué pensó entonces el árbitro o el Lokomotiv, que había hecho una primera mitad para enmarcar de cómo defender bien atacando mejor. Los rusos quizás sintieron el aliento de la superioridad numérica tras haber mostrado su superioridad táctica. Y se helaron. No se sabe si esa acción de gracia le vino mal al equipo ruso o le vino bien al equipo bilbaíno. Cuestiones psicológicas. Lo cierto es que antes Bielsa había movido ficha de la forma habitual. El equipo no funcionaba, no creaba, no conectaba y por lo tanto no remataba. Sus mejores futbolistas eran Iraizoz y Amorebieta, y Caicedo, Torbinski y Tarásov eran amenazas enormes, arañas llenas de tentáculos. El Athletic estaba preso. Bielsa lo desató tras el descanso, metiendo otro central (San José), lo que le permitía liberar a De Marcos de la condena de la banda izquierda. Ahí surgió el futbolista que es: el cuentakilómetros, el indesmayable. Y de paso encontró a Toquero en su mejor versión de extremo derecho. Y así encontró a Llorente, tan abandonado antes. Hasta a Muniain lo encontró, desmayado como estaba, perdiendo el balón, sufriendo en cada pase, olvidado en la banda izquierda ante la presencia descomunal de Iraola en el otro costado.

Un solo cambio varió el dibujo enfermizo de un Athletic que había vivido 45 minutos a merced de la presión del Lokomotiv, de su atrevimiento y de su calidad. También le fue minando el juego contrarrelojista del equipo ruso, que más que perder tiempo le afilaba los nervios, le desquiciaba. Sin balón y con la adrenalina rebosante, el equipo de Bielsa parecía muy menor, sobreviviendo por los cruces mágicos de Amorebieta y las estiradas espectaculares de Iraizoz.

Pero no se adivinaba el gol en la portería del larguirucho Guilherme, poco amenazado, nada intimidado, limitado a estirar los brazos para atajar cualquier asomo de peligro. Bielsa tiró de manual y eligió, sobre todo, la zurda sutil de Íñigo Pérez, un presunto secundario que atesora fútbol sedoso. Un zurdo, zurdo, de los que apuntan y percuten, de los que tocan el balón golpeando. Y llegó la expulsión de Amorebieta, que había visto una amarilla en un intercambio de manotazos con Caicedo y luego por una entrada por detrás que obligó al colegiado rumano a mandarle al vestuario.

Ahí surgió el Athletic de los viejos tiempos. Bielsa metió otro central (Ekiza) para enviar a Javi Martínez al centro del campo y jugueteó con De Marcos de un lado a otro hasta conseguir que el Lokomotiv no supiera si entraba por la banda derecha, por la izquierda o si es que le habían sustituido.

Y en esto marcó Muniain, quizás el jugador más ausente, el menos activo, el más peligroso en las pérdidas del balón, pero a la postre el más listo en el área para recoger una peinada de Javi Martínez y marcar por detrás de la multitud de defensas del equipo ruso. Otro ejemplo de camaleonismo. Otro cambio de piel. Quizás el gol le hubiera correspondido a Llorente, a Íñigo Pérez (por su zurda), a Toquero por su condición de avispero futbolístico. Pero le llegó a Muniain, quizás el más abandonado por la defensa por su tamaño para esas jugadas, porque no andaba fino. Y ¡zás!, la cazó como los pequeños depredadores, aunque por si acaso ya merodeaba por allí Toquero, no fuera que el número de su bota fuera tan pequeño que no llegase al balón por un centímetro. Pero llegó y la épica alcanzó todo su esplendor. Ganó el Athletic, con 10, lleno de centrales, atacando y defendiendo a la vieja usanza. Es decir, como se podía.

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