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EL CHARCO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Messi y los escépticos

Quizá debamos absolver a esos argentinos que el miércoles descubrieron al jugador

Messi celebra un gol ante Suiza.
Messi celebra un gol ante Suiza.FABRICE COFFRINI (AFP)

Encerradas en sus prejuicios, en todas las épocas han existido personas que se resisten a aceptar lo evidente. Debieron pasar muchos años, incluso siglos, desde que Copérnico diera a conocer su teoría heliocéntrica en 1543 hasta que todos se convencieron de que la Tierra no era el centro del universo. Hasta hace poco tiempo, algunos todavía pensaban que afirmar que el hombre comparte antepasados con el chimpancé no era más que una herejía darwinista. Vista esta tendencia humana a recelar de lo que tiene delante de sus propios ojos, quizá debamos absolver a esos argentinos que el miércoles pasado descubrieron a Messi.

Se requirió que le hiciera tres goles a Suiza para que no pocos expresaran esta afirmación: “Ahora sí vimos al Messi del Barca”. Hay un sector del público y la prensa argentina que no aspira a ver a Messi, sino al Barcelona con la camiseta argentina: juzga y razona los partidos de Messi no por lo que realmente son, en su contexto, sino a través de una comparación improbable.

Es, de por sí, extraordinario sostener la regularidad de genio que se le exige para estar a la altura de lo que se espera de él en cada partido con el Barcelona. Sacarlo de su hábitat natural, rodearlo de otros futbolistas y otro entrenador y esperar la misma regularidad en su desempeño, como si se tratara de un jugador de ping-pong o de un ajedrecista, es solo un ejercicio optimista de la imaginación. Cargarlo luego con las expectativas de un país y señalarlo si el equipo no gana o tildarlo de desapasionado si desentona cuando canta el himno es fruto de la inmadurez de quienes viven esperando la llegada de un líder salvador que ponga nuestra desmesurada ilusión en sus espaldas y nos eleve, como por arte de magia, él solo, hasta la Copa del Mundo.

Sacarlo de su hábitat natural, rodearlo de otros futbolistas y otro entrenador y esperar la misma regularidad, es un ejercicio optimista de la imaginación

No ayuda a madurar nuestra mirada la repetición de un mito popular muy argentino: “Maradona ganó solo el Mundial de 1986”. Sobra decir que Diego fue el elemento mágico de desequilibrio de aquel equipo de Bilardo, pero Ruggeri, Giusti, Batista, Valdano, Burruchaga y Brown, todos con pasta de líderes, formaban la base de un grupo de muy buenos futbolistas con un enorme carácter competitivo. El deseo argentino, entonces, no sería solamente que Messi sea en el próximo Mundial el Maradona del 86, sino que esté a la altura de nuestra fábula idealizada sobre el Maradona del 86.

En los juicios sobre Messi pesan también los éxitos del Barcelona. Como si su presencia en la selección debiera contagiar a todos el fútbol que juega su club, se siguen sus movimientos como si le rodearan Xavi, Iniesta y Alves. Esto sucede incluso siendo Messi un talento integral. Podemos pensar en otros grandes futbolistas que, según el estilo de juego de un equipo, podrían no resultar tan útiles. ¿Para qué sería necesario Xavi en un equipo muy defensivo, contragolpeador y desinteresado en la posesión? o, por poner un ejemplo más a mano, ¿cómo encajó Ibrahimovic en un esquema coral, asociativo, de posesión y presión coordinadas donde muchos movimientos estaban supeditados a los de otra figura? Sin embargo, Messi, dominador de todas las facetas del juego, incluso en las antípodas de su contexto ideal seguiría siendo un futbolista indispensable en cualquier estilo y con cualquier esquema.

Si no podemos pretender verle con Argentina el altísimo nivel de regularidad que le vemos en el Barcelona es porque Messi es extremadamente preciso, veloz y profundo. El Barcelona actual interpreta y apoya eficazmente esa velocidad con precisión. Tiene el diseño del juego y los jugadores ideales para exprimir su talento. Le crea las mejores condiciones para entrar en juego con el menor gasto de energía, sin tener que hacer grandes e innecesarios desplazamientos en el desmarque, y luego aprovecha al máximo su capacidad de desequilibrio y de gol.

No se trata solo de que Messi creció jugando así y encaja a la perfección en el aceitado sistema del Barcelona. En estos años, Guardiola también ha ido amoldando el sistema a Messi. Argentina intentará rodearlo con inteligencia. Deberá arriesgarse en la velocidad de ejecución y acelerar la circulación para lograr liberarlo y ganar profundidad para tenerlo cerca del arco y aprovechar su contundencia. Lo que no debe hacer es pretender que lo haga solo.

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