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EL CORNER INGLÉS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La princesa Diana y el futbolista

Lo que se ha dicho una y otra vez es que la casi tragedia de Muamba ha puesto la importancia del fútbol en perspectiva, ¡tonterias!

Mosaico en apoyo de Muamba en el estadio del Bolton Wonderers
Mosaico en apoyo de Muamba en el estadio del Bolton WonderersCHRIS BRUNSKILL (GETTY)

“Silencio. ¡El fútbol murió de paradas cardiacas!”.

—Eladio Paramés, en Twitter esta semana

La muerte de la princesa Diana sigue teniendo secuelas entre los ingleses. Les sacó una vena blandengue hasta aquel momento desconocida en un pueblo caracterizado por la ironía y la frialdad. Desde que murió Diana, en 1997, los súbditos de su Majestad no pierden la oportunidad de responder a las tragedias ajenas con desproporcionadas muestras de dolor, con exuberantes llantos, lamentos y montañas de racimos florales.

Casos recientes: la cantante Amy Winehouse, víctima de las drogas y del alcohol, y el seleccionador galés que se suicidó, Gary Speed. Esta semana lo hemos vuelto a ver, pero ni siquiera fue necesario que el objeto de duelo muriera para que el país se vistiera ostentosamente de luto. Fabrice Muamba, un jugador de 23 años del Bolton Wanderers, sufrió un paro cardiaco durante un partido contra el Tottenham y, mientras yacía en el hospital en estado “crítico pero estable”, la gente ya hacía cola para colocar flores y ositos de peluche en el muro de turno. Pero esta vez se fue incluso más lejos. Inglaterra, el país menos religioso de la Tierra, apeló a la intervención divina. Todos los medios —Twitter, Facebook, los periódicos— hicieron eco del mismo mensaje: Pray 4 Muamba (reza por Muamba). Los jugadores se sumaron a la orgía piadosa. Wayne Rooney, tuitero empedernido, informó al mundo que estaba “rezando por Fabrice y su familia”. Podemos tener la total seguridad de que las palabras del Padre Nuestro le son tan ajenas a Rooney como los sonetos de Calderón de la Barca, pero ahí estaba el delantero del Manchester United rezando. ¿A quién? ¿Cómo? Sería fascinante saberlo.

Todo muy extraño y digno de una extensa investigación socioantropológica. Ahora, esto no quita que el desenlace del episodio haya sido auténticamente conmovedor. Muamba, el Lázaro del siglo XXI, estuvo clínicamente muerto durante 78 minutos. Y ahora habla y se mueve, cuentan, y no se descarta incluso que un día vuelva a jugar.

Inglaterra, el país menos

Para los creyentes ha sido un golazo. Ríanse, nos dirán, pero tanto rezar funcionó. Los milagros existen. Dios y el cielo, también. Y, ¿quién sabe?, quizá tengamos la respuesta definitiva una vez que Muamba nos cuente lo sucedido durante esos extraordinarios 78 minutos. Si resulta que entró en el Paraíso tras recibir la bienvenida de san Pedro y un coro de arcángeles o (si los cristianos se han equivocado) de 72 cariñosas vírgenes, los listillos ateos nos vamos a quedar todos con cara de tontos; y Muamba, muy enfadado con los médicos.

Mientras tanto, a la espera de la revelación de las revelaciones, intentemos poner las cosas en su sitio, que es lo que (además de rezar) han estado haciendo los ingleses toda la semana. Lo que se ha dicho una y otra vez es que la casi tragedia de Muamba “ha puesto la importancia del fútbol en perspectiva”. O sea, que el fútbol no vale nada frente a la vida de un ser humano. No, claro. Ni la música, ni la pintura, ni la literatura ni la buena cocina. ¡Tonterías! Todos nos morimos y una cosa no tiene nada que ver con la otra.

Si queremos hablar en serio de perspectiva, imaginémonos lo que podría estar pensando Muamba del espectáculo que presenta últimamente el fútbol español. Podemos suponer que Muamba ama el fútbol casi tanto como la vida misma y que, como inevitable consecuencia, siente una gran admiración por cómo se juega el deporte hoy en día en España. Todos los ingleses lo admiran. Nadie duda de que la selección española, el Barcelona y el Real Madrid son los tres mejores equipos del mundo. El fútbol español vive su época dorada, pero, en vez de celebrarlo, está empeñado en revolcarse en la estupidez, la rabia y la indignación.

¿Cómo explicárselo a Muamba? Quizá recurriendo a aquel invento del genial periodista Tomás Guasch, el cagómetro, medidor del miedo que siente el equipo que va líder en la tabla ante el acoso de su inmediato perseguidor. Debería de ser un fenómeno más o menos comprensible para un futbolista, aunque Muamba, si tuvo la doble mala suerte de haber seguido los últimos acontecimientos en la Liga española, seguramente se habría sorprendido ante semejante cascada de diarrea mental. La perspectiva, entonces, ¿cuál es? Pues, lamentablemente, que los españoles, o muchos de ellos, tienen incluso menos sentido de la proporción que los ingleses; que, visto lo visto, no hay Dios que los salve.

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