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EXTRAÑOS EN LA GRADA | BERNARDO ATXAGA

“Mi héroe es Bikila, el de los pies descalzos”

Atxaga cree que el deporte debe ser "dramático y grandioso"

Juan Cruz
TOMÁS ONDARRA

Se llama José Irazu Garmendia y es (para la literatura) Bernardo Atxaga. Un día le enseñó Bilbao al cronista, y luego le enseñó Donosti. En cada rincón de ambos lugares este guipuzcoano de 1951 halló motivos para relatar una fábula, de modo que cada recodo del camino suponía horas para él. Hablar de deportes con él es someterte a esa sabiduría: no vas a hablar desde la grada, sino desde la memoria, y a veces con los ojos cerrados. Así habla.

Es un narrador nato, oral y escrito, escribe en euskera, y se le lee en muchísimos idiomas, incluido el castellano. Obabakoak (1989) supuso el primer paso de una destacada obra en marcha entre las que figuran El hombre solo, Esos cielos, El hijo del acordeonista y Siete casas en Francia, su última novela. Conversar con él es detenerse en trozos de leyendas como si fueran esquinas de un pueblo; así que hablar de deportes con este hombre verdaderamente extraño en el graderío es adentrarse en figuras como Cassius Clay o Abebe Bikila, el extraordinario corredor etíope que vivió corriendo desde 1932 a 1973. “Ese es mi ídolo, el corredor de los pies descalzos”.

Y, cómo no, da gusto escucharle hablar de los deportes de su tierra, Euskadi. Antes, cree él, el mundo era más ancho, había más deportes, porque había aficiones más diversas. “Ahora los niños sólo están pendientes del fútbol y desconocen casi todo lo demás…” Por ejemplo, en Euskadi él se crió admirando a los levantadores de piedra. “El cliché ha convertido el levantamiento de piedras en algo anecdótico. Y no lo es. El recuerdo de ese deporte tiene que ver con mi concepto del deporte en general, que ha de ser dramático y grandioso. Y el levantamiento de piedras lo era. Había tantos apostantes que convertían aquella competición en jornadas de enorme tensión popular. En mi pueblo los corredores de apuestas iban de un lado para otro moviendo enormes sumas de dinero, desde las siete de la tarde hasta las siete de la mañana del día previo a la competición”.

En Roma, el etíope prolongó su maratón hasta la columna de Trajano para ventar a su país, sometido por Mussolini

Eran miles de personas moviendo cientos de miles de pesetas… Y en torno a los levantadores “había un gran misterio”. “Los tenían escondidos para evitar las presiones… De niños íbamos a vigilarlos, de noche, a ver si oíamos los golpes de sus entrenamientos. Pero los levantadores escondían su técnica: simulaban más golpes, o menos, para despistar a los espías…”

Cuando el deporte ofreció ante Atxaga la posibilidad de descubrir qué es un héroe fue cuando apareció en el cross de Lasarte el mítico Abebe Bikila… “Tienes que ver su carrera en Roma, descalzo, prolongando su carrera en la maratón hasta llegar a la columna de Trajano… Era etíope, y prolongaba su carrera para vengar a su país, que había sido sometido por Mussolini”.

Contra la desmesura

A Atxaga no le gusta la desmesura, “las enormes olas del graderío” que provoca el fútbol, también por televisión. Es del Athletic de Bilbao, “pues del Athletic éramos tres familias de Asteasu, Guipúzcoa, y seguimos siendo las mismas familias…”. Por así decirlo, a él lo ungió atlético Txetxu Rojo, cuando fue a su pueblo y jugó él solo con seis de los chicos. “Y ganó Txetxu, claro”. “Estos van a ser atléticos”, les dijo el legendario futbolista a los muchachos que lo veían embobados. “Pero el fútbol tiene algo de desmesura que a mí jamás me convenció”. Hasta el punto que siguió la final de la Copa del Mundo, “hasta el gol de Iniesta”, por los sonidos que llegaban de la calle. Cuando escuchó “¡¡¡gol!!!” entró en la casa y vio la repetición por la tele. “Ese exceso en el que vive el fútbol me hace aislarme. No me siento bien en las olas”.

Historias aparte, lo que fascina de la narración de Atxaga es lo vívida que permanece en su memoria la hazaña de Bikila en Éibar… “Ganó la maratón de Tokio y después vino aquí, a competir con Carlos Pérez, que era el campeón de España. Ganó, se duchó, se puso el chándal y acudió a la pista a aplaudir al segundo clasificado, Pérez, que llegó muchos minutos después de que él ganara la carrera”.

“Lo heroico y lo dramático están muy unidos en mi concepto del deporte”. Porque le gusta en el deporte la competición que deja rastros de poesía, a Atxaga le fascinan aquellos deportistas (“incluso en el fútbol”) que dejan atrás aires de leyenda, “como Garrincha, como Best...” Pero también prefiere, frente a los héroes grandilocuentes, “a gente como nosotros, tipos bajitos que parece que jamás van a sobresalir y que de pronto irrumpen, como Messi”. Eso es lo que ha hecho al Barça atractivo, “porque sus futbolistas no son grandes atletas, son pequeños”.

El recuerdo de Cassius Clay figura en la colección de leyendas que fueron heroicas y dramáticas. “Tenía algo, era un sujeto poético”. Pero de quien aprendió la relación del deporte con la escritura o con las artes fue de Aguerre Lopetegui, el hermano del futbolista, que era pelotari. “Aguerre me contó en Asteasu que el día de la final de un campeonato se encerraba en una habitación a oscuras, y ahí estaba horas, sin luz, concentrado, con gafas negras. Y cuando salía al frontón, me decía, veía la pelota con una enorme nitidez, mucho mejor que los otros”.

Un día leyó que algo parecido hacía Howard Hawks, “del que se decía que era un misántropo cabreado porque siempre andaba bajando las persianas para concentrarse a oscuras”. “Y yo creo que lo hacía para tener los ojos más afilados, como Lopetegui el pelotari. Un narrador ha de estar siempre almacenando capacidad de sorpresa, huyendo de estereotipos, y si cierras los ojos es posible una mayor concentración, una mejor disposición para sentirte sorprendido. A mí me dijo mi amigo el músico Juan Carlos Pérez, el creador de Itoiz, un grupo legendario, que todas las canciones se le ocurrieron viajando, pues viajando te provocas curiosidad. Y con los ojos cerrados también te la provocas”.

Es bueno cerrar los ojos, dice Atxaga, “pues mantener la sorpresa a partir de cierta edad requiere un trabajo. Hay que entrenarse para seguir siendo curioso”.

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