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ENTRE FANTASMAS
Columna
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Desde el planeta rojo

Nada más llegar, Procopio pudo comprobar que no había marcianos. Ni prodigiosos colibríes como Messi ni raudos centauros como Cristiano Ronaldo

Pep Guardiola, en un momento del partido contra el Mallorca
Pep Guardiola, en un momento del partido contra el MallorcaDavid Ramos (Getty Images)

Marte es más pequeño que la Tierra. Pero, al carecer de mares, la superficie apta para los especuladores del ladrillo es muy similar. Nada más llegar, Procopio pudo comprobar que no había marcianos. Ni prodigiosos colibríes como Messi ni raudos centauros como Cristiano Ronaldo. Al ser un planeta rojo, tampoco había mantis religiosas. Eran todas ateas. Bien es verdad que su caleidoscópica visión y su feroz lucidez compensaban con creces la falta de beatitud.

Una de aquellas mantis, llamada Susana, estaba al tanto de los acontecimientos más relevantes de nuestro planeta azul gracias a los rayos catódicos emitidos por los televisores en mal estado que, entre otra chatarra cósmica, surcaban el espacio.

Con ínfulas de tertuliana, la verde y enhiesta Susana comentaba la actualidad recurriendo a referencias cinematográficas. Por ejemplo, según ella, el largo asedio al asesino de Toulouse, con la explícita intención de atraparlo vivo, contrastaba con el hecho de haberlo matado a tiros en lugar de aturdirlo y reducirlo con bombas lacrimógenas o disparos de somníferos como se cazan los animales para llevarlos al zoo. Además, una vez descartado que el terrorista acorralado fuera a entregarse voluntariamente, la prolongación del espectáculo le confería un mayor protagonismo y acentuaba, por otro lado, el sospechoso sesgo electoralista.

A esta perspicaz mantis los hechos de Toulouse le provocaban reminiscencias de El gran carnaval, película de Billy Wilder que precisamente se estaba proyectando en uno de esos cráteres de impacto que abundan en el planeta Marte y se utilizan como salas de cine. Aleccionador ejemplo para nuestro país, donde el cine y las salas desaparecen a tenor del eclipse cultural generalizado, pensó Procopio.

No obstante, a pesar de que la práctica del fútbol en campos de lava resultaba imposible, las páginas deportivas de los diarios españoles brotaban con la profusión de la mala hierba en las dunas de arena y en los cauces de basalto. Ello propiciaba que cualquier escarabajo pelotero conociera las trifulcas, suspicacias y malevolencias que aderezaban la Liga de Dos.

Con fingida ingenuidad, Susana preguntó a Procopio qué quería decir “hijo de puta” y si en portugués tenía un sentido peyorativo o, existiendo putas tan buenas como buenas madres, podía considerarse una espontánea expresión de afecto y respeto. “Eso depende”, respondió Procopio. “¿De qué?”, insistió ella. “De quién lo dice, a quién se lo dice y quién lo juzga”, arguyó él, evasivo. “Comprendo”, le replicó la mantis atea; “a falta de criterio, dependéis de lo que Dios quiera”, y se sumió en un despectivo silencio que, tácitamente, ponía de manifiesto la repugnancia que las conchabanzas de la política le inspiraban y de las que el deporte profesional no estaba exento.

Hasta en Marte seguían la tensa pugna entablada entre el Barça y el Madrid

Sin embargo, hasta en Marte seguían la tensa pugna entablada entre el Barça y el Madrid, que para las mantis ateas era una tormenta solar más y para Procopio algo parecido a un hipotético enfrentamiento entre un estilista como Nicolino Locche y un pegador como Carlos Monzón si la diferencia de peso no lo hubiera impedido.

Por supuesto, Susana no conocía a Locche ni a Monzón y ni siquiera había oído hablar de boxeo, pero el duelo entre Messi y Cristiano Ronaldo despertaba su apetito como si se tratara de dos suculentos insectos a devorar. “¿Quién ganará?”, inquirió ella, girando 180 grados la cabeza y abarcando con sus múltiples ojos al interlocutor y al paisaje en una única panorámica. “Depende”, volvió a decir él. “¿De qué?”, reiteró ella. Y él le soltó lo que había leído en aquel manual de boxeo encontrado bajo las nieves de Laponia: “El que más se afana en vencer por KO es candidato seguro a perder por puntos”. Pero, mientras lo decía, reflexionaba sobre el caso Guardiola.

Ya era hora de que el hamletiano entrenador desvelara lo que hacía tiempo tenía decidido, salvo que pensara abandonar el equipo o su decisión estuviera condicionada por los resultados. En cualquiera de los supuestos, no debía seguir confundiendo la elegancia e inteligencia que, sin duda, le distinguían de su más directo oponente con una actitud que podría interpretarse como resignada aceptación del acontecer, sea el que fuere. Sonaba a superflua jactancia declarar que estuvo viendo una película en lugar de sacar conclusiones del sintomático partido del Madrigal y resultaba una peligrosa estrategia seguir insistiendo en que la Liga estaba perdida, contrariando las esperanzas del equipo y de sus ilusionados seguidores.

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