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ENTRE FANTASMAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La feroz Susana

Benzema, Higuaín, Özil, Di María, Ronaldo no necesitan tanta contribución divina. Sólo que su entrenador les deje jugar a su aire y en paz

Ronaldo, tras su gol en Pamplona
Ronaldo, tras su gol en PamplonaAFP

Como Susana era una mantis atea, no solía comerse la cabeza del macho tras el coito, ritual que practican con frecuencia las religiosas. No obstante, por si acaso, Procopio procuró evitar cualquier roce con la bella interlocutora de ojos omniscientes como los de Özil y voracidad de planta carnívora. Las precauciones de poco le sirvieron. Susana era un atractivo animal de insaciables e inconfesables apetitos y, en un descuido, le atrapó entre sus patas y se lo comió entero. No dejó ni la suela de sus zapatos. Se trataba de una mantis devoradora a la que no le bastaba el que los machos de su especie perdieran la cabeza por ella. Le gustaban con todos sus atributos y de dos en dos.

El bocado de Procopio le supo a poco. Hubiera preferido aquel muslo que Ronaldo mostró a su colega Coentrão en Pamplona con no se sabe qué procaces intenciones. Susana lo tenía claro: Ronaldo la invitaba a que le mordiera allí. Por cierto, lo de Procopio, en Marte, había sucedido días antes de que, obstinado en dar un pase de más sobre un césped trucado, contra un entramado a la italiana y con un árbitro amilanado, el Barça sólo consiguiera empatar a cero en San Siro. “Peligroso resultado”, masculló un Guardiola apesadumbrado. A su equipo ya no le serviría ningún empate en el partido de vuelta y, en el hipotético caso de llegar a afrontar los cuatro encuentros europeos restantes, debería ganar los siete de Liga al rebufo del Real Madrid y una final de Copa contra el Athletic de Bielsa. No era extraño que, en privado, Guardiola hiciera juegos malabares con su futuro. Había llegado demasiado lejos, demasiado pronto y se le exigía todo. Nada sería suficiente con tal de frustrar los planes de revancha que acuciaban a su más directo contrincante.

En Nicosia, Mourinho había recobrado resuello. El sorteo había sido providencial. Como diría Jardiel Poncela, Dios era del Real Madrid. Antes de que algún lector desavisado se pregunte en qué equipo jugaba el tal Jardiel, me apresuro a recordarle que era el único escritor español que no se tomaba en serio a sí mismo y, en consecuencia, tampoco le tomaron en serio a él hasta que murió. No demasiado. Su fama póstuma duró estrictamente los 15 minutos previstos por Andy Warhol. Pero sus obras siguen coleando como rabos de lagartija en las librerías donde los supuestos mejores libros de la década, cuando no del siglo, se suceden y se desvanecen, cada semana, con irrisoria fugacidad. El Dios de La Tournée de Dios de Jardiel Poncela dormita despierto en su estantería. Sigue siendo un Dios dispuesto a hacer trampas para que gane el Madrid. No, no es un Bernabéu ni un Florentino. Menos aún, un Dios oportunista como el que le echó una mano a Maradona en el Mundial de México. Jugadores como Benzema, Higuaín, Özil, Di María, Ronaldo y compañía no necesitan tanta contribución divina. Sólo que su entrenador les deje jugar a su aire y en paz.

Ronaldo enseñó el muslo en Pamplona

Por su parte, y desde Marte, la mantis Susana sueña con retozar por la hierba del Bernabéu y atrapar a un par, o a un trío si se tercia, de esos corretones terrícolas que con tanto ahínco persiguen un balón. Marte era un planeta aburrido y en los cráteres de impacto sólo daban películas antiguas y dobladas, como las de TCM sin subtítulos. En cambio, la Tierra estaba llena de atractivos. Sus habitantes se proclamaban honrados y sensatos mientras practicaban hipócritas formas de canibalismo: lo llamaban economía. Unos se comían a otros por un puñado de euros. A los más ricos les perdonaban impuestos, o se los rebajaban, como en Inglaterra, y algunos estudiaban incluso multar a los mendigos de la calle, como proponía el alcalde de Valladolid. La rapiña y la corrupción de los Gobiernos florecía por doquier y el fútbol se erigía en máximo exponente de la educación, la cultura y los deportes, ¿dedo en el ojo incluido? En ciertas zonas del planeta azul sólo había piadosas mantis religiosas pero, como bien dice Ismael Díaz Galán en sus Afluentes del fútbol: para ir a ninguna parte, los cuerpos pueden andar sin cabeza. No, sin embargo, para jugar al fútbol, advierte. Ismael cita, al respecto, a Albert Camus, que antes de ser Premio Nobel había sido, como Eduardo Chillida, guardameta.

Decía Camus que sólo en dos sitios recuperaba la inocencia: en el teatro y en el fútbol. Conozco otro lugar que me callo. Prosigamos. En un capítulo titulado El fracaso de la razón, Díaz Galán nos recuerda: el entrenador es culpable de todo, excepto de la victoria que siempre es producto de todos. Precisamente esa es la asignatura pendiente de determinados entrenadores que sólo buscan una muesca más en su revolver. Pensando, como mantis en cabeza ajena, atribuyamos a los entrenadores lo que dijo Confucio de los ministros: “Sospechemos de los que no pueden hacer nada sin dinero y de aquellos que quieren hacerlo todo con dinero”. También cabría, de paso, reflexionar: “¿Por qué los votantes no se sienten avergonzados del Gobierno al que han votado?”. Pero la pregunta del millón proviene de una mantis Susana relamiéndose: “¿Sois tan fáciles de engañar?”.

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