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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Berna y los fantasmas del futuro

Aquella final derivó en una travesía victimista azulgrana de 25 años; ahora, el público ovacionó a sus futbolistas en la derrota, señal de agradecimiento y muestra de que la maldición será episódica

José Sámano
Messi lanza el penalti al larguero.
Messi lanza el penalti al larguero.JAVIER SORIANO (AFP)

Al mejor Barça le pudo el infortunio, en Londres y en Barcelona. Convincente en el juego, sin negociar su ideario ni ante las angustias de estos días, el equipo azulgrana se estrelló en los postes de Cech, que encontró alivio en ellos en cuatro ocasiones durante la eliminatoria (Pedro y Alexis en Stamford Bridge y Messi por dos veces en el Camp Nou). Un mal guiño del destino, un azote para la memoria histórica de los culés, que hace casi 51 años también se dieron de bruces con los maderos del Benfica en aquella final de Berna del 31 de mayo de 1961, cuando Kocsis, Kubala y Czibor se vieron frustrados. “Somos los campeones... de la desgracia”, proclamó entonces el cántabro Enrique Orizaola, el técnico barcelonista.

Una final, aquella, que derivó en una larga travesía victimista azulgrana que el club no se sacudió hasta los años noventa con Johan Cruyff al frente. Hoy, el Barça es otro, muy distinto, y no debería desviarse del camino emprendido y mejorado con el holandés. Esta vez, que el fútbol le haya hecho burla no debería ser más que un embrujo pasajero. El equipo de Pep Guardiola no tuvo lo que le sobró al Chelsea, puntería. No le bastaron 47 remates en dos partidos. Apenas cuatro del rival en toda la eliminatoria y tres goles, el último, el de Torres, a campo abierto, con el Barça totalmente descamisado. Cosas del fútbol, del azar, que en muchas ocasiones es lo mismo. Los barcelonistas no estarán en Múnich por fallos propios ante Cech, el acierto del meta checo, la abnegación ultradefensiva de su adversario, la destreza puntual de Drogba y Ramires, un milimétrico fuera de juego de Alves en un tanto de Alexis y el capricho de una pelota ante los postes. Motivos suficientes para la impotencia, no para el desgarro deportivo. En 2009, con el agónico gol de Iniesta, lo sufrió el Chelsea, que por entonces estaba (y aún está) por llegar a la cima europea, como el Barça de Berna y la maldición de los húngaros. La padeció un mito, Kubala, como hoy le toca a Messi, humanizado por el fútbol al que tanto ha consagrado, consternado por poco acierto en el momento decisivo de la temporada. Una situación a la que el Barcelona llegó a hombros de su gran estrella.

La herencia de Cruyff, Rijkaard y Pep debiera prevalecer. Es el sello del Barça más brillante de la historia. Por algo hoy Berna solo es un borrón del pleistoceno.

A diferencia de Berna, cuando el Barça tardó 25 años en volver a otra final —Steaua de Bucarest, también desgraciada para él y, como anoche, con todo a favor—, el presente culé es otro. Se lo demostró el público, que ovacionó a sus futbolistas en la derrota, señal de agradecimiento y orgullo por un pasado reciente tan espléndido y muestra de que la maldición será pasajera, episódica. Como lo fue su destierro de 2010 ante el Inter, que también con el dique resistió heroicamente con diez jugadores por la expulsión de Motta en el primer acto. Un año después, el Barça volvió a la cumbre en Wembley. Por fortuna, al revés que aquel día ante los interistas, anoche no hubo aspersores ni festejos ajenos exagerados ante una afición enlutada. Máxima caballerosidad entre unos y otros.

El matrimonio entre el público y el equipo, la distinguida etiqueta de este y la brillantez de la plantilla no tienen por qué vislumbrar un tiempo inmediato de penumbras. Es ahora cuando debe imponerse la sensatez en la institución y en el vestuario. Es ahora cuando el técnico, guía fundamental de este equipo de autor, debe anunciar definitivamente su decisión. Quizá Guardiola piense que Berna queda muy lejos, que el Barça ya pagó con creces su autocompasión. Que hoy no tiene motivos y que el fútbol es una ruleta, nada más. O quizá se sienta desgastado y considere suficiente su testamento. En un caso u otro, la herencia de Cruyff, Rijkaard y Pep debería prevalecer. Es el sello del Barça más brillante de la historia. Por algo hoy Berna tan solo es un borrón del pleistoceno.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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