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En Manchester, el City es el rey

Los de Mancini rompen otra vez al United y dependen de sí mismos para alzar la ‘Premier’

Jordi Quixano
Kompany, en el momento de cabecear a gol.
Kompany, en el momento de cabecear a gol.GERRY PENNY (EFE)

La ciudad de Manchester, industrial, musical y futbolera, vive la última revolución del balompié porque los millones se han impuesto a la tradición, porque la elástica chequera del jeque Kheldoon al Mubarak, presidente del City, hace tambalear la heráldica del United. También han descompuesto a Alex Ferguson, toda una institución de este juego, capaz de enfrascarse en algo más que una refriega verbal con Mancini, su homólogo, al entender exagerada una entrada de De Jong, síntoma de que anda reñido con el fútbol, de que en Manchester y en Inglaterra, por primera vez en sus 26 años desde que es The Boss, el City es el rey. Más que nada porque tiene la Premier a tiro; porque, igualado con el United a puntos, de superar al Newcastle a domicilio y al QPR en casa, reverdecerá un título que no consigue desde 1968, cuando Joe Mercer sacó brillo a Colin Bell, Francis Lee y Mike Summerbee.

MAN. CITY, 1 – MAN. UNITED, 0

Manchester City: Hart; Zabaleta, Kompany, Lescott, Clichy; Touré, Barry; Silva (Richards, m. 82), Tévez (De Jong, m. 68), Nasri (Milner, m. 90); y Agüero. No utilizados: Pantilimon; Kolarov, Dzeko y Balotelli.

Manchester United: De Gea; Jones, Smalling, Ferdinand, Evra; Carrick, Scholes (Young, m. 80), Park (Welbeck, m. 58); Nani (Valencia, m. 83), Rooney y Giggs. No utilizados: Amos; Berbatov, Chicharito y Rafael.

Gol: 1-0. M. 46. Kompany remata de cabeza un córner lanzado por Silva.

Árbitro: A. Marriner. Amonestó a Kompany, Touré, Jones, De Jong y Carrick.

Etihad Stadium: 47.000 espectadores.

Jerárquico como pocos y condescendiente con las arrugas, Ferguson volvió a los orígenes en el Etihad Stadium, cómodo cuando los futbolistas más veteranos defienden la camiseta de su club. Actuó Scholes (hace unos meses, jubilado) en el eje para dar sentido al juego, Giggs se atornilló unos metros delante para catapultarlo, Park se desgastó en el costado como en cada duelo de alta alcurnia y Rooney se ensambló en el área rival para tratar de ponerle el lazo. Sir Alex se cargó, entonces y de un plumazo, a Valencia (decisivo en las últimas fechas) y a Young y Welbeck, los picantes de la temporada. La jugada le salió rana, sobre todo porque el equipo ya no es lo que era, peleado con el toque y el fútbol, demasiado desmadejado y anónimo en Europa (apeado de la Champions y la Liga Europa sin decir ni pío), pasado de época.

Dispuestos a hacer el último servicio. O el penúltimo porque nunca se sabe el carrete que les queda a estos jugadores, el Mufc apareció en escena furibundo, con la efervescencia que se le exigía después de quedar desencajado en el duelo de la ida (1-6), en la peor derrota de la era Fergie, según reconoció el propio técnico. Escocido sobremanera, reclamó la pelota, a gusto con la iniciativa y con el papel de instruir al rival sobre cómo repartírsela. Pero todo se quedó en un entrecortado remate de Carrick y otro tímido y desafinado de Rooney. La voracidad y la velocidad del City pronto rompieron al United, que no tardó en comprender que el fútbol ya le resulta esquivo; que tiró de la versión rácana, esa en la que no se ruboriza al admitir la superioridad territorial del contrario.

Ferguson, reñido con el fútbol, se enzarzó en una pelea verbal con su homólogo

Tampoco tiene un juego de lo más atildado el City, sobre todo porque Mancini se resiste al aperturismo, porque prima subir la cremallera a su zaga antes que descuajaringar la adversaria. Para los citizens, se juega a mordiscos, estilo rugby, para desnaturalizar, negar los espacios y el balón al rival. Le cuesta además conjugar la pelota cuando la tiene entre los pies, por lo que le basta con instalarla con un pase directo en la zona de tres cuartos y desplegarse en las segundas jugadas. Ahí es donde cobran protagonismo sus mejores intérpretes, Nasri y Silva, imprevisibles y determinantes, por más que sus participaciones sean fortuitas, casi siempre derivadas de una genialidad. Como en esa ocasión que Nasri se marcó un eslalon entre seis piernas y filtró un pase interior a Tévez, que atacó tarde al esférico y se quedó sin ángulo de tiro.

Silva, más deslucido porque le falta aire tras una temporada con el equipo a la espalda, apareció en las jugadas de estrategia. Como en ese saque de esquina que lanzó y no acertó a despejar Rooney, prolongado después por Lescott y mal definido por Agüero; como en el siguiente córner, bien cerrado y al primer palo, a la cabeza de Kompany y a gol porque De Gea no sale a los balones aéreos ni por casualidad, temeroso de que le desestabilicen en el forcejeo y fiado a sus reflejos. No le alcanzaron ante Kompany.

Sin pausa para la elaboración ni anchura en la composición, anónimo Nani y demasiado solo Rooney, al Manchester United se le atragantó el duelo y el rival. No le reactivó Welbeck como tampoco lo hicieron Valencia ni Young. El balón, el poder y la última palabra en Manchester ya no la pone el United, sino que la dicta el City, el nuevo y millonario rey.

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