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Un Wimbledon de dos velocidades

Mientras un techo que costó unos 110 millones de euros protege de la lluvia a los mejores en la central, el resto de tenistas se enfrenta a varios días de juego seguidos por las suspensiones

Juan José Mateo
Federer golpea la bola durante su partido ante Fognini.
Federer golpea la bola durante su partido ante Fognini.JONATHAN BRADY (EFE)

Sale la italiana Sara Errani, finalista de Roland Garros, con la mente, las piernas y los brazos puestos en un único punto, solitaria pelota de partido. La víspera, entre las chispas de lluvia y la falta de luz, su duelo contra la estadounidense Vandeweghe fue suspendido con 6-1, 5-3 y ventaja. Es una noche entera pensando qué hacer, lo mismo que le pasa antes de firmar su victoria al canadiense Raonic (triple 6-4 al colombiano Giraldo), obligados ahora los dos a jugar tres días seguidos. Eso difícilmente podría pasarle al suizo Roger Federer, que arrolló hoy al italiano Fognini (6-1, 6-3 y 6-2); al serbio Novak Djokovic, que espera al estadounidense Harrison; o a Rafael Nadal, que salvo las raras ocasiones en las que compiten en la pista uno son siempre programados en la central, la única cancha de Wimbledon que dispone de techo contra la lluvia. La estructura, que costó más de 110 millones de euros, asegura que los mejores jueguen y descansen, mientras el resto de tenistas se enfrentan a las inclemencias del tiempo.

“Los beneficiados y los perjudicados son siempre los mismos, pero no solo pasa en el tenis, sino también en la vida”, razona Verdasco

“Está claro que los que están arriba tienen privilegios”, resume Nicolás Almagro, que ayer derrotó a Rochus y hoy, sin descanso, juega con Rufin, porque su partido anterior fue suspendido por la falta de luz. “Ellos se lo han ganado. En la central juegan los elegidos, no todos podemos estar en las centrales”.

Ningún otro torneo establece una diferencia tan clara entre los tenistas. En el Abierto de Estados Unidos y Roland Garros, todos se ahogan por igual, porque ninguna pista tiene techo. En el Abierto de Australia, hay dos canchas con posibilidad de ser cubiertas, por lo que se protege al doble de tenistas. En el Abierto de Madrid, finalmente, hay tres pistas con esas circunstancias, lo que asegura un normal funcionamiento del torneo en caso de aguacero.

“Está claro que eso les da ventaja a los que juegan en la central”, razona Fernando Verdasco. “Aquí, los beneficiados y los perjudicados son siempre los mismos, pero no solo pasa en el tenis, sino también en la vida”.

“El techo ayuda”, continúa Anabel Medina; “pero ayuda a los que lo tienen”. “Si el día que llueve no se sacan todos los partidos adelante, no es justo, y más entre los hombres, que compiten a cinco sets y se pueden encontrar con un partido al día siguiente después de esa paliza”.

Es Wimbledon, dos torneos: el de los tenistas que miran al cielo, esos que llegan al club presionados por la posibilidad de que no les de tiempo de terminar el encuentro; y el de aquellos jugadores que solo se concentran en lo suyo, raqueta, pelota y piernas, porque si llueve el agua repiqueteará sobre sus cabezas, frenada por un techo.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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