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La leyenda del indomable

Por octava vez en su carrera, Federer remonta dos sets de desventaja (4-6, 6-7, 6-2, 7-6 y 6-1 a Benneteau), más que ninguno de los otros cuatro mejores

Juan José Mateo
Roger Federer celebra la consecución del cuarto set.
Roger Federer celebra la consecución del cuarto set. GLYN KIRK (AFP)

Esto no es Wimbledon, debe ser otro torneo. Imposible que en la catedral del tenis, por definición una cita al aire libre, se esté jugando bajo techo, sin que llueva, simplemente porque dicen los partes que amenaza tormenta. Igual que el serbio Novak Djokovic sufre para adaptarse a las nuevas y sorprendentes circunstancias (4-6, 6-2, 6-2 y 6-2 al checo Stepanek), el suizo Roger Federer pena desorientado en tercera ronda y ante el francés Benneteau. Son dos sets de ventaja para el número 29 (4-6 y 6-7). Son los galones del número tres tirados por los suelos. Son las tinieblas del ocaso cerrándose sobre Federer, que de un plumazo, para eso es un mago, espanta los fantasmas: remonta por octava vez una desventaja de dos mangas (4-6, 6-7, 6-2, 7-6 y 6-1), llega a los octavos, donde se medirá al belga Malisse (6-1, 6-7, 1-6, 6-4 y 3-6 a Fernando Verdasco) y le pone un sello más a su leyenda. Ninguno de los otros cuatro mejores tenistas del mundo ha protagonizado tantas remontadas como Federer.

A un paso de los 31 años, el suizo, todo un genio, pena cuando le exigen moverse a lo ancho y domina cuando los duelos se deciden a tiros

Benneteau, que estuvo tres veces a dos puntos de la victoria, juega con un gran convencimiento. Hace un par de meses, en la tierra de Montecarlo, el francés rodó por el suelo. Rotura de codo. Tobillo dañado. Ese fue el diagnóstico. Igual que si hubiera ocurrido un milagro, el número 29 del mundo apareció en Wimbledon con la tranquilidad de quien disfruta de una segunda oportunidad. Ante Federer, Benneteau ataca cada pelota y juega siempre de frente. Nunca se anda con medias tintas. A los 30 años, huérfano de títulos, exprime el talento que ya se le conocía con una seguridad desconocida. En la cuarta manga, cuando todo se decide, llega a levantar un 0-40 con la tranquilidad de quien maneja un 40-0. Mira al techo y ve una oportunidad. Su currículo le susurra palabras de aliento. Las dos veces que se enfrentó al aire libre a Federer, perdió. La única en la que lo hizo en pista cubierta, ganó.

Benneteau golpea de manera acrobática la pelota durante el tercer set.
Benneteau golpea de manera acrobática la pelota durante el tercer set.Alastair Grant (AP)

Ante eso, Federer permite que se le vean las costuras. A un paso de los 31 años, el suizo, todo un genio, pena cuando le exigen moverse a lo ancho y domina cuando los duelos se deciden a tiros. Nadie tiene las pistolas de Federer, ningún tenista desenfunda tan rápido, pero hasta el mejor vaquero necesita piernas contra las que atar sus cartucheras. En Wimbledon, el número tres mundial puede reconquistar el número uno si gana el título. Tiene argumentos de sobra para hacerlo, pero ya no es el favorito indiscutible de hace un lustro. Llegar a octavos ya le ha exigido una hombrada. En un par de ocasiones, él, tan contenido siempre, hasta da señales de vida. ¡Cómo grita Federer!

El tiempo es un juez implacable para todo el mundo. Lo es para Federer, como lo será para Verdasco, inclinado por tercer grande consecutivo en la quinta manga de un partido que estuvo en su mano (6-1, 6-7, 1-6, 6-4 y 3-6 ante el belga Xavier Malisse); o para Nicolás Almagro, encendido en gritos (“¡Lamentable!”) mientras se le escapa su partido contra el francés Richard Gasquet (6-3, 6-4 y 6-4) y con él el sueño de estar en los octavos.

Ahí, en Wimbledon, ya solo tiene opciones de jugar un español: David Ferrer, que se enfrentará el sábado en tercera ronda con el estadounidense Andy Roddick.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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