_
_
_
_
_

Cuando el segundo es mejor que el primero

En un despiste provocado por el barullo, Froome está a punto de dejar tirado en mitad de la última subida a Wiggins, que resistió los ataques de Nibali y de Evans

Carlos Arribas
La Toussuire -
Wiggins y Froome, durante un descenso en la etapa de hoy.
Wiggins y Froome, durante un descenso en la etapa de hoy.STEPHANE MAHE (REUTERS)

Los días importantes es necesario, siempre, volver a los clásicos. A Poulidor, por ejemplo. “He ganado una carrera”, le dijo un día, juvenil feliz, a su padre. “¿Y quién ha quedado segundo?”, le respondió fríamente su padre. “El mejor de la región”, continuó orgulloso el que sería con los años el mejor segundo de la historia. “Entonces, sí que ha sido una victoria importante”. Pero se equivocaba el Poulidor paterno, labrador del Limusín, hombre de convicciones arraigadas: hay veces en que quedar primero delante del mejor resta valor a la victoria.

Atravesados los Alpes por La Madeleine, el Glandon y La Croix de Fer hasta La Toussuire, Bradley Wiggins sigue siendo líder del Tour. Más líder quizás que la víspera pues mostró solidez a la hora de defenderse de los dos duros ataques de Vincenzo Nibali (su Chiappucci particular, insidioso y valiente, generoso) en la subida final, y además, comprobó con la clasificación en la mano cómo el ganador del año pasado, el duelista designado desde hace meses, Cadel Evans, perdió más de un minuto y ya está a 3m 19s en la general. Y ya no es el segundo, ni siquiera el tercero, que es Nibali. El segundo es Chris Froome, que no es el primero porque se paró en seco, clavando los frenos en el asfalto, en cuanto entendió por el pinganillo que un acelerón suyo había dejado seco a Wiggins en una curva unos metros más allá pidiendo ayuda con el poco aliento que le quedaba.

Cadel Evans perdió más de un minuto y ya está a 3m 19s en la general

Los clásicos siguen brotando de la memoria casi sin reclamarlos, imponiendo porque sí su presencia canónica. Un clásico es Indurain gritando al Chava “¡para, bruto, que me sacas de punto!”, cuando el escalador de El Barraco, fogoso entusiasmo juvenil, recibió la orden de marcar el ritmo para su líder al frente del pelotón en el Tour del 96 en la subida a Super Besse. Y así, no sería descabellado, debió de ocurrir ayer a 10 kilómetros de la meta (aún no había llegado la parte más dura del puerto), cuando Nibali (“hago lo que la gente espera que haga”, dijo, “y estoy contento de regalarle estas emociones”) atacó por segunda vez y se unió a los infatigables Van den Broeck y Pinot, que habían tenido permiso de salida previo. Entonces, Froome, súbitamente, dejó de tirar de Wiggins. Este, enorme, orgulloso, se puso de pie por primera vez sobre los pedales y mantuvo la tensión con Nibali, que no logró romper la cuerda. Froome se quedó a cola. No estaba cansado, al contrario: su ritmo de escalador espléndido, como el del Chava entonces, amenazaba con romper la marcha más regular de alguien que ha nacido para la contrarreloj y ha adaptado su cuerpo para el Tour, y el Tour para su cabeza.

Aquello ocurrió justo antes de lo más duro, antes de que el propio Froome, tras apagarse el incendio de Nibali, quisiera tomarse la libertad de apuntillar al derrotado Evans y a punto se quedó de ganar el Tour.

Froome no es el líder porque se paró cuando le dijeron que Wiggins estaba seco

Y los clásicos, claro, recuerdan el Tour del 96, cómo para que ganara Bjarne Riis, Walter Godefroot, el director del Telekom, debió frenar el talento salvaje, imparable, de su segundo, Jan Ullrich, que le sacó los colores al danés en la última contrarreloj, la de Saint Emilion. Froome, que ya demostró su calidad grande en la pasada Vuelta, segundo también por ayudar a Wiggins, y en la Planche des Belles Filles, le sacó los colores a su líder en los Alpes, en un incidente que se resolvió con explicaciones prestadas de la fórmula 1 (¿no es acaso una escudería uno de los referentes del nuevo ciclismo?), es decir, que la radio no funcionaba, que por el pinganillo solo se oía ruido. Finalmente, la guerra de desgaste psicológico la tendrá que ganar Wiggins a su compañero de equipo: la pesadilla florece en la habitación de al lado, igual que los monstruos que quitan el sueño están siempre debajo de la cama. Por eso, quizás, el Wiggins locuaz, apasionado, casi febril en su espíritu, de las últimas conferencias de prensa, se convirtió en un ser cansado, al que le costaba respirar, que buscaba respuestas pensadas, no sentidas.

Terminó así, con elementos de comedia dell’arte (y no solo estos, también la guerra psicológica de Nibali, arreciada en la llegada de la víspera con acusaciones de miradas soberbias, se cerró en un abrazo de campeones ayer entre el siciliano y el inglés), una etapa para la que el paisaje —mesetas, torrentes, picos afilados como agujas alrededor de las carreteras, y hasta nieve— reclamaba otros elementos narrativos, como los que intentó ofrecer Evans con un ataque suicida en el Glandon, a 65 kilómetros de la meta, cuando aún quedaban dos puertos. Mostró tanto su valentía como su debilidad, la condena del héroe clásico obligado ante una tarea superior, eliminó a los que no molestaban (Menchov, Costa…), perdió el Tour, pero como muestra de su generosidad dio origen al brillo espléndido de su segundo, Van Garderen, y dio más valor aún a la victoria del joven Pierre Rolland (aquel francés que dejó como pardillos a Samuel y Contador en el pasado Alpe d'Huez), el único de los 25 fugados de La Madeleine que llegó hasta el final.

Prólogo: Las variaciones Cancellara

Primera etapa: Los domingos generosos

Segunda etapa: Contra la melancolía, Cavendish

Tercera etapa: La construcción del personaje Sagan

Cuarta etapa: ¿Será Greipel el bosón de Higgs?

Quinta etapa: Y una montaña en San Quintín

Sexta etapa: Una guerra de guerrillas

Séptima etapa: El 'nuevo ciclismo' toma el poder

Octava etapa: Wiggins y sus 'enemigos'

Novena etapa: Wiggins, un Indurain muy locuaz

Décima etapa: Los maquis del Grand Colombier

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_