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‘Carpe diem’, Wiggins

Wiggins estaba disperso, no saturado; a duras penas seguía a su compañero mientras aquel gesticulaba esperándole

Froome y Wiggins durante la etapa de hoy.
Froome y Wiggins durante la etapa de hoy.YORICK JANSENS (EFE)

Siempre se ha dicho que en el ciclismo no hay nada ganado hasta que se cruza la última raya; y anteayer mismo, tras la primera etapa pirenaica era Brailsford, el mánager de Team Sky quien lo recordaba: “Nuestra mayor amenaza es la relajación; tenemos que vigilar y controlar cada kilómetro, mantener la carrera controlada tal y como hemos hecho hasta ahora”.

De ahí, de esta mentalidad se entiende la actitud de Wiggins todos estos días en el podio. Nada de carpe diem. Como en el podio de una etapa de Dauphiné, en la que Wiggins apremiaba a las azafatas para que espabilasen y no se demorasen en la entrega del premio; venga, que tengo que descansar, hidratarme, comer algo, pasar el control, hacer rodillo, dar la conferencia de prensa, o seguir concentrándome para el Tour… vete a saber lo que se le pasaría por la cabeza al británico. Pero esa última raya de París, la de los Campos Eliseos, apareció ayer como un fantasma entre la niebla del Peyresourde. No había pancarta de la montaña y la raya, si es que existía, no era más que el recuerdo borrado del paso del Tour en el día anterior. Pero Wiggins sí que la sintió y allí desconectó o más bien rebobinó en su cabeza. Y todo lo que apareció, ese torrente desbocado de recuerdos, sacrificios y sentimientos, le hizo perder la concentración que no había abandonado en este Tour en ningún solo segundo.

Froome y Wiggins hablaron en aquel preciso momento: “Él quería ir a por la etapa, y yo le dije… sí, ah… No estaba muy seguro de la diferencia —con Valverde, 1,15 en ese punto—, pero desde el momento en el que crucé el Peyresourde me dejé ir, fue la primera vez en que me permití pensar que había ganado el Tour. Toda mi concentración y mi rendimiento se fueron entonces. Froome insistía en recuperar tiempo, pero yo estaba en otro mundo, había otras muchas cosas en mi cabeza…”

Una leve sonrisa al cruzar la meta fue el símbolo de que aquel hombre era otro

Tras bajar una pequeña porción del puerto, giraron a la izquierda y encararon la subida final a Peyragudes, apenas 3 km de ascenso, y a partir de ahí vimos a otro Wiggins… y a otro Froome. Vimos al Froome de La Toussuire, al mismo al que las órdenes del pinganillo frenaban en la estación alpina. Pero ayer no le frenaban las palabras desde el coche; ayer su lastre era la devoción al líder, su sumisión, el peso de su rol de gregario.

Pero Wiggins no era el mismo de La Toussuire, aquel líder que no podía seguir la rueda de su gregario. Wiggins estaba disperso, no saturado; a duras penas seguía a su compañero mientras aquel gesticulaba esperándole, pero sin dar en ningún momento la sensación de ir bloqueado ni midiendo milimétricamente el esfuerzo. Una leve sonrisa al cruzar la meta fue el símbolo de que aquel hombre era otro. Y si hubiésemos cronometrado estos días el tiempo que se concedía en el podio a la hora de recoger el maillot amarillo, la fuerza de los apretones de manos a los invitados, y ese leve instante en el que al hacerlo cruzaba la mirada con ellos —hasta ahora nunca les miraba a la cara, hecho curioso—, tendríamos la prueba de que el Wiggins de ayer en Peyragudes era otro.

Ya no queda nada y la contrarreloj del sábado parece la alfombra roja para Wiggins, pero aún no es momento de relajación

Era el hombre que ya se siente ganador y que, en síndrome post-parto, no sé exactamente si depresión, trata de valorar si sus expectativas sobre ese momento se parecían en algo a la realidad. Un sueño por el que has trabajado tanto y tanto y que no es que esté al alcance de tus manos, como hasta ahora, sino que ya es tuyo. Por delante, el Bala Valverde sacaba rendimiento de su última bala. Ver a un ganador como él emocionado de esa manera por una victoria significa que había algo muy especial en ella. Me alegro por él y por su equipo, que venía a este Tour con grandes expectativas y la suerte no les había acompañado. También se mereció mejor suerte el Euskaltel en estos dos días por su constancia y por dar la guerra de que han sido capaces de dar con tan sólo cinco corredores. Pero con el Voeckler del día anterior, el Valverde de ayer y el Sky de todos los días, poco más pudieron hacer.

Ya no queda nada y la contrarreloj del sábado parece la alfombra roja para Wiggins, pero como dice Brailsford, aún no es momento de relajación. No obstante, carpe diem, Wiggins.

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