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“Muchos nunca me entendieron”

Louganis, cuádruple campeón olímpico, recuerda lo difícil que fue hacer público que era homosexual y portador del virus del sida

Juan José Mateo
Louganis se golpea la cabeza contra el trampolín en los Juegos de 1988.
Louganis se golpea la cabeza contra el trampolín en los Juegos de 1988.

Las sonrisas también esconden tragedias. Cuando Greg Louganis (California, 1960), quíntuple medallista olímpico (cuatro oros y un bronce) en salto, guapo sin medias tintas, comienza a escribir el libro de su vida, nada hace presagiar lo que escuchará Eric Marcus, el hombre con el que firmará su obra. “¿Quieres hablar de algo antes de que empecemos la entrevista?”, le pregunta Marcus al deportista antes de arrancar el trabajo de Breaking the surface. “Sí”, recuerda el escritor que le contesta Louganis. “Soy portador del virus del sida y ya lo era cuando me golpeé la cabeza contra el trampolín en Corea del Sur”. El trampolín es la tabla de los Juegos de Seúl 1988. La piscina en la que cae ese portador del virus del sida con la cabeza abierta es la que comparte con el resto de competidores. La polémica consecuente, desatada a raíz del libro, es tan inmediata como inútil (el volumen del agua diluye cualquier posibilidad de contagio, no mana sangre en la pileta) y resulta perfecta como resumen de una vida: bajo la fachada de los triunfos de Louganis están la infancia atormentada de un niño adoptado y asmático, y su lucha contra el abismo de la tristeza.

“Una infancia así le da forma a quién eres”, resume Louganis, tan educado como corto de palabras, tímido en la distancia del teléfono, irreconocible por comparación a aquel competidor que fue capaz de abrirse la cabeza en un trampolín, superar el golpe y volver a la piscina para ganar el oro. “En aquel momento, no lo superé, simplemente lo dejé a un lado”, cuenta. “Mi entrenador enseguida supo que mi confianza había quedado destruida, que ya no creía en mí. Me dijo: ‘Si no puedes creer en ti, cree en mí… y yo creo en ti”. Louganis volvió a salir, rompió el silencio al convocar las palmas atizándose el pecho, y ganó el oro.

Una infancia así le da forma a quién eres, dice sobre su niñez como adoptado y asmático

“Los espectadores le querían porque tenía la capacidad de parecer vulnerable y de ser un fiero competidor al mismo tiempo… el mariquita más duro del planeta”, describe por teléfono Marcus. “La gente se burlaba de él por ser afeminado, por no ser lo suficientemente hombre, pero tenía más pelotas que nadie”, continúa. “Muchos le subestimaban por sus lágrimas, por su suavidad… pero corrían peligro al hacerlo”, añade. “Cuando hablé con él, nunca dejé de descubrir una capa tras otra de secretos. Hablaba de ellos en un tono neutro. Para él, fue un proceso increíblemente doloroso que le acabó haciendo llegar al corazón de mucha gente”.

“La primera vez que conseguí siete dieces [fue el primero en poner de acuerdo en su perfección a todos los jueces] se convirtió en algo que me distrajo mucho”, reflexiona Louganis. “Pensé que todo el mundo esperaría dieces una y otra vez. En Seúl aprendí que hay que tomarse los saltos de uno en uno, que no se puede dar nada por seguro. Cogí perspectiva… y me aseguré de trabajar para no decepcionar a nadie”.

A Louganis le cuesta explicar qué le hizo el mejor, si fue la técnica o la mente — “eso debería decirlo otro”—, pero no explicar quién influyó más en su vida. “Mi madre fue mi mejor apoyo, porque consiguió que cualquier sitio pareciera mejor simplemente porque yo estaba allí”, contesta. “Mi entrenador Ron O’Brien me apoyó increíblemente. Me entendía” ¿Quiere decir que no era fácil entenderle? “Sí. Mucha gente nunca me entendió”.

OTROS RETROVISORES.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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