_
_
_
_
_

La gloria acuática por milésimas, empates y errores

Phelps salvó por muy poco dos de sus oros en Pekín y en la historia ha habido otras finales ajustadas

Alexander Popov y Gary Hall en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96
Alexander Popov y Gary Hall en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96AP

Juan-José Fernández ha escrito en directo para EL PAÍS sobre 13 Juegos Olímpicos, seis de verano, desde Los Ángeles 84 hasta Atenas 2004, y siete de invierno, desde Sarajevo 84 a Turín 2006.

Michael Phelps y Ryan Lochte son el último capítulo de una larga serie de batallas acuáticas en el olimpismo. La natación ya tiene su máxima estrella de la historia en el gigante de Baltimore desde que en Pekín 2008 superó a Mark Spitz con sus ocho oros. Pero él mismo, como otros campeones olímpicos, no ganaron siempre con claridad. La gloria se ha escrito por milésimas, empates y hasta errores que quedaron para la eternidad.

El propio Phelps lo vivió en los 100 mariposa de Pekín que remontó ante el serbio Mirolad Cavic. Solo ganó por una centésima de segundo y hasta Serbia reclamó, sin éxito. En su mejor prueba pudo cortarse su racha hacia el récord. Fue su séptimo oro. Mucho antes, su compatriota Jason Lezak, que también le confirmó el octavo en los últimos 4 x 100 estilos, le hizo el primer inmenso favor al superar también por otras ocho angustiosas centésimas (número mágico) al francés Alain Bernard en los 4 x 100 libre. Así le permitió seguir rumbo a la hazaña total. Ganaba la que entonces era su segunda medalla de oro después de los 400 estilos, que abrieron la serie.

La final de los 100 metros libre de los Juegos de Roma en 1960 fue la más polémica de la natación olímpica

La electrónica permitió hace cuatro años decidir sin dudas los resultados. Pero no siempre fue así. La final de los 100 metros libre de los Juegos de Roma, en 1960, por ejemplo, fue la más polémica de la natación olímpica. El estadounidense Lance Larson nadaba por la calle cuatro al haber hecho el mejor tiempo en semifinales. Por la tres, el australiano John Devitt. El más rápido en el giro de los 50 metros fue el brasileño Manuel dos Santos, un precursor del César Cielo actual, y que al año siguiente batiría el récord mundial con unos ‘femeninos’ ahora 53,6s. Pero solo sería bronce. Larson y Devitt le pasaron a los 70 metros y el estadounidense pareció tocar primero la pared. Incluso Devitt le felicitó y salió antes de la piscina como admitiendo la derrota.

Pero entonces no había pantallas de televisión para confirmar nada oficialmente. Apenas empezaron en aquellos Juegos las retransmisiones, cuyos derechos no llegaron a 1,2 millones de dólares. Solo había jueces, tres por calle para decidir visualmente y con cronómetro manual. Sorprendentemente, en sus cartulinas se decantaron como ganador 2-1 por Devitt, y como segundo, también. Era un empate y claro ejemplo del difícil arbitraje humano. Los cronómetros, en cambio, dieron ganador a Larson, con tiempos de 55,0s, 55,1s y 55,1s, frente a tres 55,2s de Devitt.

El récord de edición apretada lo acaparó Seúl 1988 al ocurrir en dos pruebas

No había duda, Larson había ganado cronométricamente, pero el jefe de jueces, el alemán Hans Rustromer, tomó la decisión de hacer caso al ojo humano. La misma que hasta hoy día genera en el fútbol escándalos absurdos por no hacer caso de la electrónica. Dio prioridad al 2-1 como primero de Devitt, el triunfo y, lo más insólito, le subió una centésima el tiempo a Larson, hasta 55,2s, para igualarle. No podía quedar segundo con menos. Hubiera sido el colmo. El asombro continuó porque Larson recogió su medalla de plata, pero la reclamación estadounidense, con películas incluidas, fue rechazada. Para siempre. Palabra errada de jueces a los que no se quiso desautorizar. Ni siquiera se dio una doble medalla de oro como sucedió, por ejemplo, en los 50 libre de Sidney 2000 con 21,98s para los dos estadounidenses Anthony Ervin (que se ha vuelto a clasificar increíblemente 12 años después para Londres) y el multilaureado Gary Hall Jr.

Todo fue muy sorprendente, ya en tiempos avanzados del olimpismo, porque incluso muchos años antes, en San Luis 1904, sí hubo una rectificación. Fue en unas 50 yardas (45,72 metros) prólogo lejano de los 50 libre que debutaron en Seúl 1988. El húngaro Zoltan Halmaj ganó para casi todos al estadounidense Scott Leary, pero un juez local dijo que este había tocado antes la pared, ambos con un tiempo de 28,2s. Se produjo entonces un escándalo regular y para evitar males mayores se acordó disputar una segunda carrera entre los dos implicados. Halmaj volvió a ganar y esta vez muy claramente, 28,0s frente a 28,6s. Larson nunca tuvo una segunda oportunidad.

Curiosamente, otro Larsson, pero con dos eses, el sueco Gunnar, sí ganó en los 400 estilos de Múnich 1972, con otro récord de igualdad. El cronometraje electrónico ya era una garantía. Lo hizo por dos milésimas, 4m 31,981s frente a los 4m 31,983s del estadounidense Tim McKee. En aquella final solo pudo ser quinto Gary Hall Sr., el padre de Jr., plusmarquista mundial entonces con 4m, 30,81s.

Pero el récord de edición apretada lo acaparó Seúl 1988 al ocurrir en dos pruebas. El británico Adrien Moorhouse, gran favorito de los 100 metros braza, pasó a su principal enemigo, el soviético-ruso Dimitri Volkov, a falta de 30 y creyó ganar sin problemas. Pero cuando miró el marcador electrónico se dio cuenta que había vencido por una mínima centésima, 1m 2,04s frente a 1m 2,05s. ¿De quién? No había visto al húngaro Karoly Gutler, que nadaba dos calles más lejos. En los 100 mariposa la sorpresa sí fue de calibre. Anthony Nesty, de Surinam, nacido en Trinidad y estudiante en la Universidad de la Florida, donde pudo entrenarse y mejorar, no solo derrotó por la centésima de turno, 53s por 53,01s, a otro de los grandes, el estadounidense Matt Biondi, sino que se convirtió en el primer nadador negro que ganaba un oro olímpico.

En los 100 libre, siempre la prueba con el mayor peso específico de la velocidad, ha habido finales al límite. La más apretada la ganó el legendario ruso Alexander Popov en Atlanta 96, precisamente ante Gary Hall Jr. por solo siete centésimas (48,74s y 48,81s). Popov, vencedor también en Barcelona 92, igualó así al ‘Tarzán’ Johnny Weismuller, oro en París 1924 y Amsterdam 1928. En Tokio, 1964, otro mito, el estadunidense Don Schollander, sumó uno de sus cuatro oros (53,4s por 53,5s) ante el británico Robert McGregor. Y en Pekín, hace cuatro años, Bernard se consoló sobradamente del disgusto en el relevo ante el australiano Eamon Sullivan (47,21s frente a 47,32s). Incluso no faltó un último empate para el bronce. Lezak, siempre al límite, se lo repartió con Cielo al tocar la pared ambos con 47,67s.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_