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“El deporte puede unir un país”

Tulu, etíope negra, y Mayer, sudafricana blanca, representaron el fin del Apartheid celebrando juntas sus medallas en Barcelona 92

Juan José Mateo
Tuli y Mayer celebran sus medallas.
Tuli y Mayer celebran sus medallas. EL PAÍS

Esto pasa tres años antes de que Sudáfrica gane el Mundial de rugby y se una bajo la sonrisa de Mandela. Mucho antes de que un balón ovalado cicatrice las heridas de un país roto por el racismo, la bota del blanco pisando el cuello del negro. Esto empieza a gestarse cuando Sudáfrica no tiene sitio en los escenarios internacionales del deporte, cuando el castigo por el Apartheid es que no compitan por el mundo sus deportistas, y termina cuando ya se ha levantado esa prohibición y dos atletas, una blanca sudafricana y una negra etíope, se ponen a correr juntas por la pista de atletismo de los Juegos de Barcelona: Derartu Tulu gana el oro en los 10.000m, convirtiéndose en la primera negra africana en lograrlo en atletismo, y lo celebra cogida de la mano y hablando con gestos y miradas con Elana Meyer, plata. Es una celebración de los colores de África. En el deporte, el Apartheid ha acabado.

“Entonces entendí el papel tan poderoso que puede tener el deporte en unir a un país”, le cuenta la sudafricana a este diario sobre aquella noche de hace 20 años. “Viejos, jóvenes, blancos, negros, todos se juntaron para celebrar aquella medalla. Cuando volví a casa, me recibió el país entero”, sigue. “Tres años después, Sudáfrica ganó el Mundial de rugby, y Nelson Mandela vistió el polo de los Springboks, con lo que todo el país volvió a unirse a través del deporte”, rememora. “Aquella plata me supo a oro. Me había ganado otra mujer de África, y las dos éramos felices: por eso lo celebramos corriendo juntas, cogidas de la mano. Sabía que ella no hablaba inglés, pero el idioma de la celebración es universal. ¡Las dos sabíamos lo que significaba aquello!”

Me bombardeaban con preguntas políticas

Elana Mayer

Mientras daban juntas la vuelta por la pista de atletismo, celebrando juntas su éxito, Mayer también pensaba en los años sin poder competir, con su país vetado de los escenarios internacionales por un régimen racista que vivió sus últimas elecciones solo para blancos aquél mismo 1992.

“Durante muchos años mantuve la motivación y tuve retos dentro de las fronteras de Sudáfrica porque Zola Budd [entonces la poseedora del récord mundial de los 5.000m] era una de mis rivales”, cuenta ahora. "A principios de los años 90, cambié mis objetivos: me concentré en correr tan rápido o más que mis rivales internacionales, aunque no pudiera enfrentarme a ellas. Corrí contra ellas sobre el papel”, recuerda. “Fue un periodo frustrante, aunque hubo cambios políticos que me dieron esperanzas, que me hicieron pensar que podría correr pronto internacionalmente. Al llegar a Barcelona, la presión y las expectativas eran enormes. Fuera de la pista, me bombardeaban con preguntas políticas”, sigue. “Confiaba en mí. Liz McColgan [la campeona mundial] era una de las grandes favoritas… ¡pero temía más incluso a Tulu!”

Sus temores se demostraron justificados. La etíope, que declinó participar en este reportaje, aguantó su acometida, que reventó al resto de corredoras, y acabó ganando la carrera. Llegó entonces la celebración. Primero, intercambiaron unos besos. Luego, corrieron en paralelo, cada una con su bandera, un momento íntimo frente a miles de espectadores y sin que interviniera la medallista de bronce. Finalmente, los espectadores vieron a una blanca sudafricana y a una negra de la mano. Un momento mágico en una húmeda noche de Barcelona.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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