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“Aún se me pone la piel de gallina”

Arantxa Sánchez Vicario, ganadora de una plata y un bronce, destaca la “chispa olímpica” que todos querían vivir en Barcelona

Alejandro Ciriza
Arantxa Sánchez-Vicario y Conchita Martínez en Barcelona 92
Arantxa Sánchez-Vicario y Conchita Martínez en Barcelona 92EFE

Ya lo advertía su hermano Emilio: “¡Que no, que no! ¡La buena es la pequeñaja!”. Nació con una raqueta bajo el brazo, pero muy pocos podían augurar que aquella niña de melena revuelta y depósito inagotable alcanzaría la cúspide del tenis. En 1988, con solo 16 años en la cartilla, disfrutó de su primera experiencia en unos Juegos. “Los de Seúl me sirvieron para aprender”, explica Arantxa Sánchez Vicario (Barcelona, 1971), apeada entonces en la primera ronda. Solo cuatro años después, ya con un cetro de Roland Garros en el bolsillo, alzó en su ciudad un bronce individual y una plata en dobles con Conchita Martínez. Después conquistó dos metales más en Atlanta y guerreó en Sidney y Atenas. “Ahora, en Londres, me ha tocado vivirlo desde la barrera”, cuenta la entrenadora del equipo femenino español.

Pregunta. Pasa el tiempo, pero los Juegos de 1992 siguen siendo una referencia...

Respuesta. Barcelona marcó un antes y un después. Otras ciudades han intentado emular lo que hicimos, pero no lo han conseguido. Todo el mundo quería participar en la fiesta. La chispa olímpica estaba por todos lados.

P. ¿Qué sintió cuando desfilaba por el estadio Olímpico?

R. Han pasado 20 años desde entonces, pero todavía se me pone la piel de gallina. La inauguración fue impresionante. Todo el mundo de pie, ovacionándonos… Recuerdo el instante en el que prendió el pebetero. Muchos rompimos a llorar al ver la llama.

P. No lo hizo cuando cayó ante la estadounidense Jennifer Capriati en las semifinales.

R. Fue una pena. Ella llegaba en muy buena forma. Sabía que era muy peligrosa. Lo di todo, como siempre, pero estuvo más fina en los momentos decisivos. El partido fue muy duro. Perdí. Como Steffi Graf [alemana] en la final.

P. Competía en casa. ¿Cómo logró administrar los flashes?

R. Tuve que controlarme mucho. Era la favorita y todo el mundo apuntaba hacia mí. Esperaban que ganase una medalla. Controlé los nervios como pude. Al final, eso sí, cumplí el objetivo de subir al podio.

P. ¿Y la Villa Olímpica?

R. Solo estuve tres días. Ante los partidos importantes, prefería irme a dormir a casa. No es fácil concentrarse con tantas estrellas de por medio. Pero éramos como una familia. Nos animábamos mucho si alguno estaba de bajón.

P. ¿Dónde guarda las medallas? Hay quien las ha perdido...

R. Están enmarcadas, en mi museo particular, junto a las de Atlanta y otros trofeos como los de Roland Garros y el US Open. Cuando las miro, siento algo especial. Nadie se imagina el sacrificio que exige ganarlas.

P. ¿Guarda con mimo el reloj que le regaló Juan Antonio Samaranch?

R. Tiene un gran valor sentimental para mí. Tuve la suerte de conocer a una persona que hizo mucho por el olimpismo y el deporte español.

P. El tenis ha vuelto de Londres sin ningún botín. Desde Seúl, siempre se trajo alguno.

R. Jugar en Wimbledon es complicado. Todo va mucho más rápido. Tranquilidad. En Río tendremos recompensa.

P. ¿Cómo se vive todo desde la grada?

R. Se me ha brindado otra oportunidad preciosa. Quizá exista menos presión, pero, como capitana, he intentado dar lo máximo. No concibo el deporte ni la vida de otro modo.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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