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Sangre en el agua

Camino del oro, Hungría vengó la invasión de su país por la URSS en un violento partido de waterpolo de los Juegos del 56

Juan José Mateo
El húngaro Ervin Zador abandona la piscina sangrando.
El húngaro Ervin Zador abandona la piscina sangrando.AFP

Pasó a la historia como el partido de la sangre en el agua. No hubo tanques. No hubo soldados. No hubo muertos ni detenidos. Todo eso, sin embargo, estaba presente en la cabeza de los jugadores húngaros de waterpolo, enfrentados a los soviéticos en los Juegos de Melbourne 1956 tan solo unas semanas después de que la URSS hubiera entrado con sus tanques en Budapest para reprimir la revolución democrática. Hubo algo de justicia poética: ganó Hungría, lanzada hacia el oro, pero en medio hubo puñetazos, patadas, sangre, y mucho más que una revancha. Pura, simple y mutua venganza.

“Rusia había invadido Hungría”, recuerda por teléfono Juan Luis Abellán, ex jugador de la selección en aquellos años 50 y luego seleccionador nacional. “A nosotros, cuando fuimos a Budapest para jugar los campeonatos de Europa en aquellos años, ya nos advirtieron antes de ir de que teníamos que andar con cuidado, de que no nos pasáramos con los comentarios políticos”, cuenta. “Fuimos desde Madrid, donde nos convocaron, y ya desde allí nos acompañó un intérprete para vigilarnos. Allí vimos mucha miseria”, prosigue. “Los fenómenos eran aquellos jugadores húngaros. En Hungría, la afición era innata, y a eso se añadía que si uno sobresalía tenía privilegios gubernamentales, una casa más grande, ventajas adicionales para la familia”, explica. “Tenían tradición, eran los grandes maestros por calidad y sistema de juego, no por fuerza física. Todo el público estaba contra la Unión Soviética. Se notaba en el ambiente. Ellos se volcaban con todos los países, con tal de que no fuera ruso”.

La policía tuvo que proteger a los soviéticos de los puños y los escupitajos del público

El ambiente en Melbourne fue mucho más tenso. Aquel día, el waterpolo empezó a ganarse la fama de ser uno de los deportes olímpicos más violentos. Es cosa sabida que los árbitros ven lo que ocurre por encima del agua y que solo intuyen lo que pasa por debajo. Las patadas en los genitales. Los pezones retorcidos. Los puñetazos y los rodillazos. En el Hungría-URSS hay más que eso. Melbourne, por definición un crisol de culturas rebosante de emigrantes, llena la piscina con 5.000 australianos de origen húngaro en la grada. Ese público, que ve hasta cinco expulsados durante el duelo, se revuelve definitivamente cuando uno de sus jugadores sale del agua con un corte sangrante bajo el ojo derecho: “Hajra Magyarok! [¡Vamos Hungría!]”, brama la gente cuando el soviético Valentin Prokopov, harto de que le caliente la oreja acordándose de su madre y demás familia, le mete un puñetazo a Ervin Zador, la estrella húngara. Del agua emerge el húngaro sangrando. Se monta un lío. La gente ve la herida y se lanza contra el banquillo soviético. Cierran los puños. Escupen. Insultan. Tiene que intervenir la policía. Hungría, 4; URSS, 0.

La historia acabó recogida en decenas de libros y en un documental, Freedom’s Fury producido por Quentin Tarantino y Lucy Liu. Ahí se cuenta la tensa relación que une a los dos equipos: los soviéticos, aprovechando su autoridad política, habían mandado a su plantilla a entrenarse con los húngaros antes de los Juegos, para copiar todos sus secretos. Los amistosos previos habían visto a la afición húngara poniéndose de espaldas cuando entraban a la piscina los soviéticos. Tras la invasión, todo aquello explotó en Melbourne.

“Durante el partido”, recordó luego Zador; “les gritábamos: ‘¡sucios bastardos, habéis bombardeado nuestro país!’. Ellos nos llamaban traidores. Peleamos por encima del agua; peleamos por debajo del agua”.

La estrella húngara y la mitad de sus compañeros decidieron no volver a ponerse en manos de los soviéticos. En lugar de volver a Hungría, sin hablar una palabra de inglés y renunciando a su condición de deportistas de elite, pidieron asilo político. Muchos emigraron a Estados Unidos. Aquel jugador sangrante, sin embargo, volvió a ganar en unos Juegos: a un tal Mark Spitz le entrenó un tal Zador.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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