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La patada de todos

El éxito del taekwondo es el producto de un sistema descentralizado, con un presupuesto anual de 1,5 millones

Amaya Iríbar
Nicolas Garcia tras ganar su semifinal contra Sarmiento
Nicolas Garcia tras ganar su semifinal contra SarmientoHannah Johnston (Getty Images)

Al día siguiente de un combate, los taekwondistas se levantan reventados, da igual que sea un torneo regional o una final olímpica. Algunos, como Joel González, campeón el miércoles en Londres, lo notan menos, por el tipo de pelea que plantean, y otros, como Nicolás García, el tercer y último medallista olímpico español, plata el viernes, se tienen que someter a una resonancia de rodilla para ver qué demonios ha pasado. A todos, también a Brigitte Yagüe, plata ese miércoles soñado, les duele todo de cintura para abajo y, sobre todo, están agotados psicológicamente. Porque los combates pueden ser cortos —tres asaltos de dos minutos— y la competición también —solo cuatro combates, incluida la final—, pero esta se concentra en una única sesión interminable que empieza a las 9 de la mañana y termina a sobre la media noche, después de la ceremonia de los campeones. “Tanto los golpes como la tensión te agotan psicológicamente y tardas bastantes días en recuperarte”, resume Yagüe, con 31 años, la más veterana de los tres.

Así que están todos machacados y sin voz de tanto animar a Nicolás García, pero felices con sus medallas, que significan un pleno del taekwondo español en Londres (el único, pero es que no lograron clasificar a una cuarta luchadora). El resultado anima a preguntar qué hay detrás de esas medallas. Contesta Jesús Tortosa, director técnico de la federación española: “No es fruto de la casualidad. Es el resultado de siete años de trabajo. Hemos tenido muy buenos resultados, pero nos faltaba la guinda de unos Juegos Olímpicos”.

Lo cierto es que se esperaba casi todo del taekwondo español en Pekín 2008, pero las medallas no llegaron. El equipo de trabajo es básicamente el mismo. “El éxito es de todos”, dice una afónica y feliz Elena Benítez, que fue oro en Barcelona 92, cuando este deporte solo era de exhibición, y que comparte con Fran Martín las tareas de seleccionadora nacional. Y cuando lo dice no solo piensa en los tres medallistas sino también en sus sparrings, que son como su sombra en competición y que están todos en Londres aunque no pueden dormir en la Villa, y del preparador físico, Gabriel Esparza, que fue el primer (y único hasta ahora) medallista olímpico del taekwondo español con aquella plata de Sidney 2000, y los médicos, fisios, psicólogos… y también en la federación y el Consejo Superior de Deportes (CSD) que han hecho la inversión.

El taekwondo español se nutre fundamentalmente de ese dinero público porque, aunque tiene dos patrocinadores —Daedo y FreeRide— estos solo les proporcionan material para entrenarse y competir. La subvención del CSD ascendió el año pasado a 1,1 millones de euros. Además, las becas ADO aportaron otros 1,4 millones de euros en los tres últimos años al taekwondo.

Se esperaba casi todo del taekwondo español en Pekín 2008, pero las medallas no llegaron

El modelo es descentralizado. En el CAR de Sant Cugat se entrenan González y Yagüe bajo la dirección de Martín y Benítez, pero también en el de Madrid hay un grupo importante a las órdenes de Marco Carreira y hay un tercer centro en Murcia, a donde van los jóvenes talentos, como hizo Joel González en su día. “El objetivo es que el sistema de trabajo sea personalizado a cada deportista y proporcionarle las experiencias competitivas que necesite”, explica Tortosa. Para los medallistas también. Les dolerá todo el cuerpo pero saben que han cumplido con creces el objetivo. “Y, como dice Elena, cuando te duela, te acuerdas de la medalla”, cierra Nicolás Ortiz.

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Sobre la firma

Amaya Iríbar
Redactora jefa de Fin de Semana desde 2017. Antes estuvo al frente de la sección de Deportes y fue redactora de Sociedad y de Negocios. Está especializada en gimnasia y ha cubierto para EL PAÍS dos Juegos Olímpicos y varios europeos y mundiales de atletismo. Es licenciada en Ciencias Políticas y tiene el Máster de periodismo de EL PAÍS.

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