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Histórico Murray

El número tres gana 7-6, 7-5, 2-6, 3-6 y 6-2 a Djokovic y logra el primer grande desde 1936 para un británico en una final marcada por el viento y la agonía (4h 54m)

Juan José Mateo
Andy Murray levanta el trofeo de campeón del Abierto de Ee UU.
Andy Murray levanta el trofeo de campeón del Abierto de Ee UU.AFP

“¡Piernas de gelatina! ¡Piernas de gelatina!”, se grita Andy Murray mientras gana 7-6, 7-5, 2-6, 3-6 y 6-2 ante Novak Djokovic el primer grande de un británico desde 1936 (Fred Perry). Las rodillas del serbio sangran. El reloj está reventado: el primer set consume 1h 27m y un tie break de 25 minutos que es el más largo de la historia de las finales neoyorquinas (22 puntos). Hay intercambios como maratones, de 54, 33 y 30 peloteos. La exigencia física, mental y técnica es máxima. Es un partido para fuertes. Defendiendo, Djokovic se deja la piel en el cemento, trastabillado, con las rodillas abiertas, caído en el suelo hasta tres veces. Gritón siempre, Murray ve pasar los minutos y las oportunidades, porque él es el que mejor se adapta al huracán que menea la pelota. Los segundos que caen en el reloj (4h 54m) son una condena para Djokovic, con un día menos de descanso, y acaban coronando a Murray, que en medio sufre un infierno, una tortura, asfixia, ahogo, hipoxia. “¡Mis putas piernas están jodidas!”, grita.

Murray es el número tres del mundo, al superar a Nadal en la clasificación con su resultado en el torneo

Todo lo que se podía esperar del partido, finalmente tremendo, se pierde al inicio con el viento. Con los soplidos del aire llegan las pelotas perdidas por los pasillos y los escorzos de los tenistas, que buscan adaptar su cuerpo a bolas de movimientos impredecibles. Rueda la gorra de Djokovic por el cemento. Aletean las banderas del estadio. Se mueven las camisetas de los jugadores como si detrás estuvieran los dioses impulsando las velas de un barco de guerra. La batalla es esa. Domar al viento. Dominar al viento. Ser uno con el viento.

Murray celebra un punto.
Murray celebra un punto.Cameron Spencer (AFP)

El manual dice que hay que jugar con el elemento y no contra este. Para eso se necesitan muchas piernas: hay que buscar la pelota, hay que reaccionar en milisegundos a su rumbo impredecible. En el inicio del duelo, Murray impone la mayor variedad de su juego, que le permite ir buscando soluciones. Djokovic arranca como si fuera un actor frente al patio de butacas: gesticula, protesta, hace uno y mil malabarismos cuando ataca la pelota, como diciéndole a la gente que está la cosa difícil, que es imposible esto, así no hay quien juegue. Se suceden las roturas. Cuando el escocés se adelanta 4-2, parece que ya el set es suyo. Su propuesta, sin embargo, se desangra por el revés cortado, y Djokovic vuelve al encuentro (5-5) con la receta de Agassi y Nadal, los amigos del viento: piernas, piernas y más piernas.

El serbio tiene 5-3 en el tie break de la primera manga. Es el momento decisivo del partido. Sopla el aire y grita de angustia Nole a cada pelota. Su cuerpo se descompone en arabescos, su rostro en gestos sufrientes, su corazón se queda roto cuando pierde el desempate: cede en blanco su primer saque de la segunda manga (7-6 y 2-0 para Murray), y su contrario se pone a pensar en la victoria (7-6 y 4-0). Le anima el actor Sean Connery con el puño cerrado. Le aplaude su madre desde el palco, acompañada por Sir Alex Ferguson. Es una clase magistral de cómo ganar feo, de cómo remar entre dificultades, incluida la remontada de Djokovic, que recupera esos dos breaks apretando con más corazón que cabeza (5-5).

La final es una clase magistral de cómo ganar feo y remar entre dificultades, incluida la remontada de Djokovic

Si Brad Gilbert, ex número cuatro mundial y uno de sus primeros entrenadores, escribió el manual de ese estilo (Winning Ugly), Murray podría firmar el segundo tomo de la serie. El número tres, que ha superado a Nadal en la clasificación con su resultado en el torneo, hace de las adversidades un aliado y no un enemigo. Al viento lo recibe como a un querido amigo, interpretándolo en positivo, recordando cómo sufrió Djokovic en la primera parte de su partido de semifinales contra David Ferrer (2-5 mientras llegaba un tornado) y cómo ganó él su cruce con Tomas Berdych porque el checo acabó desesperado por los malos consejos que llevaba el aire.

Él no. Él controla su raqueta, juega con margen, busca la seguridad, el control y la justa medida, para no caer en la trampa de los errores no forzados. La reacción del serbio llega cuando a él le tiemblan las piernas, siente la amenaza de los calambres y se le suben las dudas a la cabeza. Tira Nole con todo. Compite a tumba abierta. Pega, corre, muerde y quema. Murray sufre. Parece condenado por sus piernas, obligado a pagar el tributo por ganar los dos primeros sets, extenuantes, también el impuesto de sus increíbles defensas.

Novak Djokovic, en la final.
Novak Djokovic, en la final.DON EMMERT (AFP)

Sin embargo, el británico rescata un break al inicio de la quinta manga y lo defiende con uñas y dientes, con Nole sin baterías y abucheado por pedir la atención del fisioterapeuta cuando su contrario iba a sacar por el duelo. A la quinta final grande, llegó el primer título del Grand Slam para Murray. La victoria, épica por las maneras y gigantesca por el contrario, se gestó muy lejos de Nueva York, en otra superficie, rodeado de los suyos: cuando el británico conquistó el oro olímpico en la central de Wimbledon, empezó a levantar el trofeo en Nueva York. La medalla liberó de las cadenas de la historia al ogro. Ahora el número tres juega para los libros, no cargando con ellos: abran paso, que llega Murray.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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