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EL CHARCO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De lo individual a lo colectivo, ida y vuelta

Argentina firmó ante Perú un partido donde, igual que hace un tiempo, el equipo estuvo por detrás de sus figuras

Messi, defendido por Alberto Rodriguez y Yoshimar Yotun.
Messi, defendido por Alberto Rodriguez y Yoshimar Yotun.ERNESTO BENAVIDES (AFP)

Tras ganar en Colombia, golear a Ecuador y luego ver el tango que se marcó Messi en Nueva Jersey con aquellos tres goles a Brasil, Argentina había disparado las expectativas para este semestre. Por esa razón estos dos últimos partidos, mas allá de los cuatro puntos conseguidos y de mantener el mando en las eliminatorias, dejaron un sabor amargo. Una sensación de vuelta atrás.

Sucede que desde el comienzo de las eliminatorias, y ya con Sabella en la sala de mandos, la selección no había logrado hilar tres partidos con un funcionamiento colectivo convincente. Tras la goleada a Chile en su inicio, allá por octubre, llegó el estancamiento. La caída en Venezuela y el empate con sabor a nada contra Bolivia en el Monumental desnudaron muchas debilidades defensivas y una dependencia demasiado grande de aquello que se inventara Messi o que supiera resolver Higuaín.

Argentina trató de cuidar la pelota con posesiones largas, un ejercicio que todavía no realiza con soltura

Colombia fue, en eso, un punto de inflexión. No porque Messi e Higuaín no hayan sido determinantes allí, sino precisamente porque a partir de ellos (y de Agüero, que entró en la segunda parte) todo el equipo ofreció una lección de personalidad y remontó un partido que, de haberse perdido, hubiera dejado tocados a los futbolistas y al proyecto. Además, el funcionamiento de ese segundo tiempo en Barranquilla dictó a Sabella una variante a su esquema y una alternativa a la posición de Messi, siempre tan asediado por los marcajes. Con otro delantero acompañando a Higuaín y Messi libre en la posición de enlace, el equipo cede presencia defensiva en el centro, pero a cambio gana volumen y creatividad en tres cuartos de cancha. Sin renunciar por el camino ni a la profundidad ni a la velocidad arriba. Con ese dibujo táctico y la mejor actuación en la etapa Sabella, Argentina despachó a Ecuador con goleada en Buenos Aires. Luego, en los amistosos ganados a Brasil y Alemania, el entrenador afianzó por detrás de la línea media (Mascherano, Gago, Di María) a la nueva dupla de centrales (Garay y Fernández) y se permitió alternar a Messi entre la media punta y el ataque.

Farfan disputa la pelota con Marcos Rojo
Farfan disputa la pelota con Marcos RojoPaolo Aguilar (EFE)

El equipo, sostenido en el proceso de armado por la brillantez de algunas de sus individualidades, se arrimaba, por fin, al funcionamiento. También a una formación repetible de memoria. Por eso, más allá de algunas carencias estructurales, como la aparente imposibilidad de formar, en las divisiones inferiores, defensores laterales con proyección ofensiva, estos dos partidos se esperaban con optimismo. Con la certeza de que veríamos a Messi a partir del funcionamiento colectivo y no a la inversa.

En el primer partido Argentina no necesitó brillar para ganar. Paraguay, en transición, es por ahora solo un retazo de aquel equipo de Martino en el pasado Mundial. Di María marcó a los dos minutos y redefinió el plan defensivo guaraní, aunque eso duró poco porque Fabbro empato, de penalti, tras una mano absurda de Braña. Con Paraguay cerrado y Messi rodeado entre líneas, Argentina no encontró los caminos por el centro (los que más aprovecha). Uno de los problemas de la selección es, precisamente, esa carencia para percutir por las bandas. Tuvo que aparecer en escena Higuaín, en una acción aislada, para poner una ventaja que Argentina no justificaba con llegadas; y más tarde Messi, que rompió el palo primero y después la red con dos tiros libres magistrales para inclinar el partido. Luego, hasta el final, Argentina trató de cuidar la pelota con posesiones largas, un ejercicio que todavía no realiza con soltura, y Paraguay de atacar con mucha precariedad creativa. Un partido donde, igual que hace un tiempo, el equipo quedó por detrás de sus figuras.

El césped en mal estado y el árbitro permisivo representan los únicos atenuantes para el partido de la albiceleste

Todo aquello que Argentina tuvo la oportunidad de plasmar pero no pudo contra la timidez de Paraguay se agravó contra Perú que, en Lima y apremiado por la tabla, salió a acortar el campo adelantando la defensa y presionando en todas las líneas, a veces al límite del reglamento. El césped en mal estado y el árbitro permisivo representan los únicos atenuantes para un partido en el que la albiceleste fue dominada con y sin balón y al que solo Mascherano pareció entender desde el comienzo, buscando alargar el campo con lanzamientos a la espalda de la ultima línea de Perú.

Con Messi sin espacios y Mascherano presionado y obligado a incrustarse en la defensa para encontrar salida, Markarián resolvía su último problema. No esperaba el uruguayo que fuera Fernández quién lanzara a Lavezzi para asistir a Higuaín, infalible. Un partido en el que Argentina sufrió cada minuto por la banda izquierda, donde ni Rojo ni Di María pudieron frenar nunca a Advíncola y Farfán, y que solo se equilibró en la recta final, cuando Sabella reemplazó a Lavezzi por Pérez y plantó el 4-4-2.

Argentina, que venía en crecimiento, no destacó colectivamente contra Paraguay y se terminó de diluir en el difícil partido con Perú. En Lima el martes pasado sufrió una regresión y parecía encomendada, otra vez, a una aparición de Higuaín o una genialidad de Messi.

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