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EL CHARCO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Despejar X

Navas conduce el balón ante Cristiano Ronaldo.
Navas conduce el balón ante Cristiano Ronaldo.Alejandro Ruesga (EL PAÍS)

Como un purasangre, este Real Madrid ultra vertical se reconoce solo como sinónimo de lo vertiginoso. Este año (quitando la vuelta de la Supercopa de España, su partido más acabado) el equipo parece flotar en la estela de su éxito. Las transiciones defensa-ataque que lo hacen famoso no destacaron en el partido de ida de la Supercopa, donde hubo distracciones en el juego posicional; y donde Ronaldo, más allá de su gol (un talento de esa talla puede marcar hasta dormido) ya había declarado tácitamente su tristeza.

Tampoco nos hemos encontrado frente a la máquina de los 121 goles en los cuatro partidos que llevamos de Liga, donde el equipo careció del combustible emocional que requiere su fútbol explosivo. Cuando lo tuvo, se precipitó o no logró imponerlo. Contra el Valencia calentaba motores y recibió un gol de pelota parada que luego supo defender Alves, tras una avanzada diluida por los calores de agosto. Contra el Getafe, como en esas carreras de galgos que se frenan despistados cuando se rompe el mecanismo que impulsa la liebre, no entendió qué hacer con un balón que tuvo en su poder casi todo el partido. Contra el Granada se percibió todo lo que puede ayudar Modric asociando líneas pero también que solo él, u Özil o Kaká, como elementos aislados, no logran que el Madrid se libere de su biorritmo; o sea, conseguir dominar el juego sin someterlo a la asfixia.

Perder ocho puntos en cuatro jornadas es delicado, aunque no irreversible

Contra Sevilla, el sábado, fue menos la actitud (se notaron los esfuerzos individuales) que el orden para responder a lo que estaba fuera del libreto. El gol al minuto de Trochowski afianzó el guion de Míchel. Un Sevilla inteligente que evitó las salidas por el centro y opuso el tándem Navas-Cicinho a la banda más profunda del rival. El Sevilla canalizó con astucia el esfuerzo de un Madrid demasiado impaciente, que partió más que nunca sus líneas en busca del empate. Un gol que, con 89 minutos por delante, bien podía haber buscado por otros medios.

El campeonato recién comienza pero cuesta ver en este Madrid la misma convicción que le llevó a ser una aplanadora el torneo anterior. Cuando se vislumbra, como el sábado, se produce a destiempo y con desorden, más claramente en los esfuerzos individuales que en la acción colectiva.

Perder ocho puntos en cuatro jornadas es delicado, aunque no irreversible. Aun peor que los puntos perdidos es la forma en que estos condicionan el futuro, de la misma forma que el gol de Trochowski al minuto no hubiera generado la misma angustia y la misma prisa sin la derrota en Getafe. Los partidos contra el Rayo Vallecano y Deportivo, a priori dos paradas sin pompa, se transformaron ahora en campos de batalla donde no se puede regalar nada si el equipo no quiere volar al próximo clásico en Barcelona con una desventaja tal que coloque toda la presión de un solo lado. Con todo, lo más preocupante de este momento no sería que se tratara de una crisis de identidad, de la cual el Madrid podría eventualmente salir reforzado. Lo grave sería que durante demasiado tiempo el equipo hubiera construido su fortaleza anímica a partir de algo que ya no existe. Que hubiera forjado su propia definición por oposición a x y que, una vez despejada esta, el grupo ya no entendiera lo que quiere. O, peor aun, que ya no supiera lo que es.

Lo peor para el conjunto blanco es que ya no entienda lo que quiere. O peor todavía, que no sepa lo que es

El Barcelona de Guardiola ya no está si no en el recuerdo. La Liga está en marcha y la Champions empieza a la vuelta de la esquina. El Madrid, campeón, ya no debe correr detrás de nadie. Es inútil perseguir el pasado y es ridículo permitir que el Barca de Tito pique en punta para, una vez creada otra x, después empezar a perseguirla.

El Madrid debe reencontrar el impulso anímico, principal motor de su dinámica vertical, y lograr matizar esta dinámica (el sábado, por ejemplo, hubiera sido de utilidad un mayor volumen de juego y más claras penetraciones por banda, ambas cosas que el Madrid sabe hacer) para aplicarla adecuadamente de acuerdo a los rivales y a los momentos de los partidos.

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