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EL CHARCO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Más allá de Messi y Cristiano

Benzema intenta superar a Mascherano y a Alves.
Benzema intenta superar a Mascherano y a Alves.FERNANDO ZUERAS (DIARIO AS)

Vilanova no se decidió por Song y sí por Adriano para acompañar a Mascherano en el centro de la defensa, un sitio que requiere de gran concentración, conocimiento del puesto y velocidad de resolución. Jugar con dos volantes en esa zona era una cuenta que no le cerraba al Barça: lo que ganaba en juego aéreo y músculo con Song lo perdía en velocidad con el riesgo añadido de insertar a un jugador no habituado a los movimientos de la última línea. Algo que, sin ser especialista, podía ejecutar mejor Adriano. Vilanova meditó pros y contras y decidió con la calculadora. Si bien tenía menos que perder con Adriano, el Barca estuvo a punto de pagar la falta de altura en el córner que cabeceó Ramos. Pagó de todas formas la ausencia de centrales de oficio en el segundo gol de Cristiano. El lateral brasilero desconfió de la línea y arrancó antes el retroceso, regalando el metro que salvó del offside a Cristiano Ronaldo en su cuchillada central.

Quien sí desentonó ante un partido con menos arrebato fue Di María

La ausencia de los centrales titulares demostró la trascendencia de esa demarcación en ambas fases del juego. Sin Puyol ni Piqué, las proyecciones de los centrales fueron más entrecortadas y de menor profundidad. Sin esa confianza transmitida desde el inicio de la jugada, todo cambia, incluso las órdenes tácticas: las salidas largas de Valdes, previendo una presión muy alta del Madrid (que luego no fue tal), fueron una decisión previa de Vilanova y no un recurso improvisado del arquero. La concentración de volantes tampoco facilitó esas proyecciones profundas de los centrales, necesarias para provocar mayoría numérica en el ataque. La decisión de juntar a Cesc e Iniesta con Busquets y Xavi y prescindir de un extremo natural agregó elementos en el centro, perdiendo profundidad a cambio de control. Esa elección alejó al Barça del arco contrario, pero achicó las distancias entre las propias líneas y, con ello, las posibilidades del Madrid de encontrar grandes espacios para el contragolpe. Una decisión sensata para cuidar una distancia de ocho puntos.

Mourinho empezó esta vez con Benzema y Özil, igual que en el clásico que decidió la Liga en el Camp Nou el torneo pasado. Özil y Benzema no habían iniciado un partido juntos ni en la Liga ni en la Champions en lo que va de año. Lo que se infiere de esta decisión es que el entrenador considera que para desequilibrar contra el Barcelona necesita juntar a los jugadores con mayor nivel técnico de su plantel. Que no le alcanza sin ellos como en el resto de partidos. La alternancia elegida hasta antes del clásico (juntar a Özil con Higuaín y a Benzema con Modric) puede ser la búsqueda de un equilibrio defensivo del que probablemente el técnico desconfía a la hora de juntar al alemán con el francés. Sobre todo, si interpreta que alguno de los dos no está en su máximo nivel de compromiso con el juego (distracciones más fáciles de encontrar en Özil y Benzema que en Higuaín, Di María o el mismo Modric, jugadores más voluntariosos).

La decisión de juntar a Cesc e Iniesta con Busquets provocó menor profundidad pero más control

Que Özil y Benzema coincidan de inicio muestra también que el técnico considera que el equipo está psicológicamente en un punto alto. Más confiado. Más sereno. Esa moderación del Madrid, que lo alejó de algunos arrebatos verticales, fue muy visible en el juego en general, pero particularmente en el de Cristiano, que no se perdió en su propia velocidad y eligió con claridad cuándo debía acelerar y cuándo frenar para mover el balón hacia el centro. Esa paciencia para el control del juego con la pelota, que era difícil ver en clásicos no tan lejanos, se acentuó con la dificultad del Barça para mover el balón con velocidad y avanzar en bloque. Con esa confianza y con Xabi Alonso, Özil y Benzema, el Madrid no tiene inconvenientes para fabricar goles elaborados, explotando antes el ancho de la cancha, como fue el caso del primero. Quien sí desentonó ante un partido con menos arrebato fue Di María, quien parece sentirse más cómodo en lo instintivo.

Un Barça prudente al comienzo, que intentó cuidar sus ausencias (incluida la de Alves sobre la marcha) y proteger las distancias en la tabla y al que no le alcanzó el arreón final y el empuje de su público para hacer pesar la localía. Un Madrid más abierto al principio, que pudo y no supo aumentar la diferencia inicial y se cerró al final, prudente. Sin querer arriesgarse en los últimos 20 minutos por un partido que no pudo ganar en los anteriores 70. Un final en el que interfirió, sin duda, el peso psicológico de una distancia de puntos que cualquier contragolpe podía convertir en 11.

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