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Y ‘Schumi’ en la casa de todos

Los papeles del ‘caso Armstrong’ muestran que el radio de acción de su médico, Michele Ferrari, alcanzaba transversalmente a todo el pelotón

Carlos Arribas
Armstrong y Contador, en 2008.
Armstrong y Contador, en 2008. MANUEL LÉRIDA (EFE)

A Michele Ferrari, Lance Armstrong, qué chisposo, le llamaba Schumi. El resto del pelotón, respetuoso ante su Dios, El Mito.

Así precisamente, Operación Mito, bautizó la fiscalía de Padua la última investigación sobre Ferrari, la de su relación con Armstrong y sus cuentas bancarias en Suiza. Gracias a sus papeles, incluidos en el manantial puesto a disposición del mundo por la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA), se puede saber eso, que en los emails de comunicación, Armstrong llamaba a Ferrari Schumi, que el médico ingresaba en su cuenta en el banco UBS en Saint Moritz miles de euros y dólares de decenas de clientes ciclistas, y, sobre todo, que el radio de acción del médico deportivo que más creyó desde el principio en las virtudes de la EPO, no se detenía en Armstrong y su equipo A, sino que alcanzaba y ensuciaba, como una mancha de grasa, a gran número de corredores. A algunos, tangencialmente, sin ellos saberlo. Todo lo contaminaba. En los extractos bancarios de Ferrari que publica la USADA figuran como ingresos, aparte de varias transferencias hasta sumar un millón de dólares por parte de Armstrong, otra de 15.000 dólares de José Luis Rubiera en 2002, y varias hasta sumar 50.000 euros de Alexander Vinokúrov y 10.500 de Andrei Kasheckin en 2006: ambos kazajos dieron positivo por transfusión en el Tour de 2007.

Contador utilizó inadvertidamente un abogado y un experto del ‘pool’ de Ferrari

Según el fiscal Benedetto Roberti, Ferrari, “inspirador oculto” en el informe de los carabinieri, ofrecía a sus clientes todos los servicios que necesitaran, un pool según el informe, que incluía un mánager, Raimondo Scimoney, para cuando dieran positivo, el abogado suizo Rocco Taminelli, “exasesor de la UCI”, y el hematólogo milanés Giuseppe Banfi, “experto médico oficial”, que elaboraba informes científicos exculpatorios. Ambos trabajaron para Gusev y Pellizotti. Y Taminelli y Banfi también fueron contratados por Alberto Contador cuando su positivo por clembuterol, logrando que le absolviera la federación española en febrero de 2011. Un mes después, sin embargo, quizás informado del peligro que suponía que se asociara su nombre al de Ferrari, con el que nunca había tenido relación, Contador cambió radicalmente de equipo legal y científico, confiándose al británico Mike Morgan, quien ante el TAS no logró su exculpación.

Buscando la máxima reserva y movilidad, Ferrari pasaba consulta en una autocaravana, donde, sintiéndose seguro, hablaba abiertamente con sus corredores. Sin embargo, la policía logró instalar micrófonos ocultos y grabó el 1 de diciembre de 2010 una conversación con el ciclista Leonardo Bertagnolli en la que hablan de transfusiones de sangre. Ferrari le dice que no use más bolsas de PVC para guardar la sangre —debía conservarla entre 2 y 4 grados en una nevera especial de marca Liehberr—, sino de propileno. Se lo advertía porque por entonces estaba en su apogeo el caso Contador y Ferrari da por sentado que el problema del ciclista español proviene de una transfusión de sangre y que habían estado a punto de cazarlo porque las bolsas de PVC dejan un rastro de plastificante que había detectado el laboratorio. “Y nosotros no queremos que nos pase lo que a Contador”, le dice Ferrari, quien incluso lanza la hipótesis de que en el laboratorio antidopaje hubieran reconocido su sangre por su perfil esteroideo y la hubieran contaminado aposta con clembuterol.

Ante los ‘carabinieri’ dos ciclistas identificaron a clientes del médico italiano

Bertagnolli, que después fue interrogado por los carabinieri, es una mina de información e identifica como clientes de Ferrari a todos los colegas con los que coincide en el Teide o en Saint Moritz, los sitios preferidos por Ferrari para concentrar a sus clientes en altura: Bertolini, Leonardo Moser, Gasparotto, Pellizotti, Chicchi, Vinokúrov, Kreuziger, Possoni, Popovich...

La primera vez que acudió a su consulta Volodimir Bileka, un ciclista ucraniano, Ferrari le preguntó cuánto ganaba al año, y pese a que solo eran 50.000 dólares, Ferrari aceptó hacerle una prueba. Bileka quiere entrar en su grupo porque quiere ganar más dinero para enviar a su familia y Ferrari le acepta finalmente. Entre 2005 y 2008, antes de dar positivo por EPO, el ucraniano se suma a las concentraciones del Parador del Teide (“donde Ferrari tenía siempre una habitación reservada para pasar consulta”, dice a los policías) y Saint Moritz, donde, eso dice a la policía, coincide con los mismos que había citado Bertagnolli más otros nombres nuevos: Pozzato, Garzelli, los hermanos Masciarelli, Luis León “y otro español del Caisse d’Épargne cuyo nombre no recuerdo, uno muy alto y robusto”, Klöden, Kasheckin, Kessler y Gusev.

Schumi, su amigo, no ha hablado desde la publicación de los papeles. Armstrong, tampoco, pero sí uno de sus abogados, Tim Herman, quien dijo a la BBC que el ciclista podría pasar un detector de mentiras para probar su inocencia. No sería el primero. También lo hizo en su momento su excolega Tyler Hamilton para tratar de probar que nunca se había sometido a transfusiones de sangre. En su reciente libro La carrera secreta, Hamilton lo relata así: “Me sometí al detector de mentiras y pasé la prueba (claro que antes miré en Google trucos para engañar a la máquina. Apretar los glúteos era uno de ellos, creo)”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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