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¿Qué se hace con la historia?

El Tour, convencido de que la época de Armstrong estaba podrida, no quiere que se asignen sus triunfos a los segundos

Carlos Arribas
Joseba Beloki, Lance Armstrong y Raimondas Rumsas, en el podio del Tour de 2002.
Joseba Beloki, Lance Armstrong y Raimondas Rumsas, en el podio del Tour de 2002.ap

En Sudáfrica, cuando cayó el apartheid, se creó una Comisión de la Verdad y la Reconciliación, el único camino para seguir adelante sin recriminaciones perpetuas.

De esa comisión se habló ayer en la mesa de la Unión Ciclista Internacional (UCI) en Ginebra como único camino para que el ciclismo pueda pasar página a sus años más negros y Pat McQuaid, su presidente, la resumió en una palabra, un ábrete Sésamo: “Confesión”.

Cuando se le preguntó directamente por qué afirmaba que no había lugar para Lance Armstrong en el ciclismo cuando nunca había condenado al olvido a anteriores ciclistas dopados, como a Bjarne Riis (se lo preguntó un danés), que ahora lleva el Saxo Bank; que dónde trazaba la línea, el irlandés respondió: “Riis confesó que había obrado mal. Armstrong, no. Esa es la diferencia”.

De esa comisión, en forma de gran misa en la que los pecadores confiesen y delaten a cambio del perdón, lleva meses hablando la USADA, el auto designado referente moral del deporte, que ayer mismo se lo recordó a la UCI en un comunicado en el que también recuerda a McQuaid que le faltó decisión para ir a por Armstrong.

De esa comisión, aunque sin citarla en esos términos, habló también el Tour por boca de su director, Christian Prudhomme, quien recordó que en el informe de la USADA se pone en cuestión a un sistema, el sistema Armstrong, y a una época. Con el ciclista ya se han ajustado cuentas, según Prudhomme, quien reclama ir a por la época y propone que la mejor forma de ajusticiarla es dejando en blanco el palmarés del Tour en los años Armstrong. “Los años sombríos”, dijo.

Armstrong llegó al poder en el Tour de 1999, el año llamado de la renovación, el siguiente al caso Festina, y, con una simetría perfecta, en 2006, el siguiente al que terminara su reinado, el ciclismo conoció su segunda gran crisis de dopaje con la Operación Puerto. Todos los ciclistas que acompañaron a Armstrong en sus siete podios (Zülle, Escartín, Ullrich, cuatro veces; Beloki, tres; Rumsas, Vinokúrov, Klöden y Basso, dos), los que deberían heredar sus títulos, han estado implicados en esas operaciones (Zülle, en la Festina; Ullrich, Beloki y Basso, en la Puerto), han dado positivo posteriormente a sus podios (Vinokúrov), han organizado su propia operación (Rumsas, con su esposa; Klöden, con la Universidad de Friburgo) o han estado conectados durante su carrera con el médico Michele Ferrari, El Mito (Escartín y Vinokúrov).

Más allá del valor simbólico de un palmarés en blanco para que ningún aficionado que lo revise deje de preguntarse el porqué, el Tour tampoco desea que ninguno de ellos tenga el maillot amarillo en su casa (salvo Ullrich, que ganó el Tour de 1997, uno que no ha sucumbido todavía al revisionismo).

La UCI, que es la que tiene el poder último, se reunirá el viernes para decidir si hace caso al Tour o corre la clasificación final. En las dos únicas ocasiones que en las 99 ediciones disputadas se había dado el problema, en 2006 (Floyd Landis-Óscar Pereiro) y 2010 (Alberto Contador-Andy Schleck), el segundo fue coronado posteriormente como ganador.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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