_
_
_
_
_

Comunión en La Catedral

El público de San Mamés sostiene al Athletic, con un hombre menos, ante un Sevilla impetuoso en la segunda mitad (2-1)

De Marcos celebra el primer gol vasco.
De Marcos celebra el primer gol vasco.Alfredo Aldai (EFE)

Era un partido extraño en San Mamés. No por la hora, que ya era habitual en aquellos tiempos, cuando se comía a la una del mediodía. Mucho menos por el sirimiri insistente que le daba a La Catedral la intimidad de las pequeñas plazas. Todo tenía que ver más con los sortilegios que a veces suceden en la vida cotidiana. Tenía que ver con la jurisdicción de un árbitro errático y complaciente, de esos que entienden la justicia como una tómbola caprichosa. Un árbitro muy por debajo de la categoría del partido de esos que te animan a no ir a juicio por la desconfianza de que conozca el código deportivo. Tenía que ver con la abdicación de Bielsa de sus principios generales cuando, en la segunda mitad, con 2-0 a su favor prefirió guarecerse con una defensa de cinco y conceder la pelota y el terreno de juego (que es del Athletic, según figura en sus estatutos) a un Sevilla desesperado que encontró en la solución del argentino la resolución de sus problemas. Y tenía que ver con la entrega absoluta del público a Gorka Iraizoz, caso único desde que está en Bilbao, cuando repelió dos remates, en la misma jugada, de Diawara y Negredo. Nunca San Mamés había cantado a un portero desde que se comía a la una del mediodía. Y menos a Gorka Iraizoz.

ATHLETIC, 2 - SEVILLA, 1

Athletic: Iraizoz; Iraola, Gurpegui, Amorebieta, Aurtenetxe; Iturraspe, Herrera; Susaeta, De Marcos, Muniain (Ismael López, m. 71); y Aduriz (San José, m. 76). No utilizados: Raúl; Toquero, Llorente, Ibai Gómez y Castillo.

Sevilla: Palop; Cala, Fazio, Spahic, F. Navarro; Maduro (Diawara, m. 45); Navas, Medel (Kondogbia, m. 64), Campaña (Reyes, m. 45), Rakitic; y Negredo. No utilizados: Diego López; Luna, Bernardo y Cicinho.

Goles: 1-0. M. 26. De Marcos empalma con sutileza un centro de Aurtenetxe. 2.0. M. 45. Balón largo de Amorebieta que cabecea Aduriz que deja el balón a los pies de Susaeta. Su disparo lo repele Palop, pero alcanza la red. 2-1. M. 77. Negredo, de penalti.

Árbitro: Hernández Hernández. Expulsó a Herrera, por dos amonestaciones (m. 75). Amonestó a Campaña, Cala, Susaeta, Muniain, De Marcos, Medel, Iraola, Fazio, Spahic e Iturraspe.

Unos 37.000 espectadores en San Mamés.

Y era raro, porque el Sevilla accedió a San Mamés con más respeto del esperado, apenas disfrutando en toda la primera mitad de un regalo de Aurtenetxe. Un Sevilla con dos líneas de cuatro, con Maduro de por medio y Negredo por delante, de tan precavido, inexistente. Y era raro, porque un futbolista industrioso como De Marcos, se sacó un toque sutil a un centro de Aurtenetxe. De Marcos, un gimnasta, un maratoniano impagable, se marcó un acto fulgurante, lleno de raciocinio y sangre fría. Y raro porque un balón largo de Amorebieta lo peinó Aduriz, como un pertiguista flaco, para que cayera a los pies de Susaeta y su disparo centrado dobló las manos de Palop y cogió el efecto que lleva directo a la red.

La decepción europea llevó una comunión en La Catedral poco habitual en el fútbol. La feligresía se volcó con los once sacerdotes, atribulados por el dominio del Sevilla, movilizado a toque de trompeta por un magnifico, pero excesivamente impetuoso Navas, a sabiendas de que el sirimiri amenazaba tormenta. Se volcó más aún cuando el árbitro expulsó a Herrera por una mano que suponía su segunda amonestación. Y más aún cuando otra mano de Iraola supuso el gol del Sevilla por el penalti que transformó Negredo. El asedio sevillista era total y el público suplió la ausencia de Herrera. Las agonías unen mucho. Y la agonía rojiblanca duró hasta el minuto 93 sin un respiro, ni de los futbolistas de ambos equipos, ni del público restañando viejas heridas. No se sabe quien puso más en la victoria rojiblanca: si los futbolistas en el campo o los treinta y pico mil seguidores en la grada. Todo era así de raro. Pero estaba claro que nadie permitió que el partido languideciese como una triste despedida.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_