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Djokovic sofoca una revolución

El serbio llega a la final tras remontar 4-6, 6-3 y 6-2 ante Del Potro, que termina agotado y sin alternativas estratégicas

Juan José Mateo
Djokovic celebra un tanto ante Del Potro.
Djokovic celebra un tanto ante Del Potro.ANDY RAIN (EFE)

Con un hacha, un martillo pilón y un mazo. Juan Martín del Potro no juega con raqueta, sino con una panoplia de instrumentos de tortura que aplica con saña sobre Novak Djokovic en las semifinales de la Copa de Maestros. Por momentos, es un ejercicio de destrucción. El argentino se procura siete bolas de break sobre el servicio del serbio. Ataca con derechas lacerantes. Se defiende protegido por la tizona de su saque, y así, de golpetazo en golpetazo, se pone set y break arriba (6-4 y 3-1), olfateando el triunfo. Nole, sin embargo, no ocupa el trono del tenis porque sea un tipo que se arrugue. Dibuja un dique con su raqueta. Hace de la defensa su credo. Presiona poniendo una pelota tras otra en juego, citando a su contrario con el vértigo y el riesgo de tener que reventar una bola tras otra. Delpo duda. Se deshilacha su revés. Tiembla el argentino porque no encuentra en su manual alternativas al golpetazo. Djokovic remonta (4-6, 6-3 y 6-2) y se cita en el partido decisivo con Federer, vencedor ante Murray (7-6 y 6-2).

Nole dejó muestras de su impresionante capacidad defensiva, pero a ratos le faltó picante. Le salvaron su tenis y sus piernas

Durante set y medio es un Nole menor. Si el triunfo del serbio sobre Rafael Nadal en la final del Abierto de Australia pareció prologar una temporada de dominio aplastante, igual que la de 2011, aquello fue un espejismo. El número uno mundial ha sumado en 2012 títulos importantes, victorias del máximo prestigio y el honor de acabar el curso subido al trono del tenis. Su ejercicio, sin embargo, careció de la continuidad y la solidez de antaño, humanizándole y devolviéndole a la lógica de los hombres, porque probablemente era imposible que volviera a repetir un año mágico como el anterior, en el que celebró tres de los cuatro grandes. En las semifinales de la Copa de Maestros, a las que llegó invicto, dejó muestras de su impresionante capacidad defensiva, pero a ratos le faltó picante. Le acabaron salvando su tenis, con algunos ángulos impresionantes de derecha, y sus piernas: según avanzó el reloj, el esfuerzo hizo mella en Del Potro, mientras Nole parecía correr sobre una bicicleta.

El número uno intentó que el siete pegara en movimiento, para ahogar sus pulmones y obligarle a pagar el tributo de un corpachón que a veces parece hecho para otro deporte (1,98m). Durante set y medio, el argentino le robó el dictado de los intercambios y pegó más veces parado sobre la línea que en movimiento. De estacazo en estacazo, Del Potro obligó al número uno a vivir al contraataque, constantemente a la defensiva, en posiciones generalmente incómodas. Solo el instinto de supervivencia del serbio, que falló algún remate inexplicable, le permitió agarrarse al encuento. Cuando Nole limó la diferencia y enjugó ese set y break de desventaja, llevó el partido a donde Del Potro no quería: un tercer set tras más de hora y media quemando las piernas.

Mientras el pulso fue una sucesión de puñetazos, Del Potro llevó la voz cantante

Entonces, se empezó a competir a cara de perro, y Del Potro acabó desnudo. Mientras el pulso fue una sucesión de puñetazos, un combate de pesos pesados, llevó la voz cantante. Cuando el cruce le exigió alternativas, variantes, algo más que el palo y tentetieso, un plan b que protegiera sus agotadas fuerzas, quedó retratado: el número uno llegó a ganar 12 puntos seguidos en el inicio del tercer set. En consecuencia, triunfó Djokovic y reivindicó así sus pulmones: si en 2011 abandonó la Copa de Maestros cansado y sin ningún brillo, en 2012 opta a reeditar el título que celebró en 2008.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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