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“¿Qué hago aquí?”

800 kilómetros, seis horas para reparar la moto y un final de jornada bajo la lluvia: así fue la etapa maratón de Jordi Viladoms

N. TRONCHONI
El motociclista español Jordi Viladoms.
El motociclista español Jordi Viladoms.Gonzalo Alfaro (EFE)

“¡Quiero pedir otro día de descanso!”, exclama Jordi Viladoms a su regreso al vivac. Es la etapa de descanso y la caravana del Dakar ha hecho parada en Tucumán: es una oportunidad perfecta para aprovechar las comodidades de un hotel. Más si uno ha dormido apenas tres horas la noche anterior, más si dos días antes la etapa se alargó durante 23 horas. Como le ocurrió a él. “He dormido 10 horas y hubiera dormido otras 10; estoy agotado”, concede. La séptima etapa, esa que debía correrse entre Calama y Cachi, una etapa maratón para las motos, en la que no está permitida la asistencia al final del día y los motards comparten el suelo en el que pasarán la noche, fue toda una exhibición de supervivencia para Viladoms.

Un problema con su moto, que empezó a fallar a los 30 kilómetros del enlace que debía llevarle a la salida de la especial, le tuvo en pie desde las 4.30 de la madrugada del día 11 –hora en la que dejó el campamento- hasta las 3.00 del día siguiente, hora en la que, tras recoger el road book y permitirse una ducha y una cena rápida, se fue a dormir. Solo tres horas. A las seis salía de nuevo del vivac, de su improvisado parque cerrado –ya que se trataba de la etapa maratón y debía estar aislado-, pues él, a diferencia del resto de motos, que pensaban que había abandonado, hizo noche en Salta. Había terminado tan tarde la especial la noche anterior que la dirección de carrera no le permitió completar el enlace hasta Salta, unos 170 kilómetros, pues llovía muchísimo y hacía demasiado frío, en algunos tramos incluso nevaba.

"Cuanto más tiempo pasas, más notas los efectos del mal de altura. Y tuve que parar, porque me dormía”, recuerda el piloto

Hasta tomar la salida de la siguiente especial, la del día 12, la que le llevaría hasta Tucumán, Viladoms vivió su etapa más larga del Dakar, “la primera en el ranking”, dice, y eso que hace solo dos años se quedó perdido en medio del desierto, con el frontal de su moto destrozado, sin libro de ruta, ni GPS, y completó más de 400 kilómetros a ciegas. Esta vez, la moto empezó a fallar muy pronto porque el día anterior creyeron haber roto la inyección –pasó de la 5ª posición en la general a la 18ª- y en realidad era un fallo eléctrico. Según cómo tocaban la moto, esta funcionaba, así que el problema quedó sin solucionar. Y su Husqvarna siguió fallando. Iba tirando como podía, a no más de 70 kilómetros por hora, por lo que el paso para cruzar Los Andes se complicaba: “Cuanto más tiempo pasas, más notas los efectos del mal de altura. Y tuve que parar, porque me dormía”, recuerda; además, se encontró de camino con el accidente en el que perdió la vida Thomas Bourgin. “Cuando llegué justo a la frontera y me detuve para sacar el pasaporte, la moto se paró por completo”, añade. Llevaba una inyección de recambio, así que creyéndose que era ese el problema, la cambió. “Y la moto arrancó. Mala suerte, porque pensé que lo había solucionado”. Otra vez.

A los 40 kilómetros de especial su máquina se volvió a parar. “Fue entonces cuando entendí que era algo grave”, recuerda. Y cambió todas las piezas de repuesto que llevaba encima, que eran muchas, pues se trataba de una etapa en la que no habría asistencias. “Alguna vez arrancó, entonces me vestía, me ponía el casco, hacía 100 metros y se volvía a parar”. Se encontró a dos policías y dos militares, que tenían un puesto de control junto a una iglesia cerrada, y allí se instaló, con la familia de uno de estos. Logró hacer un kilómetro y se volvió a parar. Volvió a probar todas las piezas. “Y cuando llevaba allí una hora solo, volví atrás, con mi pequeña familia, arrastrando la moto poco a poco, agotado porque seguíamos a mucha altura”. El satélite no funcionaba, no tenía móvil. Iban pasando los coches de los médicos y paraban a preguntarle si abandonaba. No. Esa era siempre la respuesta. Cuando pasó el último todavía tenía unas tres horas para arreglar la moto.

El satélite no funcionaba, no tenía móvil. Iban pasando los coches de los médicos y le preguntaban si abandonaba. No. Esa era la respuesta

En su improvisado taller pasó más de seis horas. Se sentaba, se la miraba de arriba abajo, pensaba qué podía fallar y se levantaba para probar. Así una y otra vez. También le dio tiempo a pensar “¿Qué hago aquí, con un equipo montado en menos de un mes? ¿Qué haré si abandono, me quedo con la caravana del Dakar o vuelvo a casa? ¡Qué lástima después de todo lo que hemos sufrido para llegar hasta aquí!”. Entonces, pudo hacer una llamada de emergencia: “Toca todos los cables, debe ser un problema eléctrico”. Se habían largado ya los médicos, los policías, se quedó allí solo y, armado de paciencia, empezó a tocar cables. Hasta que lo encontró. Apenas se veía que estaba dañado. No había suficiente cable para hacer un empalme. Pero se las ingenió para arreglarlo. Eran más de las siete de la tarde cuando se vistió, otra vez, y se enfundó el casco. Estaba a unos 3.500 metros de altura, en medio de un valle, rodeado de montañas, más marrones que verdes, hacía fresco, y emprendió su marcha.

Su moto funcionaba, pero los problemas no habían terminado. A 60 kilómetros de terminar la especial un coche de la organización le paró para insistir en que no podría continuar ni completar el enlace: estaba lloviendo mucho, se haría pronto de noche y era peligroso. Sí, se hizo de noche; y llovió de lo lindo, pero Viladoms completó la especial. “Lo que para los demás había sido arena y polvo, para mí fue barro”. Un coche le esperó al final de la especial. No le dejarían hacer en enlace, pero tras semejante demostración de supervivencia habían organizado todo un dispositivo para que completara la etapa. Llegó empapado y muerto de frío a Salta a la 1.30 de la mañana, pero llegó. En Cachí, donde hacían noche el resto de motards, todos le daban por desaparecido. Durmió tres horas. Y cuando apareció en la salida de la especial del día siguiente, tras otros 300 kilómetros de enlace, nadie podía creerlo. Recibió abrazos a diestro y siniestro. Y completó la etapa 750: kilómetros otra vez. “Creo que solo la adrenalina de saber que podría seguir en carrera mantuvo mi cuerpo alerta aquellos dos días”. Hoy está el 90ª, a 7 horas y 48 minutos del primero. Pero aún puede llegar a Santiago.

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Sobre la firma

N. TRONCHONI
Redactora jefa de la sección de Deportes y experta en motociclismo. Ha estado en cinco Rally Dakar y le apasionan el fútbol y la política. Se inició en la radio y empezó a escribir en el diario La Razón. Es Licenciada en Periodismo por la Universidad de Valencia, Máster en Fútbol en la UV y Executive Master en Marketing Digital por el IEBS.

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