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26ª JORNADA DE LIGA | ESPANYOL-VALLADOLID
Crónica
Texto informativo con interpretación

Fútbol sin porterías

El conjunto de Aguirre, invicto en casa desde noviembre, recibe a los pucelanos, que vienen de vencer en Vallecas la pasada jornada

Jordi Quixano
Javi López despeja un balón ante Manucho
Javi López despeja un balón ante Manuchot. garriga (EFE)

Estrechón de manos en Cornellà. Todo un quiero y no puedo. El juego inconexo del Espanyol, salpimentado por alguna genialidad ocasional, no bastó para desmenuzar a un Valladolid sin fisuras en lo táctico, pero destemplado y anónimo en el área rival. Se pidió el balón y no se supo jugar. Se pisó área y no se atrevió a chutar. Se intuyó mucho y nada se vio, por más que Mateu Lahoz pretendiera lo contrario, con el silbato insonorizado, siempre con los brazos arriba en señal de ¡sigan, sigan!, ley de una ventaja que no se entendió en el estadio porque a falta de fútbol colectivo se imponía la estrategia, el azar del balón parado. Poco juego, escasas ocasiones, ningún disparo a puerta y cero goles.

Exigido a expresarse por fuera, palideció el Espanyol, que tiene un fútbol de alto copete cuando mezcla por dentro y un juego descascarillado –a falta del sancionado Stuani- cuando se define por las bandas, terrible realidad que le resta enteros a la plasticidad de su juego, pero que le alcanza para darle puntos cuando encuentra la inspiración de sus mejores solistas. Así, de poco le sirve tener una columna vertebral resultona -dos centrales (Colotto y Moreno) físicos y diligentes en el corte; un eje (Víctor Sánchez) que vale por dos; un mediapunta (Verdú) de pie picassiano; y un delantero (Sergio García) temible- si el balón no llega ni vuelve al centro en condiciones. Más que nada porque los laterales se conforman y se esmeran con cumplir en defensa, y los extremos se pelean con el balón: Simão no se ofrece ni quiebra, y cuando centra nadie se lo espera; y Longo, aunque descarado, escoge la opción errónea por definición, quizá la más difícil, a veces la más inverosímil. Problemas que se subrayaron ante el Valladolid, equipo enraizado en el campo, con una ocupación racional del campo.

ESPANYOL, 0; VALLADOLID, 0

Espanyol: Casilla; Javi López, Colotto (Cristian Gómez, m. 38), Héctor Moreno, Capdevila; Víctor Sánchez, Raúl Rodríguez; Longo (Wakaso, m. 46), Verdú, Simão; y Sergio García. No utilizados: Cristian Álvarez; Mattioni, Víctor Álvarez, Christian Alfonso y Petrov.

Valladolid: D. Hernández; Rukavina, Sereno, Rueda, Balenziaga; Rubio, Sastre; Larsson, Bueno (Óscar, m. 66), Omar; y Manucho (Guerra, m. 80). No utilizados: Jaime; Peña, Baraja, Rama y Neira.

Árbitro: Mateu Lahoz. Mostró la cartulina amarilla a Larsson.

Estadio de Cornellà-El Prat. 20.423 espectadores. Se guardó un minuto de silencio por Antoni Puyol, expresidente de la Federación Catalana de Fútbol.

Viven los vallisoletanos de la posición táctica –no es raro ver a 11 djukics sobre el césped cuando hay una interrupción en el juego, con un jugador gesticulando, otro removiendo los índices, un tercero gritando…-, estupendos para cerrar huecos y líneas de pase en defensa y solventes para trasladar el cuero a la zona de tres cuartos, donde empieza su gran quebradero de cabeza. Sin el eléctrico Ebert, lesionado para un buen tiempo, el Valladolid ha perdido el regate. Y eso es demasiado en un equipo que, a pesar de rasear el cuero, ataca sobre todo en estático, más allá de la vía fácil, esa en la que Bueno y Sastre reparten el cuero, Omar centra desde el costado y Manucho enseña las rastas para atender al remate. Pero eliminada la rampa de acceso; descompuesto el Valladolid, que ni siquiera saludó a Casilla.

Se resistió a aceptar el Espanyol, en cualquier caso, la bandera blanca porque transita en un estado de gozo y algarabía, la que da el descabalgarse por la incómoda lucha del descenso. Hasta se aplaude a su regreso al césped a Wakaso, que desatendió sus obligaciones contractuales para darse una alegría tras la Copa África, auténtico rebelde sin causa. Pero solo un cabezazo demasiado cruzado de Raúl Rodríguez, un chut alto del propio Wakaso y un par de sustos torcidos de Sergio García no agitaron el duelo ni a Cornellà, donde el Espanyol y el Valladolid necesitaban algo más que el balón, acaso las porterías.

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