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EL CHARCO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Madrid frente al espejo

El Madrid festeja el segundo gol ante el Barça del último clásico.
El Madrid festeja el segundo gol ante el Barça del último clásico.JAVIER SORIANO (AFP)

Un partido tiene dos canchas, una en el césped y otra en el aire. La semana pasada el Madrid se impuso en ambas. La cancha del aire la dominó a través de sus lanzadores, de Ramos y del nuevo futuro mejor central del mundo: Varane. Para barrer al Barca también a ras del piso se afianzó en lo que ya dominaba, afinó al detalle argumentos que ya sonaban bien, y agregó otros en fase de posesión que, sea por exceso de cautela o por inseguridad, antes se negaba.

Para devorar espacios y comer defensas crudas en velocidad no hacen falta grandes decisiones. Se resuelve alineando a Cristiano, ese decatleta disfrazado de futbolista. En cambio, para poder regular los esfuerzos sin ceder toda la iniciativa al hipnótico juego de posesión del Barcelona se requieren soluciones más creativas. Desde aquel clásico donde el Madrid amarró la Liga en abril de 2012 Mourinho optó por flexibilizarse. O sea, por ceder a los jugadores, a partir de una directriz sobre la necesidad de mantener un equipo muy corto y agresivo, la elección de los momentos y la altura de la presión. Esa delegación es un síntoma de madurez. Una autonomía que le permite al equipo ser más elástico al poder decidir hacia dónde achicar los espacios según la conveniencia de cada acción, según el momento del partido y según las propias fuerzas. El Madrid del miércoles, como la marea, presionó y se replegó sin romper nunca sus líneas. Un ejercicio que no solo requiere coordinación, también el coraje necesario para sacar la defensa hasta mitad de cancha contra los mejores pasadores del mundo.

El miércoles, presionó y se replegó sin romper nunca sus líneas; ejercicio que requiere coordinación y coraje para adelantar la defensa contra los mejores pasadores del mundo

Ese grado de autonomía, sin embargo, tiene matices según quienes sean los intérpretes. No es lo mismo que decidan cómo y cuándo presionar Higuaín, Di María y Khedira a que lo hagan Benzema, Kaká y Modric. Esto explica la formación que eligió el portugués en Copa y su contraste con la del sábado donde, más allá de la superioridad, se vio a un Madrid menos agresivo en la reducción de espacios en la zona alta. Con menos presión, el equipo cedió iniciativa y sufrió el achique de su última línea en el gol del Barça, cuando Alves tuvo tiempo de recibir, mirar y asistir la diagonal de Messi a espaldas de los centrales.

Pero la gran novedad en estos clásicos la mostró el Madrid con la pelota. Mucho más sereno, supo cuándo atacar directo y cuándo cuidar el balón para no precipitarse en una verticalidad alocada. Usó con criterio los apoyos y, sin complejos, se atrevió con el juego horizontal. Desde noviembre de 2010 el Madrid comenzó a jugar los clásicos como si un boyero electrico atravesara la cancha desde un arco al otro. El miércoles pasado retorno a una horizontalidad selectiva en la que, por ejemplo, está permitido jugar con el arquero para volver a empezar del otro lado (la seguridad que ha mostrado Diego con los pies es básica en ese crecimiento de confianza) o que Özil saque a Busquets a bailar una milonga por la derecha antes de apoyarse para que la pelota ruede todo el ancho hasta encontrar a Coentrão lanzado contra Pinto por la izquierda.

Mucho más sereno, supo cuándo atacar directo y cuándo cuidar el balón para no precipitarse en una verticalidad alocada

Este Madrid, que mantiene intacto su poder de contraataque pero los selecciona mejor y cuida el balón cuando no encuentra una ruta directa hacia el arco, obliga al Barcelona a un problema doble: lo hace dudar en sus despliegues y luego lo obliga a replegarse por completo. En definitiva, lo saca de su terreno y le roba iniciativa, justamente eso que el Barca necesita para desgastar y romper a sus rivales.

Llevar la iniciativa sera clave mañana en Manchester, donde el partido no se parecerá a ninguno de los dos últimos clásicos porque no dependerá del galope a la conquista de un espacio que el rival le negara, ni de una presión que un Manchester pragmático difícilmente permita cerca de su área. Será el Madrid el que deba desplegarse para abrir los espacios a través del movimiento rápido de la pelota, de la explotación de las bandas y de la imaginación en tres cuartos de cancha. Un cruce de caminos donde tendrá que abrir a un equipo cerrado, esquivar la presión y evitar sus contragolpes.

Enfrentar a un espejo con la obligación de marcar primero. Otro recodo de un intrincado laberinto que vale la pena intentar resolver: a la salida espera la décima.

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