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EL CHARCO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tinta china

Los jugadores del Bayern Múnich celebran el tercer gol ante el  Barcelona, durante el partido de vuelta de las semifinales de la Liga de Campeones.
Los jugadores del Bayern Múnich celebran el tercer gol ante el Barcelona, durante el partido de vuelta de las semifinales de la Liga de Campeones.Alberto Estévez (EFE)

El Bayern Múnich saltó a la cancha convencido de la remontada. Como si hubiera olvidado la matemática más elemental, seguía atacando después del cabezazo de Müller, que entró por el segundo palo y tatuó con tinta china el séptimo gol de la eliminatoria y la frase “fin de ciclo” en los diarios del día siguiente. Lo mismo había hecho Alaba en el Allianz, doblando como un rayo a Ribéry para tirar el centro del cuarto gol, como si ignorara que en estos partidos un 3-0 da margen suficiente para empezar a cuidarse la espalda.

En realidad, no es que en Múnich ya no sepan sumar; es que deciden no hacerlo. Con inteligencia, orden, exuberancia física y una combinación poco usual de talento y esfuerzo (los ejemplos más claros son Ribéry, aplicado a cerrar las incursiones de Alves; Robben, más agresivo que en toda su carrera y el arquetipo de esa síntesis: Schweinsteiger) sus futbolistas parecen transitar los 90 minutos ajenos al vaivén emocional del juego. El Bayern programa el ritmo de los partidos como yo preparo el riego por goteo antes de un viaje largo. No empatiza. Se enciende a las 8.45, inunda de fútbol la cancha una hora y media y, cuando sus rivales ya se ahogaron, deja la manguera abierta hasta que termina el programa. Cada partido parece un entrenamiento para eliminar sentimientos ligados a las dos finales perdidas en los últimos tres años.

Madrid y Barça: la historia se construye por cómo se gana y por cómo se pierde

El Borussia no arrastra esa carga emocional. Su ventaja es poder jugar la final sin mirar atrás, con poco que perder. Al contrario, el proceso de Klopp es tan exitoso que los dirigentes pretenden que los contratos de los nuevos fichajes no incluyan cláusulas de rescisión. ¿Dónde se irían para estar mejor?, se preguntan, mientras sufren por anticipado la marcha de Götze, cuyo pase compró el Bayern precisamente ejecutando la cláusula, sumando otro lujo al futuro de Guardiola. Lujo que se agregará a la colección de la que hoy disfruta Heynckes, como ganar la liga dos meses antes de que termine y manejar los cambios contra el Barça como si jugara un amistoso. En la vuelta sentó de entrada a Dante y luego mandó al jacuzzi a los otros tres apercibidos: Lahm, Martínez y Schweinsteiger.

En tanto, Klopp todavía le pone velas a la recuperación de Götze, sin el cual las salidas del Dortmund pierden su principal gestor y quedan concentradas en los apoyos de Lewandowski y los despegues de Reus. Una lesión que sintió el Borussia y aprovechó el Madrid, sobre todo en la segunda parte, cuando soltó a Kaká, plantó a dos delanteros, cambió a Di María de perfil, armó una línea de tres y, agarrado a esa épica histórica que se filtra por las paredes del Santiago Bernabéu y se encarna en la garra de Sergio Ramos, estuvo a un paso de lograr lo que ya logró tantas veces en 111 años: lo imposible. Por eso, el drama del Madrid no es la derrota con el Dortmund sino la prematura despedida de la Liga. En ese imposible al que aferró Ramos el Bernabéu no pareció creer ni un minuto el Barcelona. Ni siquiera antes de saber que no jugaría Messi.

Nadie le puede quitar al Barça un gramo del mérito en lo conseguido durante estos años, los más exitosos de su historia, y su domino del mundo del fútbol a partir del secuestro de la pelota. Tampoco se lo puede culpar de quebrarse física, técnica y tácticamente ante ese desmesurado engranaje de fútbol que es el Bayern Múnich. Lo que llevó a las portadas la presunción del fin de un ciclo no fue eso sino la forma. Fue mucho menos el 7-0 final que la sensación general de resignación administrativa, de aceptación declinante.

La forma no se trata solo de la geometría y de soñar lo posible. Se trata también de cómo encarar lo irrealizable. De jugar hasta el último minuto contra toda la evidencia, a pesar de que ya esté dictada la sentencia. Porque si la historia de un equipo se construye con la forma en la que gana, su leyenda se construye también con la forma en la que pierde.

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