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el corner inglés
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El útil complejo escocés

Moyes y Ferguson, en un Everton-United de 2009.
Moyes y Ferguson, en un Everton-United de 2009. IAN KINGTON (AFP)
Aquellos que están libres de resentimiento viven en paz”.Buda.

Alex Ferguson es escocés y su sucesor como entrenador del Manchester United, David Moyes, es escocés. Entre los ríos –océanos– de palabras que han inundado los medios planetarios esta semana tras la abdicación de Ferguson, poniendo punto final a sus 26 años y medio en el trono de Old Trafford, este dato ha sido señalado por muchos comentaristas como digno de especial mención. Argumentan que un factor a favor de una feliz y fluida sucesión es el hecho de que Moyes también nació en Escocia. Visto desde fuera el análisis parece banal. No lo es.

Hace tiempo que un porcentaje desproporcionadamente alto de los entrenadores en la Premier League inglesa ha sido de nacionalidad escocesa. No es una casualidad. Son mejores que los ingleses y la principal razón es que los escoceses poseen en mayor abundancia un rasgo imprescindible para un entrenador de fútbol con pretensiones a triunfar al más alto nivel: una desmedida ambición.

Ferguson es un clásico escocés. Es decir, un clásico resentido. Ve enemigos por todos lados y está convencido que el mundo está conspirando contra él

Lo que ha definido el éxito de Ferguson es su extraordinaria capacidad para transmitir su furia ganadora a una generación tras otra de jugadores. El hecho de ser escocés y de vivir y trabajar en Inglaterra –esto es clave- le ha dado una importante ventaja competitiva sobre los nativos.

Los escoceses son, con no muchas excepciones, unos acomplejados. El problema lo tienen con los ingleses, y solo con los ingleses, conocidos en Escocia como The Old Enemy, el viejo enemigo. Se sienten víctimas de la pérfida Albión pero no dejan de declarar que son superiores a los ingleses, clarísima señal de que, en el fondo, sienten más bien todo lo contrario (esto lo escribe, dicho sea de paso, alguien que es mitad escocés y no tiene ni una gota de sangre inglesa). Lo delatan aún más con su insistencia en recordar siempre, hasta el aburrimiento, la cantidad de grandes inventores que han nacido en su tierra y las batallas ganadas hace ocho siglos contra los odiados vecinos del sur. Lo que más les irrita, lo que les hiere en su frágil pero considerable amor propio, es que los ingleses no tienen el más mínimo recuerdo de estos gloriosos episodios de la historia escocesa. Ellos, los escoceses, ahí están en un frenesí de indignación y los vecinos mirando para otro lado, silbando. Ni se enteran.

Ferguson es un clásico escocés. Es decir, un clásico resentido. Ve enemigos por todos lados –la federación inglesa de fútbol, los árbitros, los italianos, el Real Madrid, etc– y está convencido que el mundo está conspirando contra él. Esto, en un entrenador, no es necesariamente nada malo. El resentimiento, como todos sabemos, es el motor más potente de la ambición. Descontrolado, puede acabar mal; puede acabar en terroristas chechenos matando y mutilando a inocentes en Boston o en la respuesta alemana 20 años después a la humillación sufrida en la Primera Guerra Mundial. Pero bien canalizado en un individuo, por ejemplo uno que está al mando de un club de fútbol, el resentimiento puede conducir a la gloria.

Pero el resentimiento no es el único rasgo escocés que le ha dado a Ferguson un plus en su carrera como entrenador. Hay una segunda razón por la cual los escoceses trabajan mejor que los ingleses al frente de un equipo de fútbol. Son más inteligentes. No es cuestión de un ADN superior, es que la cultura escocesa, mucho más que la inglesa, premia la educación. Los padres machacan más a sus hijos para que lean, hagan bien sus deberes y saquen buenas notas. La educación pública es mejor. La prueba se ve en el incuestionable hecho de que los jugadores de fútbol escoceses hablan el inglés, en la gran mayoría de los casos, mejor que los jugadores nacidos en el país de Shakespeare. En nueve casos sobre 10 un jugador escocés se va a expresar mejor en la radio o en la televisión -con un vocabulario más amplio, con un mayor dominio de la gramática y con una capacidad analítica más lúcida- que uno inglés.

Los ingleses parece que todo esto lo saben. Por eso nombran escoceses para los puestos de máxima responsabilidad en sus principales equipos de fútbol. Son mejores motivadores porque se sienten inferiores, porque tienen cosas que demostrar. No son inferiores, obviamente, pero a Ferguson y a otros entrenadores escoceses de la Premier League el complejo les ha ido bien. Ha sido su principal arma en las batallas contemporáneas que han ganado en la tierra del viejo enemigo.

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