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¿Una Copa de más o de menos?

El cartel de un esperado duelo entre España y Brasil es el gran gancho del campeonato La Roja persigue el único título que le falta en un ciclo mágico

José Sámano
Neymar, en un entrenamiento con Brasil
Neymar, en un entrenamiento con BrasilFERNANDO BIZERRA JR (efe)

Voraz como es, a la FIFA, la gran patronal del fútbol, poco le importa estrujar los calendarios con fórceps. Es el negocio, claro. Nada más que justificar. Por esa vía se ha ido enquistando la llamada Copa Confederaciones, que en realidad fue un producto embrionario de los petrodólares árabes surgido a principios de los años 90. Ahora es un torneo ambulante que abrigan el anfitrión, el campeón del último Mundial y los ganadores de las seis confederaciones de la FIFA. En esta edición, al ser España la vigente campeona del mundo y de Europa, el turno corre a Italia, subcampeona el pasado verano en la Eurocopa de Ucrania y Polonia. La Copa, excusa la FIFA, prueba con un año de antelación la capacidad organizativa del próximo organizador del Campeonato del Mundo. Es el turno de Brasil, del supuesto gigante sudamericano, que abre el telón al exterior en medio de un “clima de guerra” en São Paulo, como titulaba en su portada de ayer el Diario de Pernambucoen referencia a las revueltas callejeras en la mayor urbe del país —que no es sede de la Confederaciones— a causa de una tarifa al alza en los transportes. Es el mayor contratiempo, pero no el único. Ni mucho menos.

Si hace unos días, durante unas horas una juez llegó a prohibir por falta de seguridad el estreno del estadio de Maracaná, santuario del fútbol brasileño, el Arena de Recife, a un día del España-Uruguay, es un enjambre de grúas y excavadoras, y los diluvios ponen en jaque cada entrenamiento. En lo deportivo, Brasil, que inaugura hoy la Copa frente a Japón en Brasilia (21.00 hora española), pondrá a Neymar en la pasarela. Es su cara futbolística, lo único que rescata a la torcida, y no a toda, del pesimismo general. El fútbol, orgullo doméstico, también hace dudar a los brasileños, que no sintonizan del todo con el grupo de Scolari. Ha llegado la hora de que Neymar se publicite con la Canarinha, porque a su alrededor no hay a la vista mucho talento. Enfrente, Japón, donde el italiano Alberto Zaccheroni intenta sacar provecho de las exportaciones de futbolistas nipones a Europa, donde algunos comienzan a anidar, como Kagawa (Manchester United), Uchida (Schalke 04) y Honda (CSKA de Moscú). Para definir al combinado nipón, pocos mejor que Zico, leyenda brasileña que fue seleccionador japonés entre 2002 y 2006: “Japón es un equipo tan bien organizado como un europeo, pero su problema es la creatividad. Cuando un japonés se prepara para una cosa y ocurre otra —un regate, una acción individual— se desconcierta”.

Si hoy se retan brasileños y japoneses, mañana lo harán en Río de Janeiro mexicanos e italianos, los otros dos conjuntos del Grupo A. Hace tiempo que Italia llega de tapadillo a los grandes eventos, pero su historial le precede siempre. No en vano, es el ganador del penúltimo Mundial y el actual subcampeón europeo. No hay mejor noticia para Italia que nadie, ni siquiera los italianos, le tengan mucha fe. En Brasil, si no fuera por las excentricidades de Balotelli no habría rastro de la Azzurra. Lo de México es más grave, vive tiempos de zozobra y berrinches entre sus seguidores y el equipo, que ha perdido pujanza hasta en la CONCACAF, donde solo ha ganado uno de los seis partidos que ha disputado en la clasificación para el Mundial 2014. Con la etiqueta de actual campeón olímpico y con jugadores graduados de forma notable en Europa, casos de Giovani dos Santos, Guardado y Chicharito, el equipo que entrena el exoviedista Chepo de la Torre ha concedido empates en su casa ante Panamá, Estados Unidos y Costa Rica. Alejada del ruido local, México busca oxígeno en Brasil.

¿Y qué persigue España? De convivencias en un hotel del paseo marítimo de Recife, desvanecidos los deseos de playa por carteles que alertan de tiburones, La Roja persigue el único título que le falta para cerrar un ciclo de hadas. El objetivo, por menor que parezca, está grapado en el grupo. No solo está en juego el prestigio, sino que la idea de una final ante Brasil en Maracaná les resulta de lo más seductora a los propios futbolistas. Antes pisarán el mítico estadio, pero será ante la exótica Tahití, lo que rebaja la visita a un paseíllo. En realidad, la Confederaciones para España solo tiene a la vista el gran desenlace, la final referida en el marco mencionado. Y no solo es el sueño de España, sino de los promotores del torneo, que ven en ese posible anzuelo el realce de un campeonato que no acaba por despegar. Para que España, azotada en Sudáfrica de forma imprevista en semifinales por Estados Unidos, cumpla su ruta, antes deberá imponerse a Uruguay, temible por sus raíces futboleras y, sobre todo, por su inquietante delantera: Cavani y Luis Suárez, por los que combaten estos días los grandes clubes europeos.

La pelea de la FIFA es otra. Encauzar un campeonato tan endémico que ha tenido que intervenir directamente para que Nigeria, en el grupo de España, vuele hasta Brasil. Una divergencia sobre las primas con su federación la ha retenido más de la cuenta en casa. Solventada la disputa, ahora las calles brasileñas están en combustión y esta vez quizá ni el fútbol sirva para apaciguar al pueblo. Demasiadas incógnitas para una Copa que para muchos está de más. O de menos, según se mire, como hacen los españoles, por ejemplo.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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