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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Qué le pasó a nuestro Brasil?

Esta Canarinha es un equipo rácano, defensivo, sin alegría. Utilitarismo puro. Como la actitud social hacia el torneo

Neymar protesta en el partido ante Italia.
Neymar protesta en el partido ante Italia.Claudio Villa (Getty Images)

Celebrar un Mundial de fútbol es como celebrar una fiesta de bodas. Es decir, un despilfarro. Mucho más sensato sería ahorrarse el dinero que uno se gasta en el local, en la gran comilona, en los vestidos y dárselo a los novios para comprarse un coche o invertirlo en la futura educación de los hijos.

Da la impresión de que, en detrimento de los tópicos carnavalescos que el resto del mundo daba como certeros, el argumento utilitario está ganando adeptos en Brasil. Romario, el gran exfutbolista de la selección brasileña, hizo el cálculo la semana pasada en un vídeo que arrasó en las redes sociales. Haciéndose eco de la indignación popular, y a la vez alimentándola, Romario explicó que con el dinero que se va a gastar en instalaciones deportivas para el Mundial 2014 se podría construir 8.000 escuelas nuevas o fabricar 39.000 autobuses. O sea, ¿para qué vamos a celebrar este absurdo Mundial cuando tenemos prioridades sociales tan apremiantes?

Parece que a los brasileños hay que recordarles el valor intrínseco de celebrar un Mundial

La primera respuesta sería que se lo podrían haber pensando antes. La segunda consistiría en una pregunta: ¿qué le pasó a nuestro mítico Brasil? Pensábamos que no había ningún país que había asimilado y hecho vibrantemente suya la filosofía del carpe diem —el ¡a vivir, caralho, que son dos días!— como el Brasil tropical. Pero no. Con perplejidad vemos que un sector importante de la sociedad brasileña delata una desconocida faceta teutona, contando el dinero, anteponiendo precio a valor.

Pareciera que habría que recordarles el valor intrínseco de celebrar un Mundial, un valor de difícil comprensión para aquellos que conciben nuestra breve estancia en el mundo en términos prácticos y materiales. Se trata de entender la fiesta como un fin en sí mismo, como ocasión fugaz para pasarlo bien por pasarlo bien, que ya habrá tiempo para preocuparnos por las inevitables penas que la vida acarrea.

Sí, alguien dirá: y los pobres, ¿qué? Es verdad que para los pobres la vida es una lucha por la supervivencia, que no tienen más remedio que concebir la vida en términos, precisamente, prácticos y materiales. Pero no solo de pan vive el hombre. Los pobres también necesitan su juerga y sus festejos para dar sentido y nobleza a su tránsito por la tierra. También celebran sus bodas, en todas las culturas y en todas las geografías, por todo lo alto.

Sudáfriga y Londres recuerdan con gran orgullo los acontecimientos deportivos que disfrutaron

Vean el caso de Sudáfrica. Como muchos comentaristas han observado, el país perdió dinero con el Mundial 2010, dinero que se podría haber invertido en escuelas y autobuses y hospitales. Sin duda. Pero vayan y pregunten a la gran masa de la población sudafricana, empezando por Nelson Mandela, si se arrepienten de haber sido el centro del mundo durante un mes, de haber tenido la oportunidad de disfrutar con orgullo patrio un evento que todos los que lo vivieron —hasta los aguafiestas que lamentaron el coste económico— recordarán siempre con sonrisas.

Vean también el caso de Londres, donde se celebraron los Juegos el año pasado. Claro que se podría haber gastado ese mismo dinero en mejorar el sistema de transporte público de la ciudad o en la calidad, muy cuestionada en Inglaterra, de la salud pública. Pero resulta que se gastó en algo menos concreto pero igual de visible, en una gran fiesta que los londinenses disfrutaron como niños y que recordarán, como los sudafricanos su Mundial, con júbilo. Para los países que no consideran eso recompensa suficiente, el mensaje está claro: dejen de proponer sus candidaturas a celebrar los grandes eventos deportivos mundiales.

Algo raro les pasa a los brasileños, o a bastantes de ellos. Algo tan poco reconocible para el resto del mundo como el fútbol de su actual selección. Los que conservamos en mente las imágenes de las selecciones brasileñas de Pelé, Rivelino y Tostão, las de Zico y Sócrates, la de Romario, incluso, no nos podemos creer lo que estamos viendo en la actual Copa de Confederaciones, ensayo (o, más bien, esperemos que no) del Mundial del año que viene. Es un equipo rácano, defensivo, sin alegría. De fútbol samba, nada. Utilitarismo puro. Igual que la nueva actitud que se vislumbra hacia el Mundial. Esperemos que se les pase. Brasil es un país que, en realidad, ha sabido desplegar su tremenda energía tanto en el terreno económico como en el de la fiesta pero es el lado fiestero, la alegría —el tudo bem, tudo joia— lo que los demás hemos elegido ver como ejemplo para la humanidad. Que no lo pierdan. Si no, a este paso, acabarán negándonos hasta el carnaval.

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