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Brasil y el viejo orden

El torneo constata de nuevo el eterno pulso entre Europa y Sudamérica y la permanencia del ‘establishment’: en semifinales están cuatro de los únicos ocho campeones mundiales

José Sámano
Javi Martínez, Monreal, Casillas, Cazorla, Navas y Villa, entre otros, en una playa cerca de Fortaleza.
Javi Martínez, Monreal, Casillas, Cazorla, Navas y Villa, entre otros, en una playa cerca de Fortaleza. J. Juinen (Getty )

La FIFA suele presumir de tener más afiliados que la ONU. Cierto, 209 por 193. Nada es más universal que el fútbol; pero juegan muchos y ganan los de siempre. Esta Copa Confederaciones constata de nuevo la dictadura con el eterno pulso entre Europa y Sudamérica. Ochenta y tres años y 19 ediciones después del primer Mundial, en las semifinales brasileñas de esta Copa se han citado cuatro de los únicos ocho campeones que han levantado el máximo trofeo, tres sudamericanos (Uruguay, Brasil y Argentina) y cinco europeos (Italia, Alemania, Inglaterra, Francia y España). El baremo del Campeonato del Mundo, el torneo global por excelencia, es elocuente. Ganadores al margen, a excepción de Estados Unidos, y Chile y Corea del Sur —ambos en sus Mundiales—, entre los cuatro primeros solo hubo aspirantes europeos al título: Austria, Hungría, Suecia, Bulgaria, Bélgica, Polonia, Holanda, Portugal, Croacia, Turquía, Checoslovaquia, Unión Soviética y Yugoslavia. El viejo orden continúa en este torneo, con la única novedad de la inmersión española desde 2008 y el levantamiento de las gentes brasileñas, no por su equipo, sino por los derroches.

Los planes expansivos de la FIFA han tenido más que ver con el negocio puntual que con prender la llama deportiva. Hace años que se espera a Estados Unidos (Mundial de 1994), se proclama la inminente irrupción de los gigantes asiáticos (Mundial de 2002) y se vaticina el advenimiento de una supuesta emergente África (Mundial de 2010). Ahora, la patronal se ha entregado al abrigo de los petrodólares (Catar 2022). Su mejor resultado mundialista se remonta a hace 19 años, con Arabia en los octavos del campeonato estadounidense. Con un Mundial ambulante, estas selecciones sedes o sus periféricas no han conseguido el repunte. La efervescencia popular durante los torneos, y punto final. En el apasionado Brasil, patrimonio universal de este juego, la FIFA se ha llevado una mayúscula sorpresa ante el rechazo popular. En el Brasil pobre, el fútbol ya despuntaba como en ningún sitio, el vivero siempre fue infinito. En el Brasil de mayor bonanza, las necesidades son otras. Esta es la gran novedad del campeonato. Los brasileños protestan fuera y luego llenan los estadios, señal de que el fútbol no ha perdido pujanza, sí lo que le rodea, sus desproporcionadas magnitudes. Sobre el césped, no hay sorpresas, se impone el establishment.

Al fondo, la España
victoriosa, nada que
ver con la que pisó Maracaná hace 63 años

Si se toman los Mundiales como referencia, ninguna selección africana ha pasado de cuartos, en Oceanía solo Australia, y en una ocasión (2006), superó una primera fase y solo Asia saltó la barrera y se coló en una semifinal. Y con muchos matices arbitrales. Lo hizo Corea en su Mundial de la mano del colegiado egipcio Al Ghandour. No mucho mejor les ha ido a los alistados en la CONCACAF. En 14 participaciones, México no ha pasado de cuartos y Estados Unidos sí que alcanzó una semifinal, pero en 1930, en la primera edición. El trono de los mexicanos en la Confederaciones de 1999 y el oro en los recientes Juegos de Londres, o el subcampeonato alcanzado por los estadounidenses en la pasada Confederaciones parecieron apuntar un avance. Una fantasía. México no ha tenido dictado en esta Copa y su tránsito en las eliminatorias para el Mundial 2014 es decepcionante, con empates sin goles en su campo ante Jamaica, Estados Unidos y Costa Rica.

Al desencanto del equipo azteca se han sumado Japón y Nigeria. Su exportación de futbolistas a Europa y la importación de técnicos extranjeros con más experiencia de nada ha servido. En el caso nipón, tampoco el abrir la caja para costear la jubilación de estrellas foráneas. También se abundaba en una naciente China, con su potencial caladero. Camacho acaba de ser despedido como seleccionador. El fútbol de unos y otros no ha evolucionado y a los africanos en algunos aspectos les ha perjudicado el peaje europeo. No son pocos los conflictos internos en estas selecciones, donde quienes hacen carrera en El Dorado regresan a sus países con aires de megaestrellas y con la demanda de un profesionalismo difícil de conseguir en el marco de sus conjuntos nacionales. África ha perdido el punto de descaro, de ingenuidad si se quiere, de aquella inolvidable Camerún de los noventa. Lo de Tahití en esta Copa, una broma de la FIFA, solo lo han festejado los propios jugadores tahitianos, fascinados con su excursión pese a los 24 goles recibidos en tres partidos.

Hace años que se espera a Estados Unidos, se proclama la inminente irrupción de los asiáticos y se vaticina el advenimiento de África

La Confederaciones de Brasil evoca los orígenes del fútbol, sin otra novedad que la incursión de España, a rebufo de su radiante ciclo. Sobreviven tres de los cuatro primeros campeones del mundo (Uruguay-30, Italia 34-38 y Brasil-58) y el último (la Roja), el penúltimo (la Azzurra) y el antepenúltimo (la Canarinha). Por algo las semifinales destilan tanta nostalgia. Se desempolvará el Maracanazo y toda su leyenda, por más que el partido de mañana entre uruguayos y brasileños se dispute en el estadio Mineirao de Belo Horizonte y ni mucho menos ante casi 200.000 espectadores. La maldición de Barbosa, el genio del cacique Obdulio Varela y demás. Uruguay, el pequeño país más grande en la historia del fútbol, tiene más derecho que nadie a creer en los milagros. Campeón de la Copa América y cuarto en Sudáfrica, el suyo, gane o pierda mañana, lo es.

Y, otra vez, la vieja Italia, siempre sufriente, siempre con ese punto dramático que la refuerza cuando más aparenta la claudicación. Ahora se le ha lesionado Balotelli y Pirlo, su mejor jugador, no está en plenitud física. Al fondo, la España victoriosa, nada que ver con la que pisó Brasil hace 63 años y se consoló durante décadas con un gol de Zarra a Inglaterra. Como forma de perpetuar el éxito, Del Bosque hizo jugar el domingo ante Nigeria a nueve de los 14 jugadores que golearon a Italia en la final de la Eurocopa el pasado verano. Solo faltaron Xabi Alonso, de baja, Casillas y Mata, suplentes en Fortaleza. Es la Roja entre el antiguo régimen futbolístico, el que gobierna el fútbol con puño de hierro desde sus tiempos embrionarios. Nada novedoso, si no fuera por los dispendios de la FIFA y sus organizaciones satélites que ya detestan en la patria de Leónidas, Garrincha y Pelé, a los que la pelota rescató de las cunetas de la pobreza para orgullo de todo un país.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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