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DESDE MI SILLÓN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El viraje de los Pirineos

Francois Hollande conversa con Federico Bahamontes y Raymond Poulidor en el podio
Francois Hollande conversa con Federico Bahamontes y Raymond Poulidor en el podioPASCAL GUYOT (AFP)

Cuando descubrí los Pirineos como profesional, un antiguo director me hizo una descripción bastante gráfica de estas montañas: hay dos Pirineos; uno de Luchon (Bagnères-de-Luchon) hacia el Este, donde hay puertos cortos y duros, de mucho desgaste, pero que al final no deciden nada; y otro de Luchon hacia el Oeste, donde están los grandes, los verdaderos puertos del Tour.

Este año el Tour acaba de dejar los Pirineos cuando aún faltan dos semanas de carrera, y la clasificación queda muy aclarada. Pero el guion se ha escrito tanto ayer como anteayer al Este de Luchon, en esos puertos de guarnición del plato principal, tal y como a mí me los presentaron. El sábado en Palhières, seguramente el puerto más duro de estas montañas; y ayer porque la intensidad de la jornada estuvo en los kilómetros iniciales hasta Luchon, justo al pie del Peyresourde, donde se anestesió la etapa.

El guion del Tour se ha escrito al Este de Luchon, en esos puertos de guarnición del plato principal, tal y como me los presentaron

El Pic du Midi de Bigorre, por encima del Tourmalet, fue testigo desde las alturas de lo sucedido. De cómo el ciclismo está cambiando y de cómo el papel de esta cordillera ha virado en el transcurso de esta edición. Por el cruce de Saint-Marie-de-Campan, donde comienza la ascensión al puerto-mito que se quedaba olvidado a la izquierda, circulaban escapados con poco más de medio minuto Dani Martin y Fuglsang. Faltaban 14 kilómetros hasta la meta y en el grupo perseguidor de apenas una veintena de unidades circulaba el líder Froome aislado, sin compañeros.

Situación inédita y hasta cierto punto impensable. Pero todo se había gestado más de 100 kilómetros antes, en el tramo inicial de la etapa, subiendo Aspet y Menté. En realidad, todo se había maquinado en el transcurso de la semana, cuando interpretando pequeños detalles del día a día, había trascendido en el pelotón que Froome estaba muy fuerte, pero que el Sky no era ni mucho menos el del año pasado. El resultado del sábado, especialmente el segundo puesto de Porte, camuflaba esta realidad. Pero al margen de Kennaugh, que estuvo pletórico y excesivo en su labor, el equipo había salvado el día de manera más bien discreta. Efectiva pero discreta, tomando como referencia no solo el dominio del pasado año, sino el de alguna de las carreras previas de este mismo curso.

A pesar de la soledad de Froome, nadie pudo inquietarle en la posesión de su prenda amarilla

Así que el Movistar salió dispuesto a plantar cara al Sky desde el primer kilómetro con una táctica agresiva que desbarató por completo los planes de los ingleses. El objetivo era aislar a Froome y, para sorpresa de todos, se consiguió antes de lo imaginable. Es cierto que Kennaugh quedó eliminado por una caída y que Porte no tuvo un mal día, sino un mal momento —así lo demostró en su labor inmensa de persecución que no llegó a buen término, pero que fue una verdadera demostración de fuerza—. Pero también es cierto que a pesar de la soledad de Froome, nadie pudo inquietarle en la posesión de su preciada prenda amarilla.

En la meta aseguraba Froome con sinceridad haber vivido uno de los días más duros que nunca ha tenido sobre una bicicleta. Quintana quiso poner la guinda al trabajo de sus compañeros con repetidos ataques en La Hourquette d’Ancizan (puerto paralelo al Aspin, pero de mayor dureza), pero en el cara a cara —en ese escenario que 100 kilómetros antes le podía parecer utópico y que al final se dio— Froome se mostró pletórico. El colombiano tiene un cambio de ritmo letal para los gregarios del Sky, pero no para el líder de los ingleses, que tiene esa misma capacidad explosiva en los músculos de sus piernas.

Y la etapa, de más a menos, fue al final para el irlandés Martin, que supo interpretar muy bien en su propio beneficio el guion que se escribía por detrás. Tan bien como la llegada, en la que llegó incluso a frenar dentro del último kilómetro para esprintar como si la meta estuviese en la última curva, y no 140 metros después.

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