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Columna
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Un día grande

En un día fantástico, el único verdaderamente contento era el ganador, Cavendish, precisamente uno de los más acostumbrados a estos menesteres

El ciclista británico Mark Cavendish celebra su victoria.
El ciclista británico Mark Cavendish celebra su victoria.NICOLAS BOUVY (efe)

Sin haber visto la etapa, simplemente viendo la actitud de los que pasaban por el podio, uno podía llegar a adivinar que algo grande había ocurrido. El único verdaderamente elocuente, pleno de satisfacción y alegría, era el ganador, Cavendish, precisamente uno de los más acostumbrados a estos menesteres.

El líder Froome subió a recoger un día más su maillot amarillo. Más que frío parecía pensativo, ensimismado, más concentrado en su introspección que en el protocolo. Dio la mano a las autoridades con educación, y dejó para las cámaras una leve sonrisa que parecía no obstante sincera. Daban ganas de pellizcarle y rescatarle de sus reflexiones: despierta amigo, que haya pasado lo que haya pasado, eres el líder del Tour, eso que siempre habías soñado.

Sagan subió a por el verde. Serio pero relajado, frío pero educado. No se le veía cara de perdedor, pero en su mirada había poco de orgullo y de autoestima, eso a lo que nos tiene acostumbrados.

Rolland subió a por el de puntos rojos de la montaña. Igual de educado que el hombre de verde en los saludos protocolarios, pero tan pensativo como el de amarillo —pensamientos muy distintos—, sabiendo que además de su revés, el revés del Movistar le va a poner las cosas más complicadas de lo que él esperaba en el futuro.

También pasó por ahí el polaco Kwiatkowski, feliz y contento recogiendo su maillot blanco –su equipo había ganado y él incluso había ascendido en la clasificación general-, y contagiado por el ambiente triunfador que acababa de vivir entre sus compañeros.

Y Cavendish. Qué decir de la actuación de Cavendish, y no hablo precisamente del sprint. La entrevista post-victoria fue todo un derroche de teatralidad espontánea. No estaba contento, estaba eufórico; aún corría por su torrente sanguíneo la adrenalina de las últimas pedaladas, esas en las que orgulloso, señalaba con un gesto el nombre de su equipo en su maillot con los colores británicos No he ganado yo, hemos ganado. Lo más sorprendente de todo era ver esa elocuencia en el corredor más acostumbrado a ganar del ciclismo actual. Sabía muy bien que no era una victoria más, una victoria cualquiera. Fue una victoria que se recordará durante mucho tiempo en un día de esos extraños pero maravillosos en los que el ciclismo se vuelve un deporte inmenso y lleno de sorpresas, de movimientos inesperados que provocan situaciones tan intensas que una vez superadas provocan resaca. No confundir con el cansancio —que también—, sino con las ganas de más. De que otro día vuelva a suceder algo tan grande.

Quien no subió al podio fue Contador, aunque en justicia debería haberlo hecho porque fue el gran vencedor con Cavendish

En el podio saludó a unas autoridades que le miraban con ojos de admiración por lo que acaban de vivir. Esto ha sido magnífico y tú has conseguido ser el gran triunfador, decían esos apretones de manos. Y él los disfrutaba uno a uno, sintiéndolos y, con una inmensa sonrisa, agradeciéndolos.

Quien no subió al podio fue Contador, aunque en justicia debería haberlo hecho porque fue el gran vencedor de la jornada, “ex aequo” con Cavendish. Y debería haber subido además acompañado de sus compañeros, de esos que como en una partida de ajedrez, interpretaron mejor que nadie los movimientos del rival, situaron al rey en una falsa posición segura, y en el momento menos pensado —a 30 kilómetros de meta—, ejecutaron el jaque mate.

Y de lo sucedido en la etapa, espero que lo cuente aquí al lado el Sr. Arribas, que yo me he quedado sin espacio y él lo sabe hacer bastante mejor que yo. Sólo puedo decir que fue un día grande; un gran día para algunos, un día nefasto para otros. Pero, sintiéndolo mucho por los perdedores, un día grande para el ciclismo.

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