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Un poder intocable

En mitad de la tormenta y sin rivales temibles, Usain Bolt recupera la corona mundial de los 100 m sin bajar de 9,70s

Carlos Arribas
Bolt se impone en la final de 100 m.
Bolt se impone en la final de 100 m. Julian Finney (getty)

Una tormenta eléctrica se abrió en el cielo del Luzniki minutos antes, cuando con frialdad de ganadora habitual Tirunesh Dibaba dejaba llorando en la última vuelta a la japonesa que la había llevado de la mano, a su ritmo regular, confortable, durante 9.600 de los 10.000 metros y ganaba su tercer Mundial. Rayos, algún trueno de fuego y, finalmente, lluvia caliente y Bolt en la pista. El ambiente que había faltado horas antes, días antes, se precipitaba así, extemporáneo para crear de la nada el clima de las grandes ocasiones. El clima, dice él, Bolt, el maestro, que le hace exaltarse, trascenderse. La tormenta. La gran competición. La atención del mundo fija en sus zapatillas, en sus zancadas. En su victoria. Esto ocurrió solo en la final, claro, en los 9,77s que tardó en recuperar el título mundial de la distancia más simbólica que había perdido hace dos años por una salida nula. En la semifinal, un par de horas antes, ni eso, ni tormenta, ni lluvia, ni tensión: otra práctica más de salida y 10 metros de aceleración, y un par de guiños amistosos con Rodgers, que le quiso apretar hasta el final con su zancada mínima y tan rápida como un molinillo.

ANÁLISIS DE LAS MARCAS DE BOLT EN 100 METROS
ANÁLISIS DE LAS MARCAS DE BOLT EN 100 METROS

Pero pese a eso, pese a todo, pese a la tormenta, pese a la lluvia, pese a la expectación, pese a su deseo, al hambre de grandeza que, dice él, lo dice Bolt, aún le mueve, la final fue pura rutina. Un ejercicio de estilo contenido ejecutado en sus habituales 41 zancadas y media ante rivales que no le forzaron a ir más allá. Ante Justin Gatlin (segundo, en 9,85s), que es un dinosaurio del pasado (el norteamericano de 31 años, que fue en sus tiempos récordman mundial, ya había sido campeón del mundo en 2005, antes de cumplir una larga sanción por dopaje) y al que, como quien juega con un amigo a la puerta de la discoteca, como quien apuesta con ventaja, le dejó ir por delante hasta casi la mitad de la recta, para alargar la zancada después y clavarlo. Ante Nesta Carter (tercero, en 9,95s), que es su viejo paisano-enemigo, su compañero de medallas habitual en los relevos cortos, el representante del club rival, el del suspendido Asafa Powell, en su Jamaica aislada. Ante gentes nuevas, como su amigo y compañero de entrenamientos Kemar Bailey-Cole, de 21 añitos y tan alto como él, que fue cuarto; ante otro jamaicano metálico, Nickel Ashmeade, un armario de músculos que se entrena en Florida con Tyson Gay, otro de los grandes suspendidos por dopaje; ante el diminuto Mike Rodgers, un tipo de 60 metros con un muelle de dinamita en los pies para salir, pero que llegó agotado a la final; ante Lemaitre, el Bolt blanco, el francés gigante, que encima se lesionó… Rivales que en ningún momento pensaron que podrían ganarle.

Pero pese a eso, pese a la tormenta, pese a la lluvia, pese a la expectación, pese a su deseo, al hambre de grandeza que, dice Bolt, aún le mueve, la final fue pura rutina

Esta es la velocidad mundial. Esto es lo que ha dejado Bolt en pie después de cinco años de dominio absoluto, de ejercicio intocable de poder. Esto es lo que queda, la resaca de los excesos y Bolt, generoso, siempre en pie. La pasión la ponen los aficionados.

Cuando le hablan de declive a Bolt, que ya tiene casi 27 años, el jamaicano gigante responde hablando de récords, de que el empacho de títulos (seis oros olímpicos ya, sin tacha en Pekín y en Londres, 100, 200 y relevo en ambos; ocho medallas mundiales ya, dos de plata, la del 200 del 2007 tras el triste Gay ahora y la del relevo de aquel año tras EE UU, y seis de oro, tres en Berlín y dos en Daegu, donde la salida nula), de que la lejanía de Río 16, donde tendrá 30 años y dudas, le obliga a intentar correr cada vez más rápido, la única motivación para entrenarse con ganas. Cuando habla de récords, sin embargo, solo habla de la distancia que más ama, los 200 m, en los que no solo se trata de salir rápido y correr a tope sin parar, sino de medir, de sentir, de saber mantener la velocidad durante el doble de tiempo. Habla entonces de bajar de 19s, de la leyenda… Como si los 100 fueran un engorro, un paso necesario pero tedioso, qué fastidio.

Bolt ganó su segundo Mundial de 100 m con unos 9,77s (lluvia suave en el anochecer moscovita, viento solo 0,3 metros por segundo en contra), que son la novena mejor marca de su carrera, una marca de las que habitualmente hace en los mítines, pues en los grandes campeonatos siempre se había cuidado de dar algo más. Sus tres mejores marcas siguen siendo las que le dieron los oros olímpicos y el Mundial, todas por debajo de 9,70s. Y así, si en Pekín (9,69s) y en Berlín (9,58s) batió incluso el récord mundial, en Londres pudo con el récord olímpico (9,63s). En Moscú, nada de eso. Pero no habló de declive, sino de lluvia. “No fue bailando bajo la lluvia”, ironizó después de fingir en la salida abrir un paraguas con la mismísima gracia de Gene Kelly. “Fue corriendo bajo la lluvia”. Y también habló de su gran fijación, de la salida. “Fue uno de esos días. No fue una carrera perfecta. La salida no fue buena [no tanto por el tiempo de reacción, 163 milésimas, que fue el mismo que empleó Gatlin, sino por falta de rapidez y fuerza en los primeros apoyos, donde le penalizó la mayor altura de su centro de gravedad frente al norteamericano]. Me siento bien, pero estoy cansado…”

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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