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El gran vuelo de Cáceres

El alicantino domina a todos sus rivales en la calificación de longitud con un salto de 8,25m

Carlos Arribas
Eusebio Cáceres, durante la sesión de clasifiación
Eusebio Cáceres, durante la sesión de clasifiaciónADRIAN DENNIS (AFP)

Cuando terminó de volar, un vuelo interminable, un pedaleo en el aire que parecía no acabar nunca pese a que no duró más de 90 centésimas de segundo, Eusebio Cáceres aterrizó con limpieza en la sábana de arena acogedora. Después, se giró lo suficiente para comprobar que no hubiera dejado inadvertidamente una marca detrás de él con la mano al caer, se levantó y ofreció al mundo una sonrisa de felicidad espléndida. “Bueno, al mundo, no”, precisa, “se la regalé a mi entrenador, Jesús Gil, que es la primera vez que viaja conmigo y estaba ahí delante, en la grada”.

No son ni las 11 de la mañana en un Moscú soleado, caluroso, después de una noche de lluvias y tormentas y Cáceres, de Onil (Alicante), un chaval de 21 años, acaba de irse a 8,25m en su primer salto de calificación para la final de mañana. Con esa distancia, el español hubiera sido plata en Londres 2012, a seis centímetros del oro. Hace solo un año, Cáceres no pasó de 7,92m y no estuvo en la final de los Juegos.

En Moscú, mientras él sonríe, a su alrededor solo se distinguen muescas crispadas, caras preocupadas, las de los mejores saltadores del mundo que se enfrentan a uno de los procesos más temidos por los saltadores de longitud, la calificación para la final. La altura requerida son 8,10m y ninguno de ellos, ni el multicampeón Dwight Philips, que cojea del tendón de Aquiles, ni el campeón olímpico Greg Rutherford, ni el ingeniero mexicano Luis Rivera, la sensación del año, ni siquiera Alexander Menkov, el gran favorito que salta en casa, ni el sudafricano habitual Godfrey Mokoena, han logrado aún el salto que les permita sonreír y se preparan para seguir sufriendo. En la grada, Ramón Cid, director técnico nacional, se exalta ante el salto que confirmaba todas las esperanzas. “¡Qué salto! ¡Qué solvencia y limpieza!”, grita feliz Cid, que ha sido saltador, y bueno, en su juventud, y que cómo técnico disfruta de nuevo de las sensaciones hermosas que vivió cuando el gran Yago Lamela. “Les ha convertido a los demás en teloneros. Pero”, advierte, “no perdamos la perspectiva, no nos creamos que ya está todo conseguido”. Pero, pese a la precaución no quiere frenar su alegría. Al final le ha llegado a él la oportunidad de decir good luck a los rusos y goza cada segundo del momento.

Con la distancia alcanzada en Moscú, el español hubiera sido plata en Londres 2012

En casi todas las calificaciones de longitud a las que asiste, son sus españoles los que penan y solo a la tercera clavan el salto salvador. Así le ocurrió hasta a Lamela en su camino hacia la plata del Mundial de Sevilla en 1999. Y en todas esas ocasiones, Cid sufría en silencio mientras los técnicos de los que calificaban a la primera se marchaban enseguida, más chulos que un ruso, dejándoles con un good luck de despedida animosa. “Y yo siempre pensaba, ‘ya nos podría tocar alguna vez a nosotros decir good luck”, cuenta Cid. “Y tantos good luck hemos sufrido que acabamos llamando un good luck a una calificación a la primera”.

Cáceres, que después de calificarse se ha sentado en las gradas para seguir analizando a los que serán sus rivales en la lucha por la victoria mañana y abrazarse con su entrenador, no para de sonreír mientras escucha la historia de Cid. No para de sonreír, de hecho, desde el salto que le quitó todos los miedos, que llegó después de una noche de poco y mal sueño. “No porque estuviera nervioso e insomne”, explica, “porque soy un gran dormilón en todas las circunstancias. Pero me he agarrado un resfriado en el peor momento y se me ha congestionado la nariz y apenas he podido dormir. Menos mal que el resfriado no afecta al nervio, que es con lo que funciono yo…” Y desde la grada, Cáceres observa cómo Menkov se califica a la segunda con 8,11 m —“pero solo ha hecho media carrera, está muy bien”—. Eusebio también ve cómo Philips pasa pese a estar cojo —“y hará bien algún salto”—, y cómo también se clasifica Rivera, el mejor del año, con 8,46 m, nueve centímetros más lejos que la mejor marca suya, 8, 37 m, conseguida este verano al proclamarse campeón de Europa sub 23, un oro que une a una plata mundial júnior y a un bronce juvenil. El alicantino también ve quedar fuera al campeón olímpico Rutherford. Y es como un niño entre hombres tan grandes, pero un niño que sabe lo que vale él y lo que valen los demás, que no se achanta.

He tenido mucha suerte en mi salto, en hacerlo a la primera”, dice el atleta de Onil. “He saltado con sensaciones muy nerviosas, como a mí me gusta, con la intención de no hacer un nulo. Salí muy contento de la batida. He despegado bien y en el vuelo me he sentido muy bien. Ya sabía que sería un salto muy bueno. ¿Y ahora? La final es otra cosa, otra hora, otras circunstancias, otro día. ¿Una medalla? Yo en medalla no pienso nada. Yo voy a la final a luchar, a vivir la ilusión de la final de un Mundial”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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