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“Nadie podía pensar en que volvería así”

El español, que el lunes debuta contra Harrison, puede salir como número uno de Nueva York

J. J. M.
Nueva York -
Nadal firma una bola en Flushing Meadows.
Nadal firma una bola en Flushing Meadows.PETER FOLEY (EFE)

Rafael Nadal deja el club cargando con el raquetero y con la piel ennegrecida por el sol del verano, que le ha visto ganar dos Masters 1000 sobre cemento (Montreal y Cincinnati) y recuperar el número dos del mundo. Ocurre en Nueva York, donde el lunes debuta contra el local Harrison en el Abierto de Estados Unidos. Para el español, la gran manzana es la última parada de un viaje extraordinario. Tras superar en febrero una rotura parcial de ligamento rotuliano y una hoffitis que le tuvo siete meses de baja, el campeón de 12 grandes juega con opciones matemáticas de auparse al número uno. Necesita ganar el torneo y que Novak Djokovic no esté en la final, o llegar al partido decisivo y que el serbio pierda antes de cuartos. “Nadie podría pensar en que volviera así”, reconoce el mallorquín. “No hay duda de que es el mejor del año”, le fotografía el serbio. “Superimpresionante”, resume, caballeroso siempre, Roger Federer, que con 32 años compite como el número siete.

Por primera vez en su carrera, Nadal, de 27 años, llega a un grande sobre cemento como el máximo favorito. Aupado por un puñado de partidos que se decidieron por milímetros (ganó a Djokovic en Montreal en el tie-break, apuró dos muertes súbitas contra Isner en Cincinnati, donde antes remontó ante Federer…), el mallorquín vive en Nueva York lo que nunca antes había vivido. Es el Federer de antes, el Djokovic de 2011, solo para él se abarrota la sala de entrevistas, rebotan insaciables los flashes, aprietan la presión y sus grilletes en forma de preguntas.

Por primera vez en su carrera, Nadal, de 27 años, llega a un grande sobre cemento como el máximo favorito

¿Tiene algo malo ser el número uno del mundo?, le lanzan a media tarde.

“No le veo nada malo”, contesta el número dos antes de comenzar un argumentación que cuenta mucho de sus esfuerzos y sudores, mucho de las soledades del gimnasio y la camilla, de los miedos en los días lesionados, del terror a no poder disfrutar más de las pistas durante esas jornadas descontadas de baja por la rodilla. “Cuando eres número uno es porque estás ganando torneos, porque estás sano, porque estás jugando bien, porque estás disfrutando de lo que haces. Sin una buena actitud, sin salud, no puedes ser el número uno”.

La salud. La ausencia de lesiones. El dolor. Son tres sobreentendidos en la rueda de prensa, porque quien habla está cerrando por todo lo alto un verano que comenzó con la rodilla izquierda aparatosamente vendada tras perder a la primera en Wimbledon. “Ser el número uno al final del año es una de las cosas más difíciles que hay”, sigue Nadal. “La temporada es larga. Tienes que ser muy regular (…) Necesitas tener muchas grandes semanas. Ser el número uno al final del año es una cosa muy especial. Solo unos pocos tienen la oportunidad de lograrlo. Es importante. Muy importante… pero lo que me hace feliz es llegar a un torneo y sentir que soy competitivo contra todos (...) Mi meta no es el número uno. Mi meta es estar sano, tener la oportunidad de ser competitivo, acabar el año con buenas sensaciones”.

En esas está Nadal. “Rafa, Rafa, Rafa”, se lee sobre el pecho del aludido durante el entrenamiento. Nadal, claro, no necesita presentación: en Nueva York, su nombre resuena de cartel en cartel desde hace semanas.

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Sobre la firma

J. J. M.
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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