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Nadal, una fiera de la noche

En su vuelta a la sesión nocturna, el español celebra su marca personal en un grande sobre cemento al ceder solo tres juegos ante Silva (6-2, 6-1 y 6-0) y llega a tercera ronda, donde le espera el “peligroso” Dodig

J. J. M.
Rafael Nadal jugando contra el brasileño Rogerio Dutra Silva.
Rafael Nadal jugando contra el brasileño Rogerio Dutra Silva. Emmanuel Dunnand (AFP)

El gesto es muy claro. Rafael Nadal ve cómo Toni, su tío y técnico, le pide con la palma abierta que avance y gane pista. Es de noche en Nueva York y se juega la segunda ronda del Abierto de EE UU. Es Nadal contra el brasileño Rogerio Dutra Silva, un tenista que con 29 años solo ha sumado diez victorias en el circuito ATP. Con todo el peso de la lógica impulsando sus golpes, el mallorquín gana 6-2, 6-1 y 6-0 en 1h 32m. En ningún momento afronta el duelo a la ligera. Con Ivan Dodig, un tenista “peligroso”, en el horizonte de la tercera ronda, el español intenta instalarse en el puente de mando que es la línea de fondo para afinar su juego de cara a empresas mayores. Luego, mientras los focos le iluminan y lanzan destellos los dibujos fluorescentes que aligeran sus zapatillas negras, Nadal engulle el duelo.

“Creo que fui sólido con mi saque, lo que siempre es importante en esta pista”, dijo el español nada más levantar los brazos. “Empecé un poco lento, pero fui de más a más. Es increíble volver a jugar la sesión nocturna aquí dos años después [no acudió a Nueva York en 2012 por lesión] Estoy intentando jugar más agresivo. Creo que es algo más mental que algo que se practique en los entrenamientos”, siguió. “De Dodig no tengo buenos recuerdos, porque perdí con él en 2011 [1-6, 7-6(5), 7-6(5) en el cemento de Montreal; el cara a cara está 1-1]. Es un tenista peligroso”.

El Nadal de estos días no es un muro que todo lo devuelve, pesada línea Maginot, sino una muralla llena de aspilleras desde las que se dispara fuego pesado

El partido transcurre con la placidez y la tranquilidad de los finales previsibles. El número 134 intenta jugar de tú a tú. Con la confianza ganada al superar siete puntos de partido en la ronda previa, ataca su cruce con el español con decisión, intentando ser protagonista, sin dudar por un momento de que puede tener algún dictado en el encuentro. Igual que el tatuaje que le recorre el brazo izquierdo, Silva quiere dejar su huella en la central neoyorquina. La realidad es muy distinta. Pese a que Silva pega duro y se mueve con la intensidad que probablemente no le aplique a duelos de menor rango, pronto se ve incapaz de desbordar a su heráldico rival. El Nadal de estos días no es un muro que todo lo devuelve, pesada línea Maginot, sino una muralla llena de aspilleras desde las que se dispara fuego pesado. Silva pronto pierde la iniciativa y se tiene que conformar con el pobre botín de tres juegos sumados [Nadal nunca había cedido tan pocos en un partido de Grand Slam sobre cemento] y una sola bola de break a favor.

Esa pelota llega al inicio de la segunda manga (6-2, 0-1, 30-40 para Nadal). La grada se levanta en un bullicio de palmas y gritos pidiendo más partido, más pelea, un combate al nivel del precio de la entrada. Silva no puede ni poner la pelota en juego. Con el resabio que dan 12 títulos grandes y decenas de batallas, el español busca el revés a una mano del brasileño con uno de sus venenosos saques con efecto de zurdo, y la bola consecuente se acuesta mansamente contra la red. Conjurado el peligro, Nadal va poniéndole el candado al orgullo de Silva, fiero en la pelea, y le baja la persiana al duelo.

Ahí estaban para verlo Joe Girardi, el entrenador de los Yankees de Nueva York de béisbol, o el cantante Tony Bennet. Poco a poco, los rostros famosos se van a acercando a la central del último grande del año. Su presencia es síntoma de que crece la temperatura del torneo. La de Nadal, sinónimo de convencimiento, intensidad y dureza. Nunca empezó su asalto al torneo de la gran manzana con tanta fuerza.

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Sobre la firma

J. J. M.
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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