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Mollema, entre galgos y podencos

El escalador holandés gana el 'sprint' de Burgos mientras los velocistas se dedican a mirarse en el tramo final

Mollema acelera perseguido por el pelotón.
Mollema acelera perseguido por el pelotón.EFE (JAVIER LIZÓN)

Si Danielle Ratto, un esprínter, ganó la etapa reina en Peyragudes, ¿por qué un escalador como Bauke Mollema, no podía ganar un sprint en las llanuras de El Cid en Burgos? La Vuelta es una caja de Pandora, un baile de disfraces hechos en casa y no comprados en las tiendas especializadas. Todo tiene un punto incomprensible, salvo la pelea de gallos en la general aunque se miren más que se ataquen, como en un mírame y no me toques. Puro ojeo. El sprint,por ello, fue tan imprevisible como irregular. Había tipos bravos en el grupo cabecero, que se había cortado tras un abanico instado, a 28 kilómetros de meta, por el Saxo Bank, ayudado por el Movistar. No tenía mucho futuro aquel corte hasta que el grupo advirtió que muy atrás, en el tercer grupo, el de los rezagados donde se agrupaban también los despistados, estaban dos gallitos de la general: Pozzovivo y Pinot. Eso animó al grupo para seguir tirando con el viento de costado y pensando en la subida al Castillo que debía romper algún gemelo. Cada cual defiende su plato en la mesa y no es lo mismo ser cuarto que quinto, quinto que sexto, sexto que séptimo, y así sucesivamente.

Pero cuando eso se aclaró (Pozzovivo y Pinot perdieron en la meta minuto y medio luchando contra el viento y el despiste), quedaba por resolver cómo se articulaba el final, el premio del triunfo de etapa. No hay muchos esprínters en la Vuelta (¿para qué?), pero sí hay muchos habilidosos en la suerte final. Se le veía a Cancellara con ganas de intentarlo. El suizo había anunciado de antemano que de Burgos se iría a casa para preparar el Mundial. Las etapas que restan, de alta montaña, solo podían romperle las piernas y el alma. Y quería quizás, despedirse con un ramo de flores. Pero desistió tras ayudar a Horner a llegar intacto a la meta de Burgos. Había más insignes en el grupito que había retado al viento. Boasson Hagen, por ejemplo, deprimido por Gilbert en la etapa de Tarragona. Ahora sin Gilbert tenía la oportunidad de sacarse con un dedo la espina de la garganta. Sigue clavada. Y había más. Estaba Tyler Farrar, el americano impasible e invisible, el ilustre velocista. Y estaba el argentino Richeze, habitual tercero en las llegadas. Es decir, estaban los que habían. Nada extraordinario, pero sí elegante.

¿Y los españoles, qué? Pues, en Tokio

Y en esto que ataca a 500 metros un escalador como Mollema, descartado prontamente de la general y cazador de etapas en misiones imposibles. Y los expertos que se miran. El mal del ciclista es eterno: mírame y no me toques. Yo te miro, tú me miras, nos miramos. Dilo tú, no, dilo tú. Pues yo no voy. Yo tampoco. Si voy yo, luego ganas tú, así que no voy. Y se olvidan de que un escalador está por delante embravecido, loco se diría antiguamente, pensando en que es él quien más cerca lo tiene. Y los de atrás discutiendo sobre galgos y podencos. Y no había ni galgos ni podencos. Había un tipo por delante que salió del rincón del olvido y se olvidó del resto. Y ganó por inteligencia, por listeza y por fuerza. Al resto se le quedó cara de... espanto. ¿Y los españoles (solo Dani Moreno ha ganado)? Pues, en Tokio.

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