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Raymond Despiau, astrónomo y pirineísta

El autor de la vertiginosa vía del Spigolo en las agujas de Ansabere fallece durante una escalada en el congosto de Collegats (Lleida)

Raymond Despiau, pirineísta.
Raymond Despiau, pirineísta.

Evadirse, realizarse escalando en montaña, conocerse en una órbita alejada de la vida cotidiana, superarse, disfrutar de una compañía que no se encuentra en otros escenarios… Estas eran las razones que convirtieron a Raymond Despiau en uno de los grandes pirineístas de las décadas de los sesenta y setenta, en un enamorado absoluto de sus cimas. Fue en las décadas citadas cuando una tras otra fueron conquistadas las paredes más emblemáticas de la cordillera, en un ejercicio de bulimia del que participaron unos pocos privilegiados, terriblemente hambrientos e incansables. Su apetito cambió radicalmente la perspectiva: el plano horizontal quedó definitivamente superado.

A sus 78 años, las razones que acercaron a Despiau a las paredes seguían intactas, como si la pasión no conociese fecha de caducidad: falleció anteayer, escalando, en mitad de una de las paredes del congosto de Collegats (Lleida). Coetáneo de los hermanos Ravier (uno de ellos se ha roto las costillas en una caída de escalada, a sus 80 años) de una generación única que empieza a desaparecer, el apellido Despiau quedará asociado para siempre a uno de los rincones más bellos del Pirineo: las agujas de Ansabere, en la vertiente francesa de la cordillera. Aquí, en el espolón sur de la aguja pequeña, Despiau se empeñó en abrir uno de los itinerarios más estéticos que cabe escalar: el Spigolo. Las imágenes de esta vía sumamente aérea, un filo perfecto de aire intimidatorio y desafiante, interrogan la voluntad del escalador. ¿De verdad desea uno someterse a esta prueba? Despiau lo deseaba, y regresó una y otra vez entre 1963 y 1967, tirando de diversos compañeros, hasta completar un recorrido icónico.

Cuando se fijó en su Spigolo, Despiau acababa prácticamente de descubrir el mundo de la escalada de la mano de Patrice de Bellefon, otro de los grandes actores de la conquista vertical del Pirineo, con quien se inició en 1959.

Residente en Bagnéres de Bigorre, y astrónomo de profesión, Despiau trabajó en el observatorio del Pic du Midi y en su currículo figura el descubrimiento de Helena, uno de los satélites de Júpiter, en 1980. Así, tenía la oficina a 2.850 metros sobre el nivel del mar y sus sueños de escalador eran aún más elevados: si Despiau reveló estrellas, descubrió también itinerarios de escalada que hoy son patrimonio de los pirineístas. Apenas viajó lejos del Pirineo, pero en sus breves salidas se adjudicó la cara norte del Eiger, el Pilar Bonatti al Dru, y varias aperturas en el Hoggar (Argelia) o en el Cáucaso. En 1978, el gran Pierre Mazeaud le reclutó para participar en una expedición al Everest. Durante la aproximación, Despiau descubrió a sus compañeros las bondades de la música clásica, especialmente las obras de Bach o Mozart. Mazeaud, en su libro Everest 78, le describía así: “Parece una roca, de una tranquilidad imperturbable y dotado de una tremenda sensibilidad. Es el mejor ejemplo de hombre equilibrado”.

Los rincones más especiales del Pirineo conservan su huella: el Pilar Sur del Grand Pic d'Ossau (1959), la vía Despiau-Battaia en la pared del Libro Abierto (Ordesa, 1975), o el espolón Norte de la Pique Longue de Vignemale (1965) por citar solo algunas de sus aperturas, siempre en escenarios salvajes. Todavía hoy, escalar una vía Despiau resulta una empresa comprometida y excitante, aún contando con medios técnicos infinitamente superiores a los rudimentarios de la época.

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